CALIMOCHO
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 19.03.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Qué jornada tan heroica. Desafiaron la
lluvia, la tormenta, la prohibición; por desafiar, algunos hasta desafiaron a la
Policía. Se enfrentaron a cuerpo limpio a la incomprensión social, a la retórica
de las autoridades, a la trasnochada oposición de los adultos, a la angustiada
alarma de los padres. Y se echaron resueltamente a las calles dispuestos a
demostrar su ímpetu arrollador, su vivificadora savia juvenil, su entusiasmo
vital, su ímpetu indomable. Quienes los vimos apoderarse de las plazas, invadir
las avenidas y ocupar los parques con toda su pujanza inquebrantable, hubimos de
claudicar ante la evidencia de esta avasalladora corriente de renovación
espiritual, de este hedonismo invencible que señala los nuevos horizontes de una
juventud sin fronteras. Qué maravillosa sociabilidad, qué fraternal
compañerismo, qué delicada expansión, qué extroversión tan comunicativa.
Ahora sabemos que no tenemos derecho a dudar del futuro. El país del mañana está
en manos de una generación resolutiva capaz de perseguir cualquier meta siempre
que esté detrás de una buena litrona con su mágico elixir de felicidad. Gente
ardorosa y combativa dispuesta a no dejarse amilanar por ningún desafío,
generosa a la hora de castigar sus hígados y sus riñones si se trata de una
causa que merezca la pena. Muchachos prestos a organizarse para batir cualquier
récord del que dependa el prestigio de su ciudad o de su región. Una tribu
jovial y desprendida entregada con pasión a la defensa del honor colectivo,
presta a saltar el listón de la exigencia competitiva a poco que se cuestione su
disponibilidad para el desafío. Líderes de la borrachera multitudinaria,
competentes efectivos de un ejército dipsómano, materia de asombro para una
época. Imbatibles.
Estábamos equivocados al dudar. Y, por supuesto, erramos clamorosamente cuando
creíamos que el progreso era esfuerzo, aprendizaje, sacrificio. Cuando
apostábamos por una ética del compromiso y una política del deber. Cuando
soñábamos con una oferta de ocio creativo para sentirnos mejores. Cuando
pedíamos más bibliotecas, más polideportivos, más teatros, más orquestas, más
cultura para avanzar en la cohesión de una sociedad más libre. Qué inmenso
error, que vulgar pérdida de tiempo, qué lamentable manera de ir en pos de un
ideal extraviado.
Ellos nos lo acaban de enseñar: el progreso está siempre detrás de una botella.
Las barreras de la incomunicación, del silencio, de la tristeza, los males de
una contemporaneidad ensimismada en sus problemas, saltan en pedazos al conjuro
de una alegre melopea, de una curda despreocupada, de una tranca feliz, de un
cuelgue eufórico. Qué tontos fuimos, qué cargantes, qué pesados. La libertad no
consistía en ser más cultos, ni más prósperos, ni más inteligentes, ni más
comprometidos, ni más solidarios. La libertad, el dulce elixir de un mundo más
justo, el inaccesible grial de la vieja utopía, estaba a nuestro alcance
empapada en calimocho.