HUERFANITOS
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 17.05.07
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Pobrecitas, esas criaturas desamparadas, esos huerfanitos políticos que sin Batasuna o sin ANV se quedarían sin nadie a quien votar para defender su derecho a reclamar la independencia vasca a tiros. Qué pena. Qué democracia tan imperfecta sería aquella que impidiese sentirse representados en las urnas a un montón de ciudadanos... que preconizan el terrorismo como herramienta política y se niegan a condenar el asesinato de sus semejantes. Qué atropello de las virtudes cívicas, qué limitación del horizonte democrático, qué alicortado marco de libertades públicas.
Este argumentario compasivo hacia la base social del conglomerado etarra lo defienden a menudo algunos próceres razonablemente ilustrados del nacionalismo y la izquierda, incluidos varios magistrados y ciertos catedráticos de Derecho Constitucional. Para tan luminosas minervas, la ilegalización de cualquier plataforma comprensiva o cómplice del terrorismo según la doctrina expresa del Tribunal Supremo -la que identifica Batasuna y ETA- constituye un indeseable castigo de marginación para los miles de votantes del brazo político de la banda, que serían así exiliados de la política por el Estado, en vez de desterrarse a sí mismos por su empecinada obstinación en aprobar el asesinato, la coacción y la violencia física. Habría, pues, que proporcionarles un cauce para sostener en las instituciones democráticas el derecho metodológico de liquidar al adversario.
Pero, coño, ¿tan difícil resulta admitir en el siglo XXI que es malo matar a la gente? ¿Tan complicado es aceptar que hasta en las sociedades más atávicas los cómplices del crimen son expulsados de la participación en la actividad colectiva? ¿Tan extraño se manifiesta el aserto de que los enemigos de la libertad no pueden beneficiarse de la libertad para acabar con la libertad?
Pues, por lo visto, sí. Si usted vive en Valencia, en Málaga o en Orense y no le gusta la oferta política de que allí dispone o no encuentra quien se haga cargo de sus civilizadas reivindicaciones, se abstiene de votar y en paz. Si usted es partidario de pegarle a las mujeres o de violar a los niños, tendrá que conformarse con procurar que no le pillen, pero no reclamará que un partido represente su vocación antisocial. Pero si usted vive en el País Vasco y cree que la independencia de ese territorio se debe conseguir poniendo bombas y descerrajando nucas de conciudadanos, tiene derecho a exigir que esa aspiración cuente con el respaldo proporcional de una fuerza política habilitada legalmente en el seno del Estado. Porque sí. Porque si no habrá miles de pobres huerfanitos políticos que se sentirán legitimados para continuar atentando contra la libertad y la vida de los demás.
Venga ya. Parece mentira que a estas alturas todavía haya personas de razonable amueblamiento intelectual capaces de discutir con aparente seriedad sobre una memez tan palmaria. Algo raro pasa cuando el debate político gravita sobre la enfermiza posibilidad de reconocer a los asesinos la libertad para defender la legitimidad del asesinato. Quizá, sencillamente, que nos hemos vuelto todos locos. O estúpidos, que sería más grave.