SANT JORDI, Y TIEMBLA ESPANYA!
La farsa del Estatut no es sólo una pantomima cafre. Es algo más
perverso, ya que no más grave
Artículo
de Tomás Cuesta en “ABC”
del 03 de julio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Bodrio
jurídico, dislate conceptual, enjuague temerario... A la sentencia del Estatut, en líneas generales, la han llamado de todo menos
guapa. Algo tendrá el agua cuando la maldicen, por mucho que a Rajoy le parezca
potable. Y algo querrá decir, también, que Zapatero se encuentre tan a gusto
chapuzando en el charco. Lo que resulta obvio, en cualquier caso, es que,
detrás de la atorrante algarabía que el fallo del Constitucional ha puesto en
danza rebufan la impostura a palo seco y el oportunismo a saco. El pobre José
Montilla, pobre de pedir árnica, se ha envuelto a la carrera en el sudario de Companys a fin de completar una licenciatura en
fantasmadas. El señor Mas, qué menos, se apresta a defender la dignidad de
Catalunya con denodados bríos, caballeresco empuje e indesmayable brazo. Ahí es
nada, monada. El rey Artur cabalga con rumbo a Camelot, paraíso del trile y de las camelancias, llevando
en las alforjas el Grial de la patria. ¡Sant Jordi, y
tiembla Espanya! Mientras, Duran i Lleida, que es más
hombre de Salves que de salvas, se coaliga con el abad de Monserrat
y, apuntando al cielo, advierte: «Hasta aquí hemos llegado». No obstante, habrá
que esperar a octubre, cuando las urnas hablen, para saber a dónde llega, a
corto plazo, el gatuperio estatutario. Sobre adónde nos lleva, huelga el
interrogante: «de iure» y, también, de facto», vamos en derechura hacia ninguna
parte.
Nada
en política sucede sin que responda a un cálculo de rentabilidades. Así pues,
no es extraño que lo que parece un deliquio irresponsable pueda ser una bomba
de relojería perfectamente armada. La hilarante farsa del Estatut
(reír por no llorar, ya saben) no es sólo una pantomima cafre en la que
naufragan los políticos y los magistrados. Es algo más perverso, ya que no más
grave. Forma parte de un plan que, si alcanzara a concretarse, imposibilitaría
al PP salir de su aislamiento y defenestrar a Zapatero por la vía del pacto. El
despliegue de la estrategia es meridiano. Montilla, al escudarse en el bies de
la «senyera» como los bandoleros de otro tiempo se
acogían a sagrado, ha hecho que la parroquia cierre filas —prietas las filas,
recias, marciales— como en la pujolandia de los
mejores años. El tic del sacamantecas español ha vuelto a dispararse. Quizá el
honorabilísimo bachiller de Iznajar no lograra pasar
por filtros académicos ni cedazos intelectuales; tal vez Carl Schmitt le suene
a lateral del Bayern, pero la «teoría del enemigo» se
ajusta igual que un guante a su perfil de aparatchiki
inveterado.
«El
enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo»,
escribía Schmitt en 1932. «Simplemente es el otro, el extraño», aquel cuya
existencia misma me amenaza y frente al cual yo puedo desencadenar la identidad
defensiva de los míos. La nación se construye en esa reacción frente a la
amenaza. Y quien sabe inventar un enemigo, puede aunar a cuantos se sienten
amenazados. La dramatización del vampiro castellano que hunde sus colmillos en
una Cataluña exangüe, funciona admirablemente, siempre ha funcionado. Y la
lógica de lo peor regresa al escenario. Sólo un pacto del PP con CiU y con el
PNV abriría el horizonte a la alternancia y, antes de eso ocurra, urge avivar
la hoguera de las identidades.
Al
cabo, que la derecha no lea a Carl Schmitt no es cosa que pasme. Lo
imperdonable es que haya olvidado a Gila, que fue un maestro de la divulgación
política y un teórico admirable: « ¿Está el enemigo? Que se ponga...» (Y don
Mariano que se ponga el casco).