Artículo de José María Carrascal en “ABC”
del 04 de junio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Con una apostilla a pie de título:
¿LA EUROPEA Y LA PERONISTA?
Luis Bouza-Brey, 4-6-10, 8:45
No me
refiero a las de siempre, a la de izquierdas y a la de derechas, a la clerical
y a la laica, a la centralista y a la periférica, que desde hace siglos vienen
peleándose con ánimo cainita y una de las cuales ha de helarnos el corazón a
los españoles, como dijo el poeta. Me refiero a la España trabajadora y a la
ociosa, a la que se esfuerza y a la que holgazanea, a la que piensa y a la que
vegeta, a la que brega y a la que espera la sopa boba. Porque esas dos Españas
existen, conviven, por completo al margen de los idearios políticos o de las
clases sociales. Las encontramos en todas las profesiones, oficios, partidos e
incluso familias, resultando fácilmente reconocibles. Unos españoles se vuelcan
en su trabajo, procuran hacerlo lo mejor posible y sacar el máximo provecho de
ello. Otros centran su interés en el ocio, considerando el trabajo una carga,
que procuran eludir en lo posible, sin que ello les cree el menor problema de
conciencia. Suelen ser también los que más protestan, los que más reclaman, los
que faltan a la oficina o al taller con cualquier tipo de disculpa, los que se
buscan atajos para ascender, los que se las ingenian siempre para no dar golpe.
Entre los ejemplares destacados de la especie está el sindicalista «liberado»
de currar y el empresario que, más que producir, anda a la caza de las
subvenciones gubernamentales o comunitarias. También merecen mención el que se
ha agenciado un puestecillo cómodo gracias al carné y
el que hace millones gracias a las conexiones con las altas esferas de los
partidos.
Esas dos
Españas han existido siempre, siendo una de las principales causas de nuestro
retraso secular, ya que un país donde una buena recomendación vale más que un
buen currículum no podrá nunca competir con otro que premia el esfuerzo y la
preparación. Lo más grave es que cuando creíamos habernos convertido en un país
moderno, con una democracia, que es responsabilidad, arraigada, la España de la
holganza y el enchufe ha crecido desmesuradamente en las últimas décadas,
causando que incluso aquellas regiones tenidas por laboriosas y productivas han sucumbido a la mal llamada cultura del ocio y el favoritismo.
Hasta qué punto ha contribuido a ello el Estado de las Autonomías en un país de
fuerte arraigo gubernamentalista como el nuestro no
me atrevo a calibrarlo en un espacio tan escaso como el de una «postal», pero
que la proliferación de la clase política y el crecer de la burocracia lo ha fomentado salta a la vista. Estamos viendo como en
Cataluña se gana hoy más dinero con buenas conexiones con el govern que montando una fábrica. Nada de extraño que hayan
perdido potencia industrial.
Necesitamos
sin duda una reforma del modelo laboral. Incluso van a imponérnosla nuestros
socios europeos de no ser capaces de hacerla nosotros. Pero si la reforma se
reduce a recortar la indemnización por despido va a servir de muy poco. Lo que
de verdad necesitamos en una reforma de la ética laboral, de la moral del
trabajo, premiando a aquéllos que se vuelcan en el suyo y castigando a quienes
lo eluden. Pero eso, coincidirán conmigo, es mucho más difícil y más largo de
conseguir que el recorte de las indemnizaciones.
Lo que
tampoco es excusa para no poner manos a la obra, ya que la alternativa es
volver a aquellos tiempos en que Europa terminaba en los Pirineos. O empezaba
África. Es decir, a las dos viejas, pobres, orgullosas y peleadas Españas.