CRISIS DE NIHILISMO
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 11 de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Este clima
de desaliento sociológico, este cansancio popular ante los reflejos
autocomplacientes de la dirigencia, está incubando una rebelión nihilista
contra la clase política. Entre un Gobierno incompetente y una oposición
inapetente, la gente se ha entregado a un escepticismo amargo y derrotista que
se parece mucho a una dimisión colectiva. Después, cuando llegue el momento de
ir a las urnas, no se consumará la defección porque si hay una pulsión que nos
puede es el sectarismo, y los españoles acudirán a las urnas motivados, a falta
de mejor aliciente, por la muy cainita pasión de evitar el triunfo del
adversario. Pero en las encuestas hay un retrato preocupante de una sociedad
desmoralizada por falta de liderazgos.
En
Grecia, en los recientes días airados de la rabia y el fuego en las calles, los
ciudadanos en estado de cólera arrancaron los adoquines de la plaza Syntagma y los lanzaron contra las fachadas del Parlamento,
institución a la que en su arrebato de furia calificaban a gritos de burdel. No
había en la zozobra popular helénica un solo matiz de diferencia moral entre
inocentes y culpables, ni un ápice de conmiseración por los probables justos de
la Sodoma dirigente; aquello era una brutal impugnación de la política como
responsable genérica de los males del pueblo. Y había empezado, como aquí, con
esa crecida constante de la descreencia y el correlato irresponsable de unos
partidos enfrascados en su autocomplaciente batalla por un poder que la gente
no sabe para qué sirve porque desde luego no le sirve a ella.
Lo que,
cocina de más o de menos, llevan tiempo proclamando los estudios de opinión
pública es que la caída de popularidad y confianza de un Gobierno incapaz y de
un presidente desacreditado no se corresponde con el presumible avance de una
alternativa seductora. Se han roto los vasos comunicantes que suelen hacer
funcionar los mecanismos de alternancia. Un retrato social tan persistente no
puede ser una fabricación de ingeniería electoral, ni una percepción deformada;
en todo caso, es el fruto de un esfuerzo insuficiente por la convicción de la
política como servicio público. Y refleja una grave crisis de valores
democráticos, en la medida en que da cuenta de un profundo abatimiento popular,
de un verdadero déficit de esperanza. Más allá del jolgorio que puede producir
al zapaterismo el estancamiento de la oposición
-estancamiento relativo, porque al fin y al cabo le va ganando lentamente el
pulso-, y por encima de la frustración que pueda causar a los populares la
escasa rentabilidad de su esfuerzo, lo que queda patente es la postración
ciudadana ante un desafío estéril. Cuando nadie cree en soluciones, las
soluciones mismas dejan de existir, y sobreviene un vacío que se parece al
caos. Y eso es lo que está ocurriendo en las tripas del cuerpo social español
mientras los líderes políticos se enfrascan en una estéril y endogámica pugna
sin eco.