CRISIS DE ESTADO
Artículo
de José María Carrascal en “ABC”
del 28 de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
La crisis
económica española es ya una crisis de Estado. ¿La prueba? Lo ocurrido en las
últimas sesiones de ambas Cámaras, donde los partidos, en vez de aunar
esfuerzos para sacar al país del agujero en que se encuentra, como ocurre en
todas las Cámaras del continente, se lanzan acusaciones como venablos y gritos
como guijarros. Una situación que no va a mejorar porque Zapatero haya logrado
salvar por la mínima sus medidas de ajuste. Al revés, va a empeorar, ante el
desconcierto angustioso de la ciudadanía y la desconfianza creciente de los
mercados internacionales. Todo por su forma de gobernar. O, mejor dicho, de no
gobernar, ya que su Gobierno consiste en ignorar los problemas importantes y
dedicarse a los superfluos, en gastarse el dinero en bagatelas mientras
descuida las necesidades, en librar viejas batallas en vez de afrontar los
nuevos desafíos, en sembrar el rencor entre los españoles en vez de buscar lo
que les une. La talla de un gobernante se mide por su capacidad de unir a los
gobernados por encima de las diferencias que pueda haber entre ellos. El debate
de ayer en el Congreso nos ofreció la imagen más exacta del fracaso de
Zapatero: incluso quienes se abstuvieron, permitiéndole sobrevivir por la
mínima, criticaron con tanta o más dureza su gestión que quienes la rechazaron
categóricamente. Si los discursos en las Cortes fueran un referéndum sobre el
presidente, su derrota hubiese sido aplastante, al obtener tan sólo el endoso
de los suyos. Si sobrevive es gracias a algún grupo parlamentario que, temiendo
las consecuencias de que España se quede sin gobierno en situación tan crítica,
han preferido mantenerle, como esas vigas externas que sostienen las casas que
se derrumban.
Los
demás han preferido correr ese riesgo y rechazado las medidas propuestas. No
como castigo al Gobierno, sino por tres razones igualmente legítimas. La
primera, porque esas medidas son improvisadas e injustas, al cargar sobre los
más débiles. La segunda, porque no han sido consensuadas con la oposición, sino
impuestas desde fuera, sin tener en cuenta las características especiales de
nuestro país. La tercera, porque no hay garantías de que las cumplirá un
Gobierno que cambia de opinión de un día para otro. Un presidente que, con la
que está cayendo, tenía previsto irse a Brasil a reflotar algo tan gaseoso como
la Alianza de Civilizaciones y sólo ha cancelado el viaje cuando alguien le ha
advertido que a lo mejor ni necesitaba regresar, es un peligro público.
Cuando,
a estas alturas, Zapatero se pone a dar lecciones de responsabilidad, de
valentía, de patriotismo, se vuelve patético. Si fuese responsable, tomaría las
medidas que le señala la oposición. Si fuese valiente, reconocería sus errores.
Si fuese patriota, se iría. Pero pueden estar seguros de que no hará ninguna de
esas cosas.