Del Bosque encarna unos
valores arrinconados en la vida española, llena de personajes engreídos
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 13 de julio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Sensatez
es la palabra. La que define el liderazgo prudente, juicioso, discreto y fiable
del hombre que ha dirigido la conquista de esa Copa del Mundo capaz de sacudir
la médula emotiva de este país atribulado. En un tiempo de entrenadores
estridentes, envanecidos por la arrogancia o poseídos por un autocomplaciente
narcisismo, Vicente del Bosque se ha convertido en un ejemplo de mesura,
delicadeza, sosiego y madurez. Un paradigma de moderación que no sólo
representa un modelo distinto en ese fútbol agrandado por su propio poder
hipnótico de catalizador de emociones, sino que envía un mensaje de utilidad
general a toda nuestra dirigencia pública, caracterizada por su tendencia a
crear problemas artificiales, generar discordias y provocar tensiones.
Con ese
rostro ceñudo e inmutable que recuerda los de ciertos retratos velazqueños del
Prado, Del Bosque encarna hoy la vigencia de unos valores arrinconados en la
vida española, cuyo primer plano aparece ocupado por personajes engreídos de
una fatuidad altisonante. El valor de las cosas bien hechas, del trabajo
escrupuloso, de la modestia silenciosa y fiable del esfuerzo. El valor de la
moderación, del respeto, del recato, del comedimiento. Frente a la volubilidad
aparatosa y la ligereza campanuda de ciertos liderazgos dentro y fuera del
fútbol, obsesionados por la supremacía de la imagen y de las apariencias, el
seleccionador ha mostrado el camino recto del verdadero éxito: un objetivo, un
plan, una estrategia y un estilo. La cohesión interna y la unión en un mismo
empeño. Formas correctas, trato suave, atención a los detalles y una autoridad
moral sin alharacas ni estrépitos, la que emana del profesional competente que
conoce su oficio y administra el poder con imparcialidad y tacto. Un liderazgo
serio, íntegro, ajeno a prioridades superficiales, refractario a la coba, la
demagogia y la impostura. Un valor seguro.
Desde un
puesto sugestivo para la tentación del ruido y la retórica, Del Bosque ha
serenado debates, ha rehuido controversias y se ha aplicado a su misión con
determinación, profesionalidad, confianza y tiento. Ha protegido al grupo de
interferencias, lo ha aislado del jaleo externo y lo ha dirigido hacia el
objetivo final sin apartarse de sus convicciones esenciales. Con coherencia,
decisión y aguante. Si hubiese perdido lo habrían hecho trizas en la máquina de
picar carne de la opinión pública, pero en la victoria no ha pasado una sola
factura y ha entregado el protagonismo a su equipo, a los héroes que la gente
aclama en las calles como elegidos para la gloria. En todo el épico alboroto
del éxito no se le ha escapado un gesto que altere una elegancia moral mucho
más importante que la apostura física.
La suya
es una lección para la política, pero este hombre no podría ser político: es
demasiado buena persona.