EL RETORNO DE LOS BRUJOS
Artículo
de Ignacio Camacho en “ABC”
del 16 de abril de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
No se
trata de salvar a Garzón, sino de rescatar a Zapatero. Agarrados al espantajo
de Franco como a un fetiche de combate, los socialistas y su red de apoyo han
situado el debate político nacional en el punto donde más a gusto se sienten:
en la confrontación, el radicalismo y la discordia. Son expertos de la
provocación, que utilizan con grave irresponsabilidad como una eficaz
herramienta de marketing. En esa bronca que invoca demonios históricos como en
una ouija siniestra, las expectativas electorales del
PSOE crecen siempre al amparo de una niebla de visceralidades que cubre los
defectos y tapa las carencias de una gestión estéril. A falta de soluciones
acuden a la trifulca; en ausencia de logros apelan al alboroto para agitar los
fantasmas primarios de una izquierda social desencantada. A costa de provocar
crispación y desestabilizar las instituciones, dramatizan el efectismo
ideológico para disimular un fracaso político.
Cada
vez que el presidente está en apuros echa mano de las banderas del izquierdismo
de barraca. La crisis lo ha dejado sin argumentos y no encuentra el modo de
levantar las encuestas, así que ha decidido incendiar los rastrojos del
divisionismo para movilizar a unas bases sociales cada vez más frías ante su
poder de seducción. El espectro del franquismo, por gastado que esté, funciona
siempre como galvanizador de reyertas; simplifica los esquemas y provoca una
enorme humareda sociológica. Cuando no hay manera de crear un «marco
conceptual» más sofisticado, el zapaterismo dibuja
escenarios de brocha gorda.
El
del retorno de los brujos de la dictadura debería ser un señuelo demasiado
burdo en una sociedad que lleva treinta años de sólida democracia, pero por
alguna razón relacionada con nuestros viejos atavismos cainitas todavía
funciona para aglutinar el entusiasmo de la izquierda exaltada y remover las
pasiones de una derecha confusa. Zapatero necesita que sus huestes más
radicales sientan hervir la sangre para olvidar el desastre de un gobierno
catatónico. Lo va a conseguir; estas historias truculentas de tumbas removidas
y siniestros fantasmones emboscados tienen un inquietante poder de sugestión
simbólica. El precio de esta frívola estrategia de espiritismo político es el
desgaste institucional de la muy denostada justicia y el desprestigio
internacional de un país que ya está perdiendo relevancia económica, peso
específico e influencia; pero, sobre todo, supone un espeluznante retroceso del
clima interno de convivencia. Todo eso lo malbarata el Gobierno a cambio de un
par de puntos en los sondeos y una semana más de iniciativa ante una oposición
a la defensiva y sin brújula. Ha soltado a una jauría extremista para intimidar
y empequeñecer a la España moderada, que de nuevo se ve emparedada entre dos
frentes soliviantados. Garzón no es más que el pretexto de un drama artificial
destinado a crear coaliciones de rencor y abrir trincheras de resentimiento.