BARRICADAS
Artículo
de Ignacio Camacho en “ABC”
del 27 de abril de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
EL
Gobierno ha encontrado petróleo en la polémica de Garzón, o más exactamente en
su secuela tardoguerracivilista, y parece dispuesto a
explotar el yacimiento. La izquierda que le había dado la espalda al zapaterismo anda ahora cantando por las calles el «No
pasarán», olvidada de la crisis y de los millones de parados; los socialistas
han aprovechado el alboroto para levantar barricadas ideológicas y llamar al
combate contra la Falange y el fascismo, como si fueran abueletes
nostálgicos de batallitas que en la bruma de la senilidad se hubiesen olvidado
del final de la guerra. En cualquier país normal, menos vulnerable a la
frustración histórica, una maniobra así de espuria habría desacreditado a sus
promotores convirtiéndolos en estatuas políticas de sal por mirar al pasado;
pero en el nuestro funciona casi siempre el recurso de abrir la caja de Pandora.
Pocas cosas gustan más a los españoles que pelearse a muertazos,
y hacía ya mucho tiempo que no nos entregábamos a esa pasión tan excitante por
culpa de la Transición y sus milongas de consenso y concordia.
Mientras
el debate nacional esté en la guerra civil, en el fantasma de Franco y en los
muertos de las cunetas, el Gobierno se sentirá cómodo poniendo la música de un
baile de demonios. Zapatero no sabe resolver problemas, pero es un especialista
en crearlos. Su salsa es la superficialidad, el ruido, la apariencia.
Incapacitado para la gestión, no tiene rival en el manejo de las sugestiones;
puede convertir la mayor trivialidad en el más visceral de los litigios,
siempre que pueda encontrarle un cierto simbolismo sobre el que construir
fetiches ideológicos. En un lío como éste del criptofranquismo
se las pinta para sacar ventaja; no sólo porque tapa
las vergüenzas del presente con los espectros del pasado, sino porque sitúa la
controversia en el punto que mejor cuadra a la arquitectura intelectual de su proyecto:
el rupturismo con la Transición, la revisión de la
legalidad constituyente, el retorno a la melancolía del ideal republicano.
La
suerte penal de Garzón se le da en el fondo una higa; si lo condenan o
inhabilitan, la mayor parte de los socialistas recordará los años de plomo y
pensará que se lo tenía merecido. El magistrado sólo ha servido de chispa para
incendiar el rastrojal y provocar una humareda que envuelva la recesión y
abrase las expectativas de la derecha. Con un debate centrado en la economía,
el Gobierno se hunde de forma irremediable; no tiene un solo logro que ofrecer.
Pero con el país absorto en un aquelarre de brujería política, en una sesión
macabra de espiritismo histórico, la izquierda puede obviar sus fracasos y
galvanizarse con el bucle remoto y delirante de la bandera tricolor, las
Brigadas Internacionales y el Quinto Regimiento. Este sedicente progresismo ha
encallado el presente y comprometido el futuro; ya no le queda otro recurso que
el de la más pintoresca nostalgia.