APUNTES SOBRE CATALUÑA Y ESPAÑA
El problema sigue
estando en la resistencia del PP a reconocer la diversidad de España y en la
obstinación de los sectores catalanes que magnifican las fricciones y minimizan
los avances históricos conseguidos
Artículo de Carme Chacón y Felipe González en “El País” del 26 de julio de 2010
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para
incluirlo en este sitio web.
Cataluña es hoy uno de los sujetos políticos no
estatales, llamados naciones sin Estado, con mayor nivel de autogobierno de
toda Europa, gracias a la Constitución española de 1978 y a los Estatutos de
Autonomía de 1979 y 2006.
El camino recorrido por nuestra democracia ha ido
superando dos resistencias. La de los centralistas, que consideran el proceso
como un debilitamiento de la nación española y una afrenta al castellano. Y la
de los separatistas, que presentan los avances como un engaño y magnifican cualquier
fricción como ofensas a Cataluña.
La Constitución y los Estatutos, como el bloque
institucional básico que asegura tanto la articulación de España como la
cohesión interna de Cataluña, han sido las normas que mayor apoyo social han
alcanzado nunca en Cataluña. Son las normas que permiten la convivencia de
identidades diversas en un mismo espacio y con las mismas reglas de ciudadanía.
Una amplia mayoría de catalanes compatibiliza su
identidad catalana y española, sin considerarlas excluyentes, con un acento
mayor o menor en cada una de ellas.
En esta perspectiva ha de entenderse el proceso de
tramitación del Estatut de 2006 y la sentencia del
Tribunal Constitucional. Pero esta merece algunas consideraciones:
- Los votos particulares que respaldan la impugnación
del PP expresan una visión preconstitucional del Estado. Se niega la noción
misma de autogobierno, se cuestiona la inmersión lingüística que cohesiona a
Cataluña, se escatima la condición de parte del Estado a la Generalitat, y se
llega a desfigurar incluso su nombre. Y, para ello, se invoca como autoridad
jurídica y política... la Biblia.
- La sentencia aprobada por la mayoría del TC resulta
ambivalente. En su fallo preserva la inmensa mayoría de los preceptos
estatutarios y rechaza casi todas las objeciones del recurso del PP. Pero en
los fundamentos de la sentencia se refleja un desconocimiento de la diversidad
catalana en la realidad española. Usa expresiones ofensivas: ciudadanía
catalana como "una especie de subgénero de la ciudadanía española";
injustificada primacía natural de cualquier norma estatal, u obsesión
injustificada por la indisoluble unidad de la nación española.
- Si a ello se unen las dilaciones, la obstrucción
intencionada de su renovación por parte del PP, o la recusación de algún
miembro, se entiende perfectamente que la sentencia del TC, mucho más que el
fallo, produjera indignación y rechazo en sectores amplios de la sociedad
catalana.
En rigor, los efectos jurídicos del fallo sobre la
realidad del Estatuto son pequeños. No solo por la extensión del texto afectado
-un solo artículo e incisos de párrafos de 13 artículos sobre 238-, sino
también porque la práctica totalidad sigue en vigor, y podrá ser desarrollado
con la misma normalidad jurídica y política con la que se ha hecho en los
cuatro años transcurridos.
El fallo consagra y constitucionaliza el mayor nivel
de autogobierno alcanzado; reconoce derechos propios a los ciudadanos de
Cataluña, y todas las competencias que el Parlament
había propuesto. Reconoce los derechos históricos, el estatuto lingüístico, la
bilateralidad en las relaciones con el Gobierno central y convalida el sistema
de financiación y la organización territorial propia de Cataluña. Por tanto,
mayor autogobierno institucional y de fuentes del derecho.
El problema no radica, pues, en la Constitución, que
se ha revelado por más de tres décadas como un texto incluyente de la
diversidad y ha permitido el desarrollo de un proceso federalizador
en la configuración del Estado de las Autonomías, aunque no estuviera
contemplado en su letra. Tampoco radica en este Estatut,
a pesar de las insidiosas campañas del Partido Popular sobre la ruptura de
España o el tutelaje de ETA. Estos cuatro años de desarrollo sin fricciones lo
demuestran.
