SOBRE LA CORRUPCIÓN
Artículo de José María Carrascal en “ABC” del 03 de noviembre de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
Nueve
políticos de Santa Coloma de Gramanet procesados,
veinte, en El Egido, un número indeterminado en
Mallorca, Madrid, Valencia, Canarias, Andalucía y, prácticamente, todas las
Comunidades. Cargos: cohecho, tráfico de influencias, falsificación de
documentos, apropiación indebida y otros por el estilo. La buena noticia es que
la ley les exija cuentas. La mala, lo fácil que les ha sido durante todos estos
años burlarla. La corrupción empieza a llenar la escena política española como
una niebla, impidiéndonos ver claramente los perfiles y robándonos, junto al
dinero, tiempo y energías para los problemas realmente importantes, como la
crisis económica, hasta el punto de que otro de los problemas más urgentes sea
impedir que los jóvenes se habitúen a ella y los mayores pierdan la confianza
en el sistema, desvinculándose de él, hartos de que «todos los políticos son
unos ladrones.» ¿Estamos todavía a tiempo de impedirlo? Sí, pero de continuar
las cosas como van, no por mucho tiempo. Y nos estamos jugando la democracia.
Son
ya bastantes los que piensan que en una democracia hay más corrupción que en
una dictadura. Tremendo error. Lo que ocurre es que en la democracia «se ve
más». Mientras la dictadura la oculta, como el enfermo sus llagas. Aparte de
que la dictadura es ya de por sí una corrupción, al haber secuestrado la
libertad de decidir de los ciudadanos, depositándola en un solo hombre o
partido. O sea, que la corrupción en una dictadura está en el propio sistema,
mientras en la democracia, está en los corruptos. No siendo de recibo achacarla
a la «débil naturaleza humana». En esa altiplanicie alcanzada por las
sociedades civilizadas que es el Estado de Derecho, no hay otro refugio para
las «debilidades humanas» que la compasión, pero nunca la tolerancia cuando
estas debilidades violan las normas de convivencia. Como tampoco sirve de
excusa la frecuencia de tales violaciones. El número de corruptos no legaliza
la corrupción. Es incluso posible que la corrupción a gran escala no sea más
que la lógica extensión de corruptelas aceptadas en el ámbito particular. Es
decir, que la pequeña corrupción sea el caldo de cultivo de la grande. En este
caso, estaríamos ante una sociedad corrompida hasta el tuétano, aparentemente
civilizada, pero que de hecho se rige por la ley de la selva, en la que el más
fuerte se come al más débil sin ninguna clase de miramientos. De «contrato
social», de «compromiso ético», de «solidaridad ciudadana», por tanto, ni lo
más mínimo. Atención, por tanto, a la pequeña corrupción o a la indiferencia
ante ella. «El mal entra como una aguja y se ensancha como un árbol,» dice un
refrán etíope. ¿No estamos teniendo abundantes ejemplos de ello en España?
Hay
también quien diferencia entre la corrupción para aumentar la riqueza y la
corrupción para aumentar el poder. Sugiriendo que la segunda es disculpable,
porque, a fin de cuentas, el objetivo de todo político es alcanzar el poder
máximo. No estoy del todo de acuerdo con tal teoría, ya que las normas hay que
respetarlas siempre, y la corrupción no las respeta nunca. Aparte de que, una
vez obtenido el poder, la riqueza viene por sí sola. Hay pocos poderosos que
mueren en la miseria.
Como
tampoco hay demasiada diferencia entre el corrupto y el que lo tolera, y no digamos
ya, con el que le apoya de algún modo, aunque sea sólo haciendo la vista gorda.
«Tan ladrón es el que sostiene la escalera como el que entra a robar» dice otro
refrán, éste, alemán. O el que, presenciando el escalo, no avisa a la policía.
