LONGA MANUS
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 17 de abril de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
No cuadra
ni a martillazos. Una mayoría sostenida de magistrados del Tribunal
Constitucional opina que el Estatuto de Cataluña no cabe en la Constitución por
muy ancho que sea el filtro jurídico que se le aplique. La deliberación no está
atascada; lo que se ha atascado es la voluntad de la presidenta del Tribunal,
doña María Emilia Casas, de constitucionalizar el texto a base de mirarlo con
buenos ojos, o más exactamente con los ojos del Gobierno y los nacionalistas
catalanes. Por cinco veces, y durante cuatro años, un mínimo de seis jueces
sobre diez se han negado a dar el visto bueno a la ponencia favorable, y eso no
es un bloqueo, sino un rechazo en toda regla. Ante tan terca evidencia se
imponía desde hace tiempo el cambio de ponente, que la señora Casas se negaba a
aceptar porque en su arbitraje casero prefería seguir dando largas a ver si
pasaba algo; por ejemplo que el magistrado Manuel Aragón, elegido a propuesta
del PSOE, reconsiderase su posición contraria a la definición nacional de
Cataluña y sus símbolos identitarios. Pero Aragón no
se mueve de su criterio; entiende que, en la Constitución está muy claro que no
hay en España otra nación que la española. Con sus maniobras dilatorias Casas
ha actuado como longa manus del poder, aunque ni aún
así ha logrado sacar un dictamen benévolo en el que la conveniencia política
prevalezca sobre el rigor jurídico.
Finalmente
se ha abierto paso la única solución razonable y será el catedrático Guillermo
Jiménez, sevillano fino y serio, hombre moderado y cabal con fama de buen
componedor de acuerdos, el que redacte un nuevo borrador en busca de un
consenso hasta ahora imposible. En principio se podría interpretar su
designación como un revés gubernamental, porque Jiménez también comparte la
tesis de la inconstitucionalidad esencial de un texto que «depara» -el término
es de Maragall- como nación a Cataluña; sin embargo, el Gobierno obtiene en el
relevo una importante ventaja táctica para sus intereses. Salvo que el nuevo
redactor haga un trabajo exprés la ponencia se puede demorar hasta el otoño, de
modo que Zapatero y Montilla tengan unas elecciones catalanas tranquilas, sin
que se les cruce por medio una sentencia que, caso de resultar adversa, les
complicaría severamente una campaña que ya de por sí han de abordar en cuesta
arriba.
Lo que a
nadie parece ya causarle reparo es el desprestigio que el Constitucional
continúa acumulando con su mecánica de apaños maniobreros, más pendiente de las
consecuencias políticas de sus decisiones que de resolver conforme a Derecho.
Con todo y con ello, por fino que hilen los magistrados, como al final tumben
el núcleo duro del dichoso Estatuto se pueden ir preparando: si no los acusan
de torturadores, como a sus colegas del Supremo, no se librarán de pasar por
enemigos del pueblo catalán o cualquier enormidad semejante.