MARAGALL Y LOS PELELES
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 18.05.2006
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
En Madrid, y a las nueve de
la mañana, últimamente o das un desayuno o te lo dan, como aquellas conferencias
vespertinas de D´Ors. El que se había convocado ayer en torno a Pasqual Maragall
reunió una expectación perfectamente descriptible, como si los sensores de
influencia que controlan la vida madrileña hubiesen detectado un apreciable
descenso de la cotización del personaje. Maragall llegó con aire somnoliento -es
decir, con el mismo aire que arrastra a cualquier hora del día- y con esa
confusa prosodia tan suya, con esa sintaxis mental tan errática, comenzó a
desgranar sin preámbulos las virtudes de su flamante Estatuto. Arrancó muy
potente, pero una hora, un café y un coloquio más tarde, el molt honorable
presidente de la Generalitat arrojaba la intensa impresión de un político
amortizado que intenta proyectarse en la posteridad con una tarea cumplida.
Ese perfume de fin de ciclo se desprendía del modo en que rehusaba proclamarse
como candidato a la sucesión de sí mismo, agarrado al célebre «hoy no toca»
pujolista, pero sobre todo de la manera en que vendía el Estatuto como un
legado. Y lo que destacó al respecto merece resaltarse con sus propias palabras,
porque la cúpula del PSOE trata hace tiempo de convencernos de que las cosas son
como evidentemente no son. Esté o no en la última vuelta del camino, el
honorable dijo orgullosamente, y con sinceridad que le honra, que sí son como
parece que son.
A saber: «Este Estatuto representa lo que no nos habíamos atrevido a hacer en 25
años». «Le llamamos el Estatuto del 50/50, porque significa un 50 por ciento más
de inversión del Estado y 50 competencias nuevas». «Éste es un Estatuto que nos
depara nación (sic), y además pone ese concepto en boca del pueblo catalán y de
su Parlamento. ¿Hace falta que siga? ¿Puede alguien dudar de que los motivos de
satisfacción del presidente de la Generalitat coinciden con las causas que
provocan la inquietud de tantos ciudadanos españoles?
Esos ciudadanos llenos de zozobra, simbolizados en los cuatro millones de firmas
recogidas por el PP, fueron calificados por Maragall como «gentes de buena fe
azuzadas con demagogia» por un «tacticismo moral» decidido a fomentar la
catalanofobia como arma política. Pero la alarma ante el Estatuto procede
precisamente de los logros que él esgrime con complacencia casi póstuma. El
reconocimiento de Cataluña como nación, las ventajas financieras y
competenciales, la vuelta de tuerca al «statu quo» del último cuarto de siglo.
Eso no origina caprichosa catalanofobia, sino razonable desasosiego ante un
cambio unilateral del modelo de convivencia territorial en España.
Por eso los firmantes de los pliegos del PP tienen sobradas razones no sólo para
estar inquietos, sino cabreados. Porque además de despreciar su opinión, los
quieren presentar como manipulados idiotas. Incluso si en España hubiese cuatro
millones de peleles -en todo caso serían muchos más-, se trataría de una
incuestionable, casi abrumadora realidad democrática. Vamos a ver pronto cuántos
votos cosecha el sí.