LA SEMANA NEGRA
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 07 de febrero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Esta
semana convulsa, trastornada, peligrosa, tremenda, ha recordado a los peores
momentos del peor Suárez. Aquellos días de hace treinta años en el que país sin
timón parecía irse por el sumidero de la zozobra. Con clamor de elecciones
anticipadas, voces de gobierno de concentración y rumor de mociones de censura.
Con una prensa unánime en el vapuleo de un Gobierno desaparecido, titubeante,
colapsado. Con el pánico desatado a un crack económico ,
con el paro rampante, la deuda en el aire y los especuladores jugando al pim-pam-pum con la Bolsa. Y con
un presidente atónito, bloqueado, ausente, enrocado sobre sí mismo y dando
palos de ciego. Una sensación general de deriva, de caos inminente, de rumbo
perdido. Esa clase de atmósferas espasmódicas que agitan Madrid -«el pequeño
Madrid del poder»-, que dice Javier Cercas- hasta ponerlo en estado de shock.
Comparado
algunas veces con Suárez por su audaz desparpajo, nunca Zapatero se le había
parecido tanto. No al Adolfo intrépido que salía indemne de los escollos más
arriscados de la política, sino al que acabó hundido en el descrédito y la
desconfianza. Al que provocaba la conspiración de los suyos y generaba un clima
de errático desasosiego. Sí, hay tres diferencias esenciales con aquellos días
trémulos: ni ETA, ni los militares ni la inflación constituyen una amenaza
desestabilizadora. Pero lo que aproxima estos días críticos a aquel enero del
80 es la figura de un presidente aislado, desorientado, aturdido, falto de pulso
y de criterio, incapaz de hacerse con el timón del Estado. Un dirigente
cuestionado por propios y extraños en su capacidad fundamental de ejercer el
liderazgo.
No por
casualidad han sido los guerristas quienes, apegados aún al mecanismo mental de
la Transición, han desempolvado la idea de un Gobierno transversal para
estabilizar un país desnortado. Aunque el zapaterismo
ha tratado siempre de impugnar la Transición como marco de referencia
democrática, también en eso ha fracasado: los esquemas de aquella época
continúan funcionando de manera eficaz en el subconsciente colectivo de los
españoles. Y la idea de unos pactos de Estado al estilo de los de la Moncloa
flota en la melancolía del imaginario nacional como idealizada solución para
una emergencia.
No habrá
tal. Es demasiado tarde. Se han roto en estos años demasiados consensos para
reconstruir puentes. Zapatero está solo, sostenido apenas por la cada vez más
dubitativa guardia pretoriana de los sindicatos, a expensas de su propia
inconsistencia sin recursos. Esta semana atroz lo ha retratado: enfrascado en
la frivolidad de una falsa plegaria ante los cristianos de Washington mientras
el país se despeñaba por un barranco de quiebra. Y aún preguntaba perplejo -a
González, el del BBVA- cómo es posible. Es posible porque cuando no se sabe
gobernar hasta las soluciones se convierten en problemas.