LA
SOCIALDEMOCRACIA PERDIDA, OTRA VEZ
Artículo de Antonio Cazorla
en "El
País" del 30-1-12
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
En el combate contra la crisis, los que han ganado son la
derecha pura y dura y el capital especulativo. Los "mercados" no han
ganado a la "política", sino a las políticas progresistas y los
socialdemócratas han ayudado
En su magnífica historia de la II Guerra Mundial (All Hell Let
Loose), Max Hastings cuenta el comentario de un ama
de casa británica que se sorprendía de que su Gobierno tenía en 1939 todo el
dinero necesario para hacer la guerra cuando hasta entonces había estado
diciendo que no podía endeudarse para reactivar la economía, o para ayudar a los
pobres. Liderado por el laborista Ramsay MacDonald (entre 1931 y 1935), el National
Government que gobernó Reino Unido durante toda la
década de los treinta fue una coalición de los principales partidos británicos,
pero en realidad estuvo controlado por los conservadores. Este fue el Gobierno
de la Gran Depresión, que hizo cortes en el gasto social para preservar el
prestigio de la libra y reducir el déficit. El resultado fue que el sufrimiento
de la Depresión fue para los parados. Muchos de los que conservaron su trabajo
y los que tenían rentas de capital de hecho mejoraron su poder adquisitivo.
Dicho con otras palabras: la sociedad británica se fraccionó aún más bajo un
líder laborista que hacía políticas de derechas.
La socialdemocracia de hoy, como el laborismo resignado
de MacDonald, ha abrazado la ortodoxia para combatir
la crisis. Como explicación / justificación a menudo se dice que los
supuestamente neutrales "mercados" han ganado a la política, a toda
la política. No es verdad. Los que han ganado son la derecha pura y dura y el
capital especulativo. Los "mercados" -o más bien las agencias de
calificación, la City, Wall Street, los hedge funds y otros- no se han
lanzado a aniquilar a los Gobiernos que los han tratado tan bien, a base de
salvarlos de la ruina, no pedirles responsabilidades, darles impunidad para
seguir haciendo daño y beneficios fiscales. Los "mercados" no han
atacado a los Gobiernos de Cameron u Obama, a pesar
de sus déficits abultados, muy altos niveles de deuda y la impresión masiva de
moneda. Les han pedido y obtenido más, eso es todo. Los "mercados" no
han ganado a la "política", sino a las políticas progresistas.
Lo malo es que la socialdemocracia europea les ha ayudado
mucho. Porque a ella y a lo que quede de la democracia-cristiana reformista
(los impulsores del milagro económico y social de posguerra) les han fallado la
memoria y los reflejos desde mucho antes de que la crisis estallara. Desde los
años noventa, dejaron de reflexionar seriamente sobre en qué beneficiaban a la
sociedad y a la economía real la desregulación por la desregulación, la moneda
única, que el sector financiero aumentase porcentualmente varias veces por
encima del crecimiento de la economía real, y, especialmente en España, la
especulación inmobiliaria (que los Gobiernos y alcaldes de izquierdas apoyaban
tanto como los de derechas). Para colmo, dejaron que se diseñase a la Unión
Europea cada vez más a partir de los intereses del dinero que de los del
conjunto de la sociedad, confundiendo a "más Europa" con una Europa
más progresista. Ahí está para probarlo, por ejemplo, cómo se ha decidido que
funcione el Banco Central Europeo.
Cegada por las estadísticas del PIB en los años de
bonanza, la socialdemocracia se olvidó de que el crecimiento sólido y armónico,
no el espectacular-especulativo, y la participación en condiciones de igualdad
de los agentes sociales, son los que crean estabilidad económica y capital
social; en suma, los que garantiza el verdadero progreso. En cierto modo, la
socialdemocracia abrazó una caricatura de la Tercera Vía: riqueza para todos a
base de crecer mucho sin mirar muy bien de dónde venía esa riqueza ni adónde
iban los valores sociales. Sus políticas se basaron a menudo en dejar que la
riada del crecimiento por el crecimiento, a menudo especulativo, nos fecundase,
como el Nilo de los faraones, a todos. Se crearon o se improvisaron programas
sociales financiados con dinero fácil y barato, pero dentro de un trato que
implicaba permitir que el capital fuese libre para saltar fronteras y regulaciones.
