DEMOCRACIA CON SUBTÍTULOS
Artículo
de Ignacio Camacho en “ABC”
del 30 de abril de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Cuando
la austeridad se ha vuelto una exigencia tan perentoria que hasta el presidente
Zapatero entiende la necesidad de fingirla con recortes cosméticos de la
elefantiasis administrativa, el Senado se dispone a contratar traductores de
lenguas autóctonas para convertirse en una especie de Cámara subtitulada. La
ONU de las autonomías, un Parlamento con pinganillo. Aunque se trate de un
desembolso leve y llevadero, lo fundamental consiste paradójicamente en su
carácter accesorio, pura gestualidad superflua destinada a complacer el ego
nacionalista con la anuencia de un PSOE que en su torrija posmoderna confunde
diversidad con particularismo y se siente subyugado por la tentación de hacer
visible el dudoso concepto de la «nación de naciones». El resultado es un
ridículo cantonalista que diluye la idea de una nación unida para sustituirla
por el dispositivo simbólico -las «sensaciones» perceptivas tan gratas al zapaterismo- de una ficticia pluralidad confederal. El
gesto por encima del gasto.
En el
fondo de esta absurda retórica diferencialista se
halla la ausencia de un sentido coherente para el papel del Senado en nuestro
sistema parlamentario, pendiente de una reforma constitucional que ajuste su
integración en la arquitectura del Estado. Como Cámara de segunda lectura de
las leyes es inútil y carece del poder efectivo del veto. No desempeña ningún
rol en la elección del presidente del Gobierno, y su función de control del
Ejecutivo duplica y solapa la del Congreso. Se ha optado por otorgarle un
cierto carácter de foro territorial, pero para eso le faltan músculo y
articulaciones, capacidad para regular el tráfico legislativo de unas
autonomías que han devenido en la práctica en soberanas y/o federales. Así que
sólo queda la posibilidad de utilizarla, además de como aparcadero clientelar
de cargos, como un mero ámbito de discusión, escenario de una suerte de terapia
colectiva en la que dar forma a las obsesiones identitarias
sin llegar a ninguna conclusión relevante. Y a ser posible en versión original.
Ahí
entran las pulsiones simbólicas, en cuyo desarrollo y énfasis coinciden los
nacionalistas, siempre atentos a la representación de su imaginario, y el
Gobierno zapaterista, volcado en la ingeniería de la
apariencia. Juntos pretenden convertir el Senado en un falso parlamento
plurinacional a base de repartir auriculares entre unas señorías que disponen
de una lengua común para debatir sobre problemas comunes. Pero lo que les
interesa es la escenificación de la particularidad, un fragmentarismo
casi patológico que tratan de imponer, pinganillos mediante, sobre el concepto
igualitario de la nación de ciudadanos. Al galimatías competencial de los
estatutos le quieren añadir la babel de una democracia con subtítulos.