Artículo de Tomás Cuesta en “ABC” del 11 de julio de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
No les
falta razón a aquellos que proclaman que, hoy por hoy, «a hores
d´ara», el catalán anda pachucho, tirando a
agonizante. El «vaso de agua clara» (Pemán «dixit»)
del que bebieron Riba y Pla, el inmenso Carner y el
mundano Sagarra, se ha convertido en una jerigonza
turbia que infaman al unísono los medios de comunicación de mesas (no de masas,
puesto que se sustentan, pitas, pitas, a costa de las dádivas) y la reala
intonsa de los politicastros. Por no mentar a los supuestos portavoces de una
«sociedad civil» de pega que es, en realidad, de paga. O a los pigmeos que
emborronan la estafilla literaria. El catalán -que siguió siendo una lengua de
cultura a contrapelo del régimen de Franco- ahora es un aval de adhesión
inquebrantable ante los que gestionan el cupo de poltronas y la plantilla de
sumisos funcionarios. Cualquiera puede llegar a «president»
(ahí tienen a Montilla, que es un ejemplo irrefutable) sin saber si la
utilización del partitivo es una herencia del bantú o del occitano. Por contra,
los que aspiran a una plaza de ordenanza, tienen que ser capaces de salir a la
pizarra a dar cuenta del cómo, el cuándo y el porqué las vocales son abiertas o
«tancadas».
En
cualquier caso, el objetivo de la funesta Ley de Educación que viola a
conciencia (de hoz y coz, «pel devant
i pel darrera», por detrás
y por delante) los derechos que asisten a los ciudadanos, no es remediar la
decadencia del idioma vernáculo a costa de arruinar el castellano. Lo que
persigue es transformar en zombis (o en robots; cualquier inversión en I+D está
justificada) a las generaciones venideras. Formatear la respuesta emocional de
los votantes del mañana. De ahí, que con independencia del pedigrí de cada cual
y de que haya venido al mundo en Mollerusa o en
Córdoba la llana, todos quienes atracan -¡y vaya que si atracan!- en el
embarcadero de la Plaza de Sant Jaume pretendan
liquidar la libertad administrando ideología en vena y filología en cápsulas.
«Per collons» y por las bravas, que nadie se llame a
engaño. Lo esencial es que la identidad se vea reforzada y no contaminar la
estupidez de «casa nostra» con inopias foráneas. A
fin de cuentas, y aunque Rodríguez Zapatero se esfuerce en abolir las
diferencias entre los zotes de solemnidad y los molondros carentes de pompa y
circunstancia, en el terreno de las aulas todavía hay clases. «Els joves catalans»,
dentro de pocos años, tendrán el privilegio de ser analfabetos redoblados. Ni
podrán descifrar un soneto de Foix («Sol, i de dol, i amb vetusta gonella...»), ni sabrán qué demontre significa diantre.
¡Analfabetos redoblados, casi nada! En Extremadura, en cambio, deberán
conformarse con el título de analfabetos redomados. Y aún nos deberían dar las
gracias.
Si es
cierto que el catalán se encuentra en baja forma también es obvio que la
burricie a espuertas y la ignorancia a saco no le ayudarán a superar el trance.
En cuanto a la campaña de depuración lingüística que promueven Montilla y sus
secuaces, es un empeño estéril, amén de una falacia. Lo que corre peligro en
Cataluña no es el español, que se defiende solo, sino la propia España.
Fomentar el rencor, falsificar la historia, atizar el desdén, minar la
tolerancia... O sea, aprender de cabo a rabo a desaprender España. Asignatura
obligatoria -obligadísima- pese a que no aparezca en los temarios.