TOROS Y PROHIBICIONES
Si los toros tienen que
acabarse, que se acaben de muerte natural, con el público no acudiendo a las
plazas
Artículo
de José María Carrascal en “ABC”
del 30 de julio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
¿Y si
esa prohibición de los toros que acaba de decretar el Parlamento catalán
devolviera a la fiesta su viejo brillo? No me extrañaría. Lo prohibido tiene un
atractivo irresistible, recuerden la manzana que nos costó el Paraíso, y si los
catalanes iban a Perpiñán a ver películas eróticas, puede que vuelvan para ver
corridas, aunque algunos las tendrán más cerca en Valencia o Zaragoza.
Los
toros venían languideciendo en Cataluña —17 corridas este año en la Monumental
de Barcelona frente a las cien que llegó a albergar en sus días de gloria—, y
no sería la primera vez que unos legisladores demasiado ordenancistas
cosecharan justo lo contrario de lo que pretendían.
Aunque,
¿qué es lo que realmente pretende proscribirse de Cataluña? Alegan que una
forma de crueldad con los animales. Les creería si los nacionalistas hubieran
mostrado igual sensibilidad para la crueldad con las personas, especialmente
con las víctimas del terrorismo. ¿Recuerdan a Carod Rovira en Perpiñán, no a
ver películas X, sino a algo aún más pornográfico? No creo que haya que ser muy
malpensado para sospechar que se intenta desterrar de Cataluña la fiesta
nacional española. Como intenta desterrarse cuanto huela a español, empezando
por la ñ y terminando por los apellidos. Es una limpieza gramatical, que pronto
pasará a las costumbres y terminará en las personas, como ha sucedido allí
donde el nacionalismo ha logrado imponer su doctrina exclusivista y excluyente.
Lo más curioso es que mientras España se abre, Cataluña, la comunidad española
un día más abierta, se cierra; mientras España se pluraliza, Cataluña se
restringe; mientras España tolera, Cataluña prohíbe; mientras España avanza,
Cataluña retrocede, ya que las comunidades se caracterizan tanto o más por lo
que prohíben que por lo que autorizan.
Aquel
padre del liberalismo político que fue Voltaire dijo algo que viene a resumir
el talante democrático: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero
defendería hasta la muerte su derecho a decirlo». A mí no me gustan los toros.
Asistí hace sesenta años a una corrida y me aburrí soberanamente, por lo que no
he vuelto. Puede que debiera haberlo hecho, para ver de encontrar lo que muchas
personas que admiro definen como su magia. Pero me atraen más mil otras cosas,
y la vida es corta. Ahora bien, hay algo que me gusta aún menos que los toros y
es que se prohíban las corridas. Si los toros tienen que acabarse, que se
acaben de muerte natural, con el público no acudiendo a las plazas, no por la
prohibición dictada desde un parlamento, con fuertes connotaciones políticas y
clara intención antiespañola.