POSTZAPATERISMO (I): EL DEBATE
La irrupción natural del término «postzapaterismo»
certifica la percepción de una atmósfera terminal de fin de ciclo
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 19 de septiembre de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
SI hay algo que moleste a un líder es que le madruguen
el debate de su propia sucesión; los típicos movimientos de toma de posiciones
que se suelen producir en torno a un político en desgaste suponen un desafío
para su capacidad de marcar las pautas del relevo y una forma de anticiparle la
fecha de caducidad. Por eso la irrupción en la opinión pública del término postzapaterismo provoca en el presidente y su entorno un
inevitable desasosiego ante la evidencia de un clima interno de final de ciclo.
Sin embargo, la naturalidad con que el concepto se ha instalado en la
dirigencia socialista certifica la percepción colectiva de esa atmósfera
terminal, que presagia la evidencia de un cambio de liderazgo a medio plazo y
domina no sólo las estrategias de los miembros más señalados de la nomenclatura
del PSOE sino también, de forma cada vez más notoria, las del propio Zapatero.
En este momento, la sensación de derrota irremediable
domina de un modo mayoritario, casi unánime, la perspectiva electoral del
Partido Socialista; sólo el presidente conserva un cierto margen de optimismo y
autoconfianza basado en las patentes reticencias que aún despierta el perfil de
su oponente. Pero el diferencial creciente de las encuestas impone cada vez más
la aceptación de la idea de que ni siquiera los defectos de Mariano Rajoy como
candidato pueden frenar el vuelco ante la aceleradísima erosión sufrida por un
Gobierno en barrena. Así las cosas, y dado que Zapatero conserva la potestad
unívoca de decidir sobre sí mismo, la duda entre los barones y jerarcas del
PSOE oscila entre la posibilidad de que el líder adelante los acontecimientos
abriendo un proceso sucesorio después de las municipales de junio o espere a
consumar su propia inmolación presentándose de nuevo a un improbable tercer
mandato.
Los más optimistas apostarían sin ambages por la
primera fórmula, desde el convencimiento de que sin Zapatero existe una
posibilidad de dar la vuelta a los pronósticos. Un nuevo candidato, piensan,
dejaría a Rajoy como figura del pasado y tendría la posibilidad de volver a
ilusionar a los votantes desencantados, mientras que un revés electoral podría
suponer hasta ocho años de travesía del desierto. Los movimientos actuales de
Blanco y Rubalcaba en torno a las primarias de Madrid y Valencia, y los de
algunos dirigentes autonómicos comprometidos en su propia renovación, parecen
apuntar al deseo de que un relevo anticipado no les tome a contrapié; si ese
melón se abriese a partir de junio cualquier aspiración tendría que contar con
la confianza del presidente. Si, por el contrario, el proceso ha de esperar a
2012, tras las generales, podría volver a suceder un big-bang
como el que aupó a Zapatero, una confrontación tan abierta como imprevisible
marcada por el estado de ánimo de una derrota con desalojo del poder incluido.