PAZ CON IVA
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 26.03.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Estábamos equivocados: la paz sí
tiene precio. Precio político. Si no lo tuviese, no estaríamos ahora mismo
discutiendo hasta dónde puede ser lícito pagar. Toda la grandilocuente
palabrería oficialista de estas horas no es más que logomaquia circunstancial,
cháchara envolvente, verbalismo de ocasión. Si llega la paz, vendrá con una
factura.
La política antiterrorista de los últimos años sí se basaba en la idea de no
pagar ningún precio, porque partía del concepto de la resistencia. El Estado
lucharía sin tregua hasta la rendición del enemigo; si ésta se llegase a
producir, podría haber un detalle con los presos menos involucrados en la
carnicería. Y punto; era un camino de sangre y lágrimas asentado sobre un
criterio de rocosa firmeza moral. Pero en el momento en que el Gobierno cambió
de premisa para priorizar la posibilidad de un acuerdo, el concepto dominante
pasaba a ser el de la negociación. Y negociar implica ceder. Lo que vamos a
presenciar a partir de ahora es un debate sobre los límites de esa cesión.
Desde el punto de vista pragmático, quizá se trate de una estrategia adecuada.
Importan las realidades, no los conceptos; la meta, no el camino. Y puede que el
presidente Zapatero, en su osadía, conozca bien a nuestros compatriotas y
analice con tino la dominancia de las éticas indoloras en una sociedad blanda,
acomodada y permeable. Desde el prisma moral las cosas son algo más rígidas:
cualquier acuerdo implicará la aceptación de que la violencia ha resultado de
algún modo útil.
Porque lo de los brazos en alto que dijo Bono no se lo cree nadie, ni mucho
menos Bono. Es cierto que ETA ha podido decidir, bajo un potente síndrome de
agotamiento, «bajar la persiana», pero si lo hace es porque ha constatado la
posibilidad real de obtener ahora algún beneficio. Si le parece escaso, le
quitará el polvo a sus armas y encontrará en su cínico código el modo de echarle
a alguien la culpa. Y si resulta generoso constituirá una ominosa humillación,
una imborrable vergüenza nacional.
Como el proceso ha de ser necesariamente largo, nadie va a poner sobre la mesa
sus bazas claves en un primer momento. Más bien al contrario: estamos en la fase
de máxima exigencia. Eso sale en cualquier manual de negociación de los masters
más baratos. Por ello los etarras hablan de autodeterminación y el Gobierno de
entrega sin condiciones. No habrá ni una cosa ni otra, pero se van a discutir
contrapartidas. Marcos legales para los batasunos, mesas de partidos, estatuto,
referéndums, alivios penales, reinserciones subvencionadas... Al final dependerá
de nosotros, de los ciudadanos. De los límites de exigencia moral que seamos
capaces de imponer a la clase política. Y, sobre todo, de los que nos impongamos
a nosotros mismos. De la solidez del fondo de nuestra dignidad colectiva.
Porque precio, lo que se dice precio, ya lo hemos pagado en vidas. 851, para ser
exactos. Ésa es la verdadera factura. Demasiado cara para añadirle el Iva de una
deshonrosa ignominia.