En el proceso, las reglas de juego establecidas en la posguerra europea se
tornaron contra los productores -empresarios y trabajadores- que no cruzamos
fronteras como el dinero sino que vivimos en una casa, en una familia y en una
comunidad. En suma, la izquierda gobernó usando una tarjeta de crédito prestada
por los "mercados", cuya cuenta, inflada por los intereses, pagamos
ahora.
Lo malo es que no tenía que haber sido así, porque ya
sabía la socialdemocracia que esto podía suceder, y cómo evitarlo. Mucho de lo
que estamos viviendo ya pasó durante la Gran Depresión. Entonces y ahora, los
desequilibrios financieros y la especulación causaron la crisis; y la derecha
la administró, en beneficio del capital, mientras que la izquierda no sabía qué
hacer. Los socialdemócratas de entreguerras se negaron a desafiar la ortodoxia
económica que precisamente trajo la crisis primero y luego causó que esta se
extendiese y se acentuara. El resultado fue que, en los años treinta, la
socialdemocracia casi desapareció del mapa (como hoy está en la oposición en
casi todos los países de Europa) atrapada entre el miedo a los mercados y la
falta de alternativas creíbles. En Reino Unido, por ejemplo, el único político
laborista de peso que desafió a la ortodoxia económica fue Oswald
Mosley (ignorado, acabó fundando la British Union of Fascists). La excepción a este panorama desolador, para la
sociedad y para la democracia, fue Suecia, donde los socialistas adoptaron
políticas que luego se conocerán como keynesianas. Lamentablemente, el valor y
la imaginación de los socialdemócratas suecos, que les valió estar en el poder
durante décadas, contrasta con la amnesia autodestructiva de los
socialdemócratas europeos de hoy, y, por supuesto, los españoles, que hace unos
meses expulsaron a Keynes de nuestra Constitución.
Nadie sabe hoy cómo o cuándo vamos a salir de la crisis.
Pero, como en la Gran Depresión, la socialdemocracia europea o está muda o
repite sin convicción que va a gobernar con fórmulas que en realidad no piensa
aplicar. Nadie se cree, por ejemplo, que las medidas de un hipotético Gobierno
de Rubalcaba hubieran sido muy distintas de las de Rajoy. Lo que sí sabemos es
que ya tampoco valen alternativas estrictamente nacionales como la sueca en los
años treinta y que la solución tendría que ser, como mínimo, europea.
Desgraciadamente, Merkel y Sarkozy, los dos líderes
que quizás puedan decidir más o menos cómo salir del laberinto de la deuda y
del marasmo económico, no parecen tener el talante valiente y heterodoxo necesario.
Son políticos de derechas muy convencionales que se niegan a oír propuestas
diferentes que economistas de prestigio, e incluso The
Economist, llevan meses pidiendo a gritos. Ambos
líderes por un lado, van a remolque de los "mercados" y, por otro,
han renegado de las mejores tradiciones reformistas y solidarias de la
democracia cristiana que salió de la última guerra mundial. En consecuencia, ni
retan a las causas profundas de la crisis ni ofrecen más alternativa que la del
sufrimiento. Pero mientras que oímos repetidamente su monólogo, lo que no se
oye es la voz unida y disonante de la socialdemocracia.
La socialdemocracia europea está pagando el precio
político de haber olvidado sus valores fundacionales de ética, comunidad y
sobriedad, y por ellos carece de un modelo alternativo al impuesto por los
"mercados". Más grave aún, parte de sus bases electorales potenciales
está pagando un alto precio personal de miseria y desencanto. No es
sorprendente que no vayan a votar, o que, en medio de la creciente fractura
social, muchos lo hagan por la derecha, que por lo menos parece honesta en su
oferta de sufrimiento e individualismo. Tristemente, esto, y otras cosas peores
que puedan venir, ya se han visto antes. Pensemos, por ejemplo, en el éxito
creciente de la demagogia ultraderechista.