DETRÁS DEL FÚTBOL
Lo malo es que el
gobierno español, en vez de terminar de hacer los deberes, se dedica al mensaje
mediático
Artículo de José María Carrascal en “ABC”
del 17 de abril de 2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
¿Se puede hablar hoy en España de otra cosa que de fútbol? Mi respuesta es que sí, que no sólo se puede, sino también se debe. El fútbol es sin duda el gran entretenimiento nacional, sobre todo después de habernos proclamado campeones del mundo y de contar con los dos mejores equipos. Pero es sólo eso, entretenimiento, distracción, evasión de la realidad. Pero la realidad llama a nuestra puerta con fuertes aldabonazos. Los españoles no nos damos cuenta de que uno de los temas candentes hoy es si España necesitará ser rescatada. La mayoría de los expertos dicen que no, que España no es Grecia, ni Irlanda, ni Portugal, pero a poco que uno escarbe se da cuenta de que se trata más de un deseo que de una certidumbre. Y si insiste, le reconocerán que la causa de tan inflado optimismo es el temor de precipitar la catástrofe, pues España es demasiado grande para ser rescatada, y su hundimiento podría hundir el euro. Así de sencillo y así de dramático. «Esperemos, terminan, que su gobierno termine de hacer los deberes que ha prometido, y algunos más que tendrá que hacer, por el deterioro de la situación desde entonces».
Lo malo es que el Gobierno español, en vez de terminar de hacer los deberes, se dedica al mensaje mediático, con el presidente viajando al otro extremo del mundo en busca de inversiones, como si los chinos fueran a salvarnos, cuando la salvación sólo puede venir de nosotros, de poner en orden nuestro sistema productivo y financiero, cosa que aún no hemos hecho cuando va a cumplirse un año desde que Bruselas nos diera el primer aviso y cuando los ingresos sacados de la subida del IVA se lo ha llevado la subida del petróleo, los parados son más que nunca y las perspectivas tan malas o peores.
Pero nuestro timonel no aprende, se empecina en el error y se apalanca en la fantasía. No sólo lanza falsos datos sobre los propósitos de inversión de sus interlocutores, sino que ignora sus correcciones e insiste en que «cuando termine el proceso, se verá que cumplirán sus compromisos de inversión en España». Sigue, por tanto, en sus trece, en su show, en el Foro Asiático o en el de las quimbambas, cuanto más lejos mejor, perdiendo credibilidad a chorros, haciendo incluso el ridículo, pensando, uno, dos, tres, cuatro años después de haber negado la crisis, que llegará el milagro salvador, sea de la mano de las aceras, de los brotes verdes o de los chinos. Como si los chinos no conocieran perfectamente la situación española. Como si fueran tontos, cuando se cuentan entre los mejores comerciantes del planeta. Este hombre es incorregible, inaccesible e incurable. Con tan melancólicas reflexiones, me voy a ver el primer asalto de la serie Madrid-Barça. Al menos allí no hay tongo. O eso espero, pues uno ya no está seguro de nada.