Artículo de José María Carrascal en “ABC” del 10 de julio de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
Estoy
hasta el mismísimo gorro de Michael Jackson, su vida, su muerte, sus padres,
sus hermanos, sus hijos (si son suyos), su médico, su agente, su funeral, su
herencia y cuanto a él se refiera. ¡Qué pesadez! ¡Qué aburrimiento! Se lo
encuentra uno en la tele, en la radio, en los periódicos, en las revistas, en
las conversaciones de la mesa de al lado cuando quiere comer tranquilamente.
Que en un momento en que la crisis económica azota a todos los países sin
distinción, que no sé cuántos miles de personas pierden su trabajo cada día,
que otros tantos se mueren de hambre y que, en general, el mundo esté hecho
unos zorros, lo más importante sea un negro maduro empeñado en ser un
adolescente blanco, con la capacidad artística de bailar como aquellos muñecos
mecánicos a los que se daba cuerda con una llave tipo mariposa, asombra e
indigna.
Aunque
nos da una buena idea del mundo en que vivimos, de la endeblez de su fibra, de
la superficialidad de sus metas, de su nula capacidad de distinguir lo
verdadero de lo falso. Michael Jackson, como Madonna, como Prince y tantas
otras figuras del «pop», son ídolos prefabricados, bisutería barata que la
publicidad ha logrado vender como joyas auténticas a un público, generalmente
joven, que ha perdido toda referencia estética, y acepta cuanto le ofrezcan con
la mansedumbre del rebaño y el entusiasmo del ignorante. A menor calidad del
producto, más fuerte será su aplauso, al identificarse con él. Ortega predijo
la rebelión de las masas. Lo que estamos teniendo es su rendición a lo grosero,
a lo grotesco, a lo ordinario, a lo zafio, a lo burdo. Y lo peor es que nos lo
meten por todas partes, a todas horas, por todos los medios. Sin que valga
taparse los oídos, cerrar los ojos, escapar al lugar más remoto. Hasta allí
llegará el vocerío, la charanga y la grosería almibarada.
Lo
único bueno de esta celebración de íconos de pacotilla es su fugacidad. Pronto,
la algarabía desatada por Michael Jackson tendrá que dejar paso a otra
provocada por un pintor que llena sus lienzos de cagarrutas de palomas, de un
«artista comprometido» que se dedica a colgar de los viejos postes de la luz
monigotes o de un «restaurador», me refiero a los que antes se llamaban
cocineros, especializado en servir espuma de olas marinas sobre médula de saúco
a la provenzal. Desde cuya perspectiva, lo de Michael Jackson nos parecerá una
de esa cumbres culturales que organizan nuestras Autonomías cada verano, en la
que no puede faltar un premio Nobel, no importa de qué ramo, una actriz progre
y un famoso, preferentemente de televisión, pero sirve también de la radio o
del espectáculo. Es así como, peldaño a peldaño, volveremos a Atapuerca.
Si es
que no estamos ya.