EL CAMINO DE LA MONCLOA
Artículo de Ignacio CAMACHO en “ABC” del 21/11/04
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
QUIENES,
desde dentro y desde fuera del Partido Popular, albergan dudas de que Mariano
Rajoy tenga fuelle bastante para aspirar con posibilidades serias a la
reconquista de la Moncloa, habrán tenido que reconsiderar siquiera parcialmente
su pesimismo a la vista del barómetro trimestral del CIS conocido esta semana.
No tanto porque el PP haya experimentado en los últimos meses un crecimiento
significativo -en realidad, ha bajado más de medio punto en intención de voto-,
sino porque el PSOE de Rodríguez Zapatero ha sufrido un desgaste insólito para
un partido que acaba de alcanzar el poder: nada menos que dos puntos en sólo
tres meses, de julio a octubre. Un descenso francamente inquietante que, a tenor
de las bajísimas puntuaciones de los ministros, no es mayor porque el presidente
continúa gozando de un extraño estado de gracia que parece protegerle de los
desatinos de su Gobierno.
El tono con que Rajoy se empleó el pasado lunes en el Foro de ABC, mucho más
comprometido en la crítica de lo que su habitual sensatez acostumbra a
aconsejarle, da a entender que el líder del PP ha empezado a sacar conclusiones
de los indicios de resquebrajamiento que la demencial agenda del Gobierno
provoca en la imagen del PSOE. El énfasis gubernamental en problemas ajenos a
los de la mayoría de los españoles -matrimonio homosexual, reformas
constitucionales y estatutarias, educación islámica, polémicas lingüísticas- y
la rara propensión de los ministros a meterse en líos con anuncios confusos de
globos sonda y rectificaciones express prometen, en efecto, un campo fértil en
el que labrar una oposición razonable.
Resulta incomprensible que, mientras la mayor parte de los ciudadanos continúa
esperando propuestas serias sobre cuestiones decisivas para su vida y desarrollo
-impuestos, educación, salud, comercio, empresa-, la agenda del Gobierno esté
ceñida a las reivindicaciones de colectivos sociales minoritarios y de aliados
oportunistas como Carod-Rovira, dispuestos a rebañar en su beneficio la
inestabilidad parlamentaria del Ejecutivo, al que no duda en situar al borde de
la humillación en cuestiones simbólicas de menor rango, como la polémica del
valenciano. La sensación de que el gabinete de Zapatero circula por un carril
lateral al margen de los problemas reales de la vida española aumenta en la
opinión pública a medida que el tiempo pasa sin que el Gobierno sea capaz de
confeccionar un programa de trabajo adecuado a las demandas de un país
necesitado de impulso político para sostener su papel en el concierto europeo.
Sólo el crédito personal del presidente -fruto del éxito de su estrategia
gestual, el célebre talante- mantiene a los socialistas con una diferencia
sensible respecto a un PP que aguanta bien el siempre difícil período de
reconstrucción tras su inesperada derrota de marzo.
Es posible, sin embargo, que este desgaste gubernamental impropio de un poder
recién estrenado pudiese reflejarse de un modo más agudo en las encuestas si la
oposición se hallara en condiciones de centrarse en la crítica a la inexistencia
de un proyecto de gobierno, tal como Rajoy apuntó en su comparecencia citada.
Ocurre, sin embargo, que la sombra del 11-M proyecta aún sobre la vida nacional
un espacio de penumbra y confusión que impide al PP apretar con más fuerza las
tuercas que los socialistas se van dejando sueltas por el mapa político.
La necesidad de aclarar las dudas sobre el atentado es tan manifiesta como la
propia existencia de esas dudas, acrecentadas con la aparición de la cinta del
confidente asturiano que advertía de una trama de tráfico de explosivos tres
años antes de la masacre. Pero mientras la tragedia de marzo presida la agenda
nacional, la opinión pública permanecerá más o menos en el mismo punto de
división que cristalizó tras el atentado. De alguna manera, el empeño del PP por
limpiar su imagen y demostrar que la presencia de ETA en la autoría intelectual
de la matanza no es una quimera ni un fruto de la manipulación de Aznar, está
lastrando las posibilidades de sacar mucho más partido de la debilidad y los
errores del Gobierno, al situar el debate político ocho meses atrás, en un
episodio cuyo alcance conmociona la conciencia nacional.
En este sentido, la comisión parlamentaria se ha vuelto en contra de los
intereses del PP, que sin embargo es rehén de su propia voluntad inicial y no
puede avenirse a cerrarla pese a que sus más lúcidos dirigentes entienden ya sin
reservas que su permanencia sólo sirve para proporcionar al PSOE un oxígeno que
de otro modo le faltaría. Aun en el caso de que la intervención de ETA o de
algún otro factor oculto pudiera demostrarse -hasta ahora se trata como máximo
de una certidumbre moral para muchos-, es dudoso que ese dato pudiese volcar
retroactivamente la opinión nacional de una manera decisiva. En cierto modo, el
estancamiento del PP en las encuestas pese al desgaste del Gobierno prueba que
quienes están ya convencidos de que el terrorismo etarra tuvo que ver con la
masacre son los mismos que apoyarían al partido incluso en la hipótesis de que
la versión oficial de la exclusiva autoría islámica resultara cierta y, sensu
contrario, no parece que los partidarios del PSOE vayan a torcer su inclinación
por el hecho de que se evidenciara que el primer diagnóstico de Aznar y Acebes
era más real de lo que aparentaba la secuencia de los hechos en aquellas horas
dramáticas.
La investigación del 11-M ha de seguir por todos los medios, incluida por
supuesto la decisiva participación de los medios de comunicación, pero, como
dijo esta semana en la comisión Ignacio Astarloa, el ex secretario de Estado de
Interior, puede que sólo estemos al principio de ese largo curso lleno de
sorpresas. Precisamente por ello el PP ha de centrarse en un trabajo de
oposición cotidiana que le permita ir cerrando la brecha que aún le separa de
los socialistas, lo que a tenor de la errática deriva gubernamental no parece en
la actualidad demasiado difícil.
Rajoy ha comenzado a marcar la línea, y la torpeza de Zapatero y sus ministros
le facilita la tarea. El conocimiento de la verdad sobre la matanza de marzo es
imprescindible porque despejaría de demonios la conciencia colectiva, pero a la
Moncloa se llega por otro camino, señalado por una flecha que pone «futuro».