GALICIA Y MUCHO MÁS
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 19.06.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
NO existe la más mínima
duda de que, a sus renqueantes 82 años, ese peculiar e intenso político llamado
Manuel Fraga Iribarne volverá a ganar hoy con amplia ventaja las elecciones
autonómicas de Galicia. Sin embargo, existen serias probabilidades de que su
indiscutible victoria no le alcance para conservar por quinta vez la presidencia
autonómica. La normalidad con que todos hemos acabado aceptando lo que, al fin y
al cabo, constituye una discutible perversión democrática merecería una
reflexión más profunda e intensa; el sistema electoral español, construido
durante la transición para privilegiar a las minorías con el objeto de
integrarlas en el naciente proceso de recuperación de las libertades, ha acabado
convertido en un mercado negro en el que algunos partidos obtienen réditos de
poder en proporción inversa a su representatividad popular.
Como ocurrió en Cataluña con Esquerra Republicana, y ocurre en numerosos
municipios de todo el país con otras formaciones minoritarias, el Bloque
Nacionalista Galego (BNG) puede convertirse esta noche en el factor decisivo
para que un Partido Socialista claramente derrotado en las urnas termine alzado
sobre la presidencia de la comunidad autónoma. A cambio, los nacionalistas se
verían recompensados con amplias parcelas de poder que les darán una influencia
decisiva. Este sencillo mecanismo, respaldado por la legitimidad del sistema de
elección indirecta, ha convertido numerosas citas de la política española en un
raro desafío del PP contra todos, y está permitiendo que el PSOE construya a su
medida una mayoría «republicana» cifrada en la alianza con unos grupos cuya
característica común es la descreencia en el concepto de nación española.
Lo que está en juego en Galicia es una opción entre la mayoría absoluta de un
Fraga visiblemente desgastado por la edad y el poder y una coalición de
perdedores que no tendrá el más mínimo reparo en celebrar con alborozo su
objetiva derrota. Un resultado que, en estos momentos, pende del delicado hilo
de los últimos restos en cada provincia, cuyo reparto no alcanzan a definir las
más afinadas encuestas y los «trackings» que los estados mayores de los
respectivos partidos escrutan estos días con minuciosidad de entomólogos.
Resulta incluso probable que esta noche no quede cerrado el balance de la
jornada, pendiente del voto de los emigrantes americanos en un escrutinio a cara
de perro que puede recordar el de Florida en las cerradas presidenciales
americanas del año 2000.
Sea como fuere, Galicia va a ejercer hoy de árbitro en una nueva secuencia del
partido que PSOE y PP llevan jugando sobre la cancha nacional desde el 14 de
marzo de 2004. Si Fraga pierde la mayoría absoluta, no sólo quedará abocado a
precipitar una jubilación que debió pilotar él mismo cuando ganó hace cuatro
años; su insuficiente victoria resultará ante la opinión pública una derrota de
Mariano Rajoy que puede abrir consecuencias en la solidez de su liderazgo
interno y en su credibilidad como aspirante a la alternancia en el Gobierno de
España.
Nada sería más pernicioso para el PP que abrir un debate que cuestione ahora el
liderazgo de su presidente nacional, pero difícilmente será evitable, en caso de
perder la presidencia gallega, la apertura de grietas críticas que incrementen
el soterrado movimiento que hace tiempo se atisba en el interior del partido.
Impaciencia, imprudencia y ambición se mezclan en este sutil frufrú de codazos
discretos, que pueden comprometer la necesaria consolidación de una alternativa
que necesita tiempo como primer factor de asentamiento. El hecho es que, desde
la inesperada derrota del 14-M, son visibles en la segunda fila del escalafón
del PP algunas tomas de posición estratégica con vistas a la hipótesis de que
Rajoy no logre superar a Zapatero en 2008 o cuando quiera que sean las próximas
generales.
Esos movimientos, que Rajoy es el primero en conocer aunque los solape bajo su
impasibilidad galaica, podrían acelerarse en el caso de que Fraga se quede en la
orilla de su quinto desembarco. Y tendrán, en todo caso, consecuencias. Quienes
conocen el estado de cosas en la planta séptima del cuartel general «pepero» en
la calle madrileña de Génova estiman que habrá cambios y retoques cualquiera que
sea el resultado de hoy. Pero es evidente que el alcance y calado de esos
ajustes no será el mismo si se trata de realizar un enroque defensivo que de
organizar la ofensiva que supondría una victoria capaz de dejar a Zapatero
tocado por primera vez desde su fulgurante ascensión a la cumbre.
En el otro lado del campo, los socialistas sueñan con el efecto expansivo de un
relevo de Fraga. No sólo por la evidente repercusión de la jubilación forzada
del viejo león de Perbes, empeñado en morir con las botas puestas arriesgándose
a un castigo que su trayectoria no merece y que podría haber evitado con una
sucesión ordenada. Si Emilio Pérez Touriño -un político moderado y razonable
pero de nulo carisma y escasa proyección popular- accede al sillón del palacio
compostelano de Raxoy, Zapatero habrá dado una vuelta de tuerca más al proyecto
de triple anillo con que pretende cerrar su «mayoría republicana».
Con un gobierno tripartito en Cataluña y su correlato en el Congreso de los
Diputados, la pieza gallega le permitiría contar con una nueva alianza
nacionalista, a la espera de que el tiempo y las circunstancias acaben aclarando
su progresiva implicación en el Gobierno autonómico del País Vasco junto a un
PNV a cuyo candidato Ibarretxe se dispone a abrasar en unas cuantas votaciones
de investidura para dejarle después gobernar en precario y sin más salida que
avenirse a un acuerdo con el PSE o convocar elecciones anticipadas. Este es el
círculo que sueña el presidente: un Gobierno nacional respaldado por fuerzas
nacionalistas según el patrón cortado en las tres comunidades históricas del
Estado.
Con ese proyecto -secundado por la mortecina Izquierda Unida allá donde su
menguada representación se lo permita-, Zapatero pretende construir una
alternativa al proyecto nacional del Partido Popular, desde la que desea
impulsar un nuevo proceso constituyente de hecho que rediseñe la estructura
territorial del Estado. Es esto, y no los 9.000 millones de euros del
presupuesto gallego, lo que se juega en la jornada electoral de hoy. Esto y la
percepción que los españoles se formen de la dirección del viento político
dominante en el conjunto del país: a favor de la coalición socialnacionalista
apuntada en noviembre de 2003 en Cataluña y consolidada en marzo de 2004 en
España o, por el contrario, inclinado hacia la consolidación de una alternativa
liberal-conservadora capaz de superar el desconcierto del posaznarismo. Es
decir, que lo que hoy se decide no es si más o menos Fraga, sino si más Zapatero
o más Rajoy, y a la inversa. Además del futuro de lo que Maragall suele llamar
«una cierta idea de España».