Pero ¿y si el avisar a la policía no sirve de nada, porque el ladrón estará en
la calle al día siguiente?, puede preguntarme algún lector. Entonces,
estaríamos ya ante un problemazo, al significar que
la corrupción se ha metastasificado en el organismo
social, y va a ser muy difícil extraerla de él, a no ser que se eche mano de
remedios drásticos, como el bisturí.
Pero
estamos dando demasiadas vueltas al toro de la corrupción y es hora de cogerle
por los cuernos. Ante todo, ¿qué es corrupción? El diccionario de la RAE la
define como «el comportamiento poco honesto o ilegal de una persona con
autoridad o poder». La corrupción, por tanto, se da entre quienes tienen poder
o autoridad. Pero para que haya un corrupto, se necesita que haya un corruptor.
Es decir, que a la sociedad le corresponde también un papel en esas prácticas
ilegales. Papel que puede ser activo o pasivo: el de quienes compran a alguien
con poder o autoridad y el de quienes no se rebelan contra ello, ya aceptándolo
como los desastres naturales, ya porque esperan que algún día, de algún modo
les beneficie. Con lo que del lugar común «todos los políticos son unos
sinvergüenzas» pasamos al «todos somos sinvergüenzas potenciales». Lo que
tampoco es verdad. Sigue habiendo personas decentes, incluso entre los políticos,
lo que ocurre es que tales personas han sido arrolladas por la avalancha de
oportunistas que últimamente han irrumpido en la política sólo para medrar.
Urge expulsarlos de ella y la única forma es usar todos los instrumentos que la
ley ofrece, siendo los verdaderos políticos los más interesados en expulsarlos,
especialmente de su partido. Para ello, se necesitan una serie de cambios
estructurales que hagan la corrupción, no imposible, siempre la habrá, pero sí
más difícil y, en cualquier caso, más punible. Me refiero a:
-Las
normas de entrada y salida de la política, estableciéndose periodos más amplios
entre ésta y las actividades privadas, prohibiéndose taxativamente
compartirlas. Como no se trata de dejar a nadie sin medios de vida, podría
establecerse un sueldo para este periodo.
-Los
ingresos de los políticos tienen que estar mucho más controlados de lo que
están. No basta declarar el sueldo, hay que explicar los «extras», a fin de que
haya la garantía de que no son por trabajos que nada tienen que ver con su
labor legislativa o ejecutiva.
-Dejar
a los partidos que vigilen a los políticos (sobre todo a los suyos) es como
dejar a las cabras al cuidado del huerto. Sin que las comisiones parlamentarias
de investigación sirvan para otra cosa que convertirse en campos de batalla,
cada uno en defensa de los suyos, tengan o no razón.
Se necesita, por tanto, crear comités éticos independientes, que estudien y
decidan las posibles irregularidades. El problema, lo reconozco, va a ser
encontrar personas realmente independientes.
-Puede
que lo más urgente sea regular la financiación de los partidos -¡esas
condonaciones de deuda por parte de los bancos! ¡Esas cuentas que nadie
examina!- pero, sobre todo, de los ayuntamientos, todos ellos endeudados hasta
las cejas, al exceder sus gastos con mucho a sus ingresos. Lo que les obliga a
buscarse ingresos por otra parte, la recalificación de terrenos especialmente,
de donde surge la corrupción en la mayoría de los casos. Hay que proveer a los
ayuntamientos para sus gastos, procurando, eso sí, que no se lo gasten en
fiestas y viajes.
Sé
que es muy fácil ofrecer estas fórmulas, y muy difícil llevarlas a la práctica.
Pero algo hay que hacer antes de que la corrupción se coma, no ya a nuestros
políticos, sino a nuestra democracia, tan flacucha ella. Llega un momento en la
vida de los pueblos en el que tienen que preguntarse qué clase de gobernantes
quieren. Y si los españoles contestamos que queremos seguir con los que
tenemos, habrá que pensar que la corrupción no nos molesta tanto como decimos.