Artículo
de Ignacio Camacho en “ABC”
del 15 de junio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
En la extravagante
política española ya no se sabe si nadie parece lo que es o nadie es lo que
parece
Desde
el momento en que el líder moral de los mineros de Rodiezmo
dejó licuar su presunta ideología al sol de los mercados y abandonó el pañuelo
rojo en el armario para salir de él ataviado de terminator
del Estado del Bienestar, el carnaval de los disfraces más estrafalarios quedó
inaugurado en la muy extravagante política española, donde ya no se sabe a
ciencia cierta si nadie parece lo que es o nadie es lo que parece. La confusión
está servida al compás de un atrabiliario rigodón en el que todo el mundo trata
de ocupar el espacio abandonado por los rivales. Con los recientes
socialdemócratas transformados en verdugos de los derechos sociales, asustaviejas de pensionistas y podadores de salarios, no es
de extrañar que los liberales del PP se proclamen, por boca de su secretaria
general, defensores del pueblo trabajador y populistas de diseño con toquillas
de Loewe. El nuevo PPT, Partido Popular de los
Trabajadores, avanza hacia el poder envuelto en una flamante retórica albanesa,
mientras los antiguos socialistas obreros liquidan los restos del
proteccionismo y buscan nuevas prestaciones que recortar con los ojos
inyectados en sangre reformista. Superados los prejuicios ideológicos en aras
de la supervivencia política cualquier milagro es ya posible, sea el repentino
desteñido del presidente más rojo desde Largo Caballero, el arranque proletarista de la derecha conservadora o el ataque de
responsabilidad de un nacionalismo catalán convertido en patriótica bisagra de
la estabilidad española.
El
alborotado baile de posiciones ha pillado a contrapié a los artríticos
dirigentes sindicales, que ya no saben contra qué o quiénes dirigir una huelga
general y han optado por convocarla en diferido a ver si el verano les aclara
los conceptos, atrapados como están por la evidencia de que ni ellos mismos
alcanzan a identificar si son de los suyos. Estaban encamados con el poder y de
repente han descubierto que el poder se ha ido con otra, o más bien con otros,
a quienes llaman elípticamente "los mercados" y que parecen haber
seducido a un Zapatero con merecida fama de donjuán y picaflor. En medio del
natural desconcierto por la cornamenta han decidido arroparse porque aunque
estén subiendo las temperaturas parece que fuera del edredón de las
subvenciones hace mucho frío. Ya vendrá septiembre.
El
problema consiste en que si nadie está en su sitio los ciudadanos van a tener
grandes dificultades para localizar a los depositarios de su voluntad
representativa. Todos van disfrazados y entre las máscaras no se ven más que
extraños. Antes al menos se podía distinguir a unos de otros mediante las
líneas rojas del Estado del Bienestar, pero en esta enloquecida contradanza el
único bienestar que parece importar a nuestros dirigentes es el de ellos
mismos.