FACHENDAS
Entendida la política como el apalancamiento en barra libre, Mas no
necesita cash. Le vale con
dinamitar la caja única
Artículo de Tomás Cuesta
en “ABC”
del 01 de febrero de 2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
A los políticos catalanes les cuadra perfectamente la
definición del fachenda, cuyo ampuloso empleo de la
retórica camufla las telarañas en los bolsillos y de las ideas. De suyo, un
político catalán, como buen milhombres, carece de todo pero no se priva de
nada, dado que el capital a disposición de sus negociados procede de los
recursos públicos, del común. Y con la misma apostura que nombra embajadores
sobrevuela las alfombras con la monserga de las componendas, la mandanga del
matiz y el mondongo de las sutilezas. Sea cual sea su partido, el político
catalán asume la teoría del agravio, la práctica del victimismo y la coartada
del contable tanto para deambular por Barcelona como para circular por Madrid,
en una suerte de trote cochinero cuyo mantra es el supuesto desequilibrio
fiscal entre Cataluña y el resto del mundo. Incapaz de vivir en tres
dimensiones, las cuentas y los cálculos de la clase política catalana abocan
irremediablemente a la insolidaridad y a un permanente estado de agitación
similar al de quienes creen que les han timado con el cambio, por sistema. La
uniformidad («transversalidad», según los usos
políticos del oasis) es el sustrato de su irresponsable relación con el poder,
basada en la enajenación de culpas, el acaparamiento de prebendas y el
desistimiento en las competencias. Nunca es culpable y siempre se mueve en
manada, al calor de un difuso pero eficaz localismo que les exime de rendir
cuentas o le facilita traspasar el mochuelo.
Si el tripartito sólo ha dejado eco en las arcas de la
Generalitat, el gobierno de Artur Mas mira para otro
lado, de igual modo que Maragall decidió en su día no levantar las alfombras de
Pujol. Sobre el consenso, pero corporativo, se funda esta sociedad de intereses
(el amplio cajón del catalanismo) cuyo último hallazgo se debe al esclarecido
Durán, el democristiano mejor valorado de España (para que luego digan), quien
ante una alusión a sus pensionadas señorías se plantó ante la canallesca y dijo
eso de «¿qué quieren, un parlamento de pobres?». Nada
más lejos, al menos de la realidad. Otra cosa es lo que piensen los españoles,
a quien el «molt honorable» reprocha con crudeza un
presunto vivir a costa de sus primos de Cataluña basado en la superposición de
unas cuantas creencias y no pocas leyendas urbanas sobre el reparto del trabajo
en España y las refutaciones del estajanovismo. El
destilado de todo ello es un mejunje por el cual la culpa siempre es de los
demás, menos industriosos y más afectados que el catalán medio a quien aseguran
representar. Así que si no hay dinero, bonos y palos, el desequilibrio fiscal,
el per, el par y todo lo que haga falta para que no se note que la Generalitat
maneja más que Baden Württemberg
y que Baviera; que no se diga que, en realidad, la prioridad del Gobierno
catalán es debilitar al Estado, lo que cuesta un congo
cuando se trata de rivalizar en solvencia y boato con los requerimientos monclovitas. Entendida la política como el apalancamiento
en barra libre, Mas no necesita cash. Le vale con dinamitar la caja
única, pedir rescate por la hucha y rezar para que no haya mayoría absoluta. O
sea, una escalera de color pero con ases en la manga.