VÁYASE
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 26 de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Sin ánimo
de exagerar, estamos viviendo uno de los peores momentos de la democracia. A la
profundidad de la crisis económica, social y financiera se une la fuerza
desestabilizadora de una gravísima crisis política y de liderazgo. El Gobierno
ha pasado de seguir una deriva equivocada a perder por completo el rumbo, el control
y los nervios hasta convertirse en un problema sobreañadido. La situación
combina el pesimismo de la ley de Murphy con la incompetencia del principio de
Peter, de tal modo que a la dificultad objetiva de las circunstancias se une la
incapacidad manifiesta de quienes tienen que resolverlas. Por si no bastase
este panorama inquietante, la gente tampoco confía en la alternativa y se está
produciendo un colapso de confianza. Cada día parece un poco peor que la
víspera y amanece con contratiempos nuevos agrandados por la torpeza de las
soluciones. Zapatero, con alarmantes síntomas de estrés y envejecimiento
prematuro, es la estampa andante de un fracaso; no hay contrariedad ante la que
no zozobre ni previsión que no falle. No es que esté dando bandazos; simplemente
es su forma natural de sostenerse.
Cuando
el presidente, mal aconsejado y dado a dejarse malaconsejar,
decidió creer que la recesión se resolvería sola, olvidó que incluso para que así ocurriese era menester que al menos se quedase quieto.
Si pensaba dejarla pasar tenía que haberse limitado a no hacer nada. En vez de
eso se lanzó a un vértigo mal calculado de medidas paliativas que no lograron
sino deteriorar las condiciones defectuosas de una economía exánime. Cada
presunto remedio incrementaba los males, hasta llegar a un punto en que la
crisis dejó de resultar un fenómeno sobrevenido para devenir en la consecuencia
de una política errónea, mal dirigida y peor resuelta. Ahora ya está tan
abrumado que yerra incluso cuando rectifica porque ha perdido toda referencia y
todo crédito. Se mueve como un zombi desorientado y sus movimientos
desencadenan una mezcla de irritación, zozobra y pánico.
Ayer
escuchó en el Senado un griterío coral, destemplado y faltón que era un eco estridente
y remoto del «váyase» de Aznar a González. La repulsa brusca, estrepitosa, de
un PP impaciente augura un final de legislatura insostenible; en este clima
crispado, bronco e intemperante no hay manera de hallar una salida razonable.
Con el Gobierno desquiciado por sus propias piruetas, con la oposición
alborotada, con los sindicatos desengañados, con las instituciones bloqueadas,
con el sistema financiero tambaleante, con el Estado en quiebra y con la gente
cabreada y empobrecida no cabe más recurso sensato que un adelanto electoral
que al menos proporcione una nueva legitimidad política a quien le toque
afrontar el desastre. Cartas nuevas para una nueva partida. No las habrá porque
el que tiene que repartirlas aún confía en que le salga un comodín de la
gastada baraja. Se resiste a aceptar que ya no le quedan bazas favorables ni en
la manga.