Artículo de José María Carrascal en “ABC” del 19 de agosto de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
EL
ministro de Justicia está preocupado por la tardanza del Tribunal
Constitucional en pronunciarse sobre el nuevo Estatuto catalán, aunque
justificándola por lo cargado que está de trabajo y lo arduo de la cuestión.
Dios le conserve la vista. Desde aquella sentencia infumable del caso Rumasa, la vida del Tribunal Constitucional ha sido un
descender peldaño a peldaño hacia el infierno de la impotencia, zarandeado por
el ventarrón de la política. Tuvo una buena ocasión de hacerse el harakiri cuando
el Tribunal Europeo de Derechos Humanos le enmendó la plana, negando
legitimidad electoral a las tapaderas de ETA, que él había autorizado. Pero a
estas alturas, nuestro Tribunal Constitucional ni siquiera tiene fuerzas para
morir, tras haber demostrado no tenerlas para vivir. Es un fantasma en el
caserón cada vez más vacío del Estado español, sin saber bien qué pinta en él,
hacia dónde tirar y cuánto va a durar su agonía. Sin percatarse tampoco de que
sirve de coartada a unos políticos que buscan cobertura jurídica a sus
irregularidades. Dicho de otro modo: está cumpliendo justo el papel contrario
al encomendado. Un tribunal que lleva tres años debatiendo la idoneidad de una
ley que afecta a la misma estructura del Estado no es un tribunal, es una entelequia.
Pero una entelequia con graves consecuencias prácticas, pues esa ley ha ido
cambiando la Constitución por la vía de los hechos consumados, hasta el punto
de hacer ya muy difícil, por no decir imposible, rectificarlos, por más
anticonstitucionales que sean, como parecen serlo en parte. Lo que es la mejor
demostración de lo que algunos venimos diciendo desde hace años: que ese
tribunal no es sólo innecesario. Es también perjudicial.
Lo
refuerza el hecho de que él mismo se descalifica, con miembros hace ya tiempo
salidos de plazo, incluida su propia presidenta, al no haber consenso sobre sus
sucesores. Algo que, dado el clima de confrontación política que existe, puede
muy bien ocurrir con el resto, pudiendo llegarse a que todo él esté compuesto
por prorrogados en el cargo, situación rocambolesca para el organismo que se
supone la piedra angular de un Estado de derecho. Pero era también el desenlace
inevitable de haber roto el equilibrio de poderes, dando a los partidos voz,
voto y veto sobre la justicia, que es tanto como encargar al zorro del
gallinero.
Y ni
siquiera eso es lo peor. Lo peor es que si, finalmente, el Tribunal
Constitucional dicta sentencia sobre el nuevo Estatuto catalán, todo apunta que
será tan promiscua, tan alambicada, tan ambigua y vacilante que en vez de
resolver la cuestión de su constitucionalidad, abrirá nuevas polémicas. Lo
dicho: justo el trabajo opuesto al que tiene encomendado. Si es que el
encomendado no era precisamente ése.