EL SÍNDROME DEL CAPITÁN ACHAB
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 09 de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Hace algo
más de un par de años se extendió por la opinión pública capitalina la idea de
que Zapatero se parecía a Adolfo Suárez. La comparación beneficiaba al actual
presidente, menos eficaz que el líder de la Transición y menos dotado para la
cirugía política, pero tenía un fondo de semejanza objetiva: se trata de dos
dirigentes intuitivos, maniobreros, pragmáticos, improvisadores, escurridizos,
de escasa formación intelectual y potente olfato aventurero. La diferencia
esencial es que Suárez resolvió muchos más problemas de los que contribuyó a
crear, a pesar de lo cual acabó su etapa en la Moncloa desbordado por una crecida
de desconfianza general y señalado como un obstáculo para la normalización de
un país a la deriva. Una sensación de alarma, cercana al pánico, que aproxima
de nuevo su perfil al de este Zapatero nervioso y contrariado, con claros
síntomas de bloqueo político, aislado y autista, incapaz de hacer frente a la
crisis y falto de determinación y soluciones para afrontar la responsabilidad
del liderazgo.
Como
aquel Suárez de los primeros 80, Zapatero aparece ya como el principal
impedimento para la recuperación económica y la estabilidad nacional. No sólo
carece de crédito para tomar imprescindibles medidas de ajuste, sino que se ha
manifestado tajante y reiteradamente contrario a ellas. Ha destruido con su
levedad los mecanismos de cohesión del Estado. Provoca zozobra y desconfianza
en los mercados de deuda, único sostén posible del desquiciado gasto público, y
contribuye a aumentar el riesgo-país con una contumaz negativa a interpretar
los síntomas de peligro de insolvencia. Atrincherado en un círculo pretoriano desoye
advertencias razonables de personalidades socialdemócratas, y se muestra
iluminado en su designio como el capitán Achab de «Moby Dick», atado al palo mayor
de su propio inmovilismo. Parchea como puede -que puede mal- las situaciones
críticas y empieza a contemplar graves disidencias y enfrentamientos en su
mismo partido. Ya no encuentra siquiera eco para sus demasiado
repetidos trucos de ilusionista, que se disipan ante la gravedad de unas
circunstancias dramáticas. El clamor de unas elecciones anticipadas o de un
gobierno de concentración empieza a abrirse paso en una sociedad política
dominada por la inquietud. Y entre los suyos cunde la preocupación por un
verosímil descalabro que deje al socialismo español herido para una larga
etapa.
Nada
indica, sin embargo, que vaya a parecerse también a Suárez en la forma en que
éste accedió a resolver su colapso terminal, apartándose para evitar males
mayores al darse cuenta de que se había convertido en un tapón que obstruía
todas las salidas posibles. Más bien existe la sensación de que en su
visionario mesianismo considera que todo el mundo está equivocado y que sólo él
posee la clave de la deriva correcta. Y aunque ya no le queda nadie por engañar
todavía permanece dispuesto a engañarse a sí mismo.