El problema sigue estando en la resistencia del PP a
reconocer la diversidad de España y en la obstinación de los sectores catalanes
que magnifican las fricciones y minimizan los avances históricos que hemos
vivido. Y radica también en la falta de energía de quienes desde Cataluña y
desde el resto de España apostamos por la vía del entendimiento y rechazamos
tanto el camino de la imposición uniformadora como el de la separación.
El malestar que predomina en Cataluña se observa con
extrañeza en el resto de España. Como ya sucedió con la aprobación del nuevo
sistema de financiación, un 5% de problemas ensombrecen el 95% de avances y
soluciones.
Las responsabilidades políticas de esta situación
están repartidas, aunque en distintas proporciones. Todas las fuerzas políticas
incurrimos en oportunismos. Pero los más responsables de la situación son los
que, tras perder la votación sobre el Estatut en las
Cámaras y en el referéndum, decidieron recurrirlo al Constitucional, para pasar
a continuación a bloquear su renovación, a torpedear su composición y a
presionarlo. También tienen grave responsabilidad quienes se excluyeron del
consenso del Estatut y ahora se rasgan las vestiduras
reivindicando la misma norma que rechazaron. Eso sí, proponen como mágica
solución la independencia con argumentos que combinan la apelación a las
emociones -especialmente las negativas- con la invocación de un grosero cálculo
económico cada vez más distante de las tradiciones progresistas y más cercano a
los postulados de la Liga Norte italiana.
Tras la manifestación de Barcelona, ya ha habido quien
ha proclamado sin más que la vía del autogobierno está superada, sin tener en
cuenta la pluralidad de opciones que animaban tanto a los asistentes como a los
no asistentes. Sin embargo, la vía del autogobierno, como la de la
Constitución, es la única con plena vigencia.
Lo que ha caducado es la composición del Tribunal
Constitucional. Por eso urge su cambio, que aliviará la pesadumbre que produce
la lectura de las 800 páginas de esta sentencia y que nos lleva a añorar los
tribunales presididos por García Pelayo, Tomás y Valiente o Cruz Villalón.
Cuando se disipe la espuma y se observe con serenidad
la situación, se comprobará que no hay un antes y un después. La historia de
las relaciones entre Cataluña y España, con encuentros y desencuentros, es una
realidad multisecular, cuyo devenir hay que medirlo en unidades de tiempo más
amplias que los incidentes de recorrido. Y en esta relación se reiteran las
posiciones abiertas desde el siglo XIX.
- La de quienes se identifican con una historia única,
con una sola lengua, en una España uniforme. Apoyan la involución que preconiza
el PP y sus medios, azuzando el desencuentro, y ahora miran para otro lado
esperando que la tempestad amaine.
- La de los que nunca han aceptado un espacio público
compartido con España; la del lamento independentista y soberanista que exagera
y amplifica los agravios y, cuando no existen, los inventa.
- Las de quienes no confundimos el griterío anticatalanista de los centralistas con España, igual que
distinguimos entre una minoría estridente de catalanes y Cataluña; los que
pensamos que esta sentencia no es la Constitución; los convencidos de que la
fuerza de España está en su diversidad, en la potencia del autogobierno, de la
federalización inserta en el marco normativo que nos dimos. Es el camino de la
mayoría de catalanes y españoles.
Lo conseguido hasta ahora, convivir en paz y libertad
sin renunciar a lo que somos ni a lo que queremos ser, es lo que importa, a
pesar de quienes se empeñan en atizar el enfrentamiento. Nuestro reto no se
limita a restituir los preceptos del Estatut
objetados que pueden recuperarse. Va más allá. Debemos demostrar que estos 30
años de convivencia y autogobierno no han sido un paréntesis, sino el inicio de
una nueva etapa; hemos de poner de manifiesto que la Constitución de 1978 fue
punto de encuentro y de partida; que la concepción de España como "Nación
de naciones" nos fortalece a todos. Que no hay ninguna razón para rechazar
la diversidad identitaria que caracteriza a España
como una nación política y cultural, no como un mero armazón jurídico. Este
reto exige perseverancia y energía, porque implica trabajar sobre una materia
que no son solo preceptos legales, son emociones y sentimientos de pertenencia.
Pero en este reto nos jugamos la convivencia libre, democrática, en paz.