UN PAÍS CONTAGIADO POR LA APATÍA
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
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No sé si me estoy volviendo paranoico, pero tengo la sensación de que la
sociedad española está siendo víctima de un contagio mucho peor que el de la
gripe A: el de la indiferencia, la pasividad, la aceptación fatal de lo que
sucede a nuestro alrededor.
Las encuestas no pueden medir este fenómeno que se expresa en pequeños signos de la vida cotidiana, pero que está profundamente interiorizado en las conciencias.
Los
españoles -que éramos un pueblo rebelde, indisciplinado e individualista- nos
hemos convertido en un colectivo sumiso, políticamente correcto y con miedo a
defender nuestras opiniones en público cuando difieren de las dominantes.
Estos
signos corresponden, en parte, a la sociedad de masas a la que hacía referencia
Ortega y Gasset, que pensaba que el hombre perdía sus principales valores en
una civilización tecnificada y consumista.
Pero
creo que, además de ese espíritu del tiempo, hay en la sociedad española una
peligrosa tendencia a la abulia, a la aceptación pasiva de las injusticias y
los abusos del poder. Nos estamos volviendo cada vez más egoístas, sea por la
crisis económica, por el bienestar material del que todavía disfrutamos o por
la telebasura que nos acecha.
Descendiendo
al terreno de lo concreto, he visto en la calle hace pocos días cómo la gente
pasaba de un anciano desorientado, que pedía ayuda lastimosamente mientras los
viandantes miraban para otro lado. Es la misma actitud de quien asiste
pasivamente a un atropello en su trabajo o de quien no se atreve a intervenir
cuando unos gamberros molestan a una inmigrante en un vagón de metro.
Si
somos incapaces de reaccionar ante lo que acontece a nuestro lado, no cabe
sorprenderse de la indiferencia con la que observamos la corrupción, la
manipulación y los abusos de los gobernantes.
Los
dos partidos mayoritarios, PSOE y PP, ni siquiera se molestan ya en guardar las
formas y contemporizan con escándalos que provocarían sonrojo al más consumado
de los sinvergüenzas. ¿A qué esperan Camps, Costa y Rambla para dimitir?
Hemos
llegado a interiorizar que en política vale todo: ahí está la desastrosa
gestión de Zapatero, que va camino de los cuatro millones de parados tras
prometer pleno empleo. O el despilfarro de los dirigentes autonómicos que
gastan cantidades astronómicas en arreglar sus despachos o en estudios que para
nada sirven. O peor todavía, la degradación de nuestro sistema educativo.
Nadie
es responsable de nada, pero lo peor es que tampoco parece importarle a la gran
mayoría de ciudadanos que ha optado por refugiarse en lo privado tras abdicar
de la política.
España
es un país en decadencia, como lo era en 1898, pero ahora simulamos que todo va
bien porque nadie quiere ser acusado de catastrofista o de carca. Casi todo
tiene remedio, pero hay que empezar por despertar esas conciencias adormecidas
para salir de la confortable apatía que nos empuja hacia la autodestrucción.