DEMOCRACIA SIN FILTROS
La falta de filtros de
calidad política ha permitido alzarse al poder a un colectivo sin capacidades
dirigentes
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC”
del 04 de marzo de 2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
No lo puede remediar. Está tan encantado de haberse conocido que se pone a sí mismo de ejemplo cada vez que —la última, en Túnez— se le ocurre ponderar las virtudes de la democracia. En su elogio de la igualdad de oportunidades Zapatero tiende siempre a presentarse como un paradigma, y ni por un momento da en pensar que precisamente su caso plantea dudas sobre las limitaciones del sistema: cómo un político de escasa preparación y mediocre trayectoria puede llegar a presidente del Gobierno.
Uno de los problemas más graves de la democracia española —recientemente denunciado por el riguroso informe de la Fundación Everis— consiste en el empobrecimiento de la clase dirigente. En la falta de filtros de mérito, de liderazgo y de calidad política que ha permitido alzarse al poder a un colectivo mermado de conocimientos y de experiencia que se ampara en la cohesión de organizaciones cerradas y estructuradas en torno al criterio de fidelidad jerárquica. Zapatero es el epítome de ese defecto porque ha alcanzado la cúpula y esa visibilidad ha puesto en escandalosa evidencia su penuria de formación, su exigua solvencia y su infantilismo político; pero de él para abajo existe una pléyade de gobernantes de distinto nivel caracterizados por la ausencia de capacidad de gestión, de criterio intelectual y de sentido de la responsabilidad, cuyo principal y casi único capital reside en una fuerte ideologización y una rocosa determinación para sobrevivir a costa del erario público. No sólo en el PSOE: hay —muchos— zapateros y zapateritos en el PP, en las formaciones nacionalistas y en Izquierda Unida: gente que no ha hecho en su vida otra cosa que militar en unos partidos capaces de garantizarles una carrera institucional por puro instinto sectario y sin demostrar ninguna competencia específica. Y en ese gregarismo laten los vicios del sistema, desde la corrupción al clientelismo.
En un país como Túnez, castigado por largas experiencias dictatoriales y expolios de casta, un panorama así puede sonar a música celestial; pero no es Túnez sino Alemania, Francia o Gran Bretaña el referente de comparación de la democracia española, donde la igualdad de oportunidades ha derivado en ausencia de selección de méritos debido a la predominancia de mecanismos de adocenamiento basados en la obediencia. La carencia de cualificación de la dirigencia política es una lacra en una sociedad que sí se ha vuelto bastante exigente, por necesidades de competitividad, en la cualificación de sus cuadros directivos civiles. La falta de soluciones y respuestas a la crisis, la política de gestos, ocurrencias e improvisaciones es el resultado de ese negligente abandono de la ambición de excelencia. Y lo que Zapatero ve desde hace años como una virtud —«Sonsoles, no sabes los cientos de miles de españoles que podrían llegar a presidente»— se ha convertido en una verdadera deficiencia colectiva.