Artículo de José María Carrascal en “ABC” del 01 de noviembre de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
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Finalmente,
todos iguales, los del PP, los del PSOE, los nacionalistas. Todos esposados,
todos en la cárcel, todos acusados de prevaricación, cohecho, blanqueo de
capitales y delitos por el estilo. ¿Contentos? Hombre, lo que se dice
contentos, no. Sólo satisfechos de que algunos de los que se dedicaban a tan
deshonestas actividades tengan que dar cuenta de ellas. Pero hay demasiados
agujeros en esa satisfacción para sentirse contento. El primero, el tiempo en
que tardó en actuarse. El caso Pretoria venía investigándose desde 2001 y sólo
ahora sale a la luz. Luego, que hubiera sido denunciado sin tenerse en cuenta,
y haya tenido que ser la Audiencia Nacional quien se hiciera cargo del mismo.
Por último, la proliferación de casos por el estilo en todas las comunidades y
todos los grandes partidos, sin que haya que ser malpensado para imaginar que
los pequeños se libran por no tener oportunidades, pues en cuanto se unen a los
grandes, participan en las fechorías. Estamos descubriendo sólo lo que hay
debajo de una esquina de la manta de que hablaba Pujol. ¿Sabremos algún día lo
que se «afanó» en la Barcelona olímpica y en la Feria Mundial de Sevilla?
No
hay, por tanto, motivos de alegría. Todos somos iguales, sí, pero a la baja,
como está ocurriendo en todo en esta democracia nuestra, mientras nos
deslizamos hacia los últimos puestos en educación, productividad, prestigio y,
ahora, en moral pública. Sin que valga la disculpa de que corrupción la hay en
todos los países. Lo malo es que aquí empieza a formar parte del sistema, a
juzgar por el número de casos y la renuencia de la sociedad civil a ponerles
coto. Lo que demuestra que no es una auténtica sociedad civil, sino un coro de
figurantes que espera poder sacar provecho si «los suyos» se encaraman a lo
alto de la cucaña. No es éste todavía el grado al que hemos llegado. Pero
llegaremos si seguimos por el mismo camino.
La
corrupción viene del dinero fácil e incontrolado, y la mejor forma de atajarla
es cortar el grifo de ese dinero a quienes principalmente lo manejan: los
partidos y los ayuntamientos. Unos partidos políticos que se financian con
dinero del Estado sin dar cuenta a nadie, convertidos en grupos herméticos para
alcanzar el poder, que atraen a todo tipo de sinvergüenzas como la miel a las
moscas. Y unos ayuntamientos sin apenas recursos, que gastan diez veces lo que
ingresan, gracias a la recalificación de terrenos, cuyas plusvalías quedan al
alcance de quienes las manejan. Reformar la financiación de los partidos y la
de los ayuntamientos es condición indispensable para salvar la democracia
española. Así de simple.
Lo
malo es que esa reforma sólo pueden hacerla los partidos políticos. ¿Y cómo van
a cambiar el sistema quienes son los primeros beneficiados del mismo?