BENDITA CRISIS, CON PERDÓN
Artículo de Tomás Cuesta en “ABC”
del 01 de junio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
A los
que entonces se rindieron ante el crimen les toca hoy rendirse a la evidencia.
De aquellos polvos, vinieron estos lobos. Hambrientos. Y la quiebra moral de
hace seis años, anticipaba esta bancarrota financiera. Que es moral. La crisis
fue mundial. La ruina es nuestra. Los políticos la hicieron: esos que no
pensaron más que en defender sus privilegios. Y sus sueldos. Ahora la venda ha
caído.
No
destruyen las crisis. Barren sólo lo ya muerto. ¿Cuándo hay crisis, para los
clásicos de la economía, para Smith como para Ricardo? Cuando los desajustes
-inicialmente sólo residuales- entre valores y precios acaban por colapsar la
distribución automática de los valores en el mercado. Crisis es el modo cruento
de constatar que una parte de la economía está ya muerta, aunque se empecine en
revestir los festivos oropeles de la vida. Hay que enterrar esos sectores que
son ya cadáver. Después, la lógica del beneficio volverá a redistribuir el
capital disponible a la busca de nuevos sectores. Como toda cirugía, la amputación
de zonas necrosadas a la cual llamamos crisis es dolorosa. Tanto más, cuanto
más largo fue el ciclo de ascenso. Puede que nunca, en la historia del
capitalismo moderno, lo haya sido tanto. Ni siquiera en 1929.
Pero el
«esfuerzo», la «sangre», el «sudor» y las lágrimas que hay que pagar para
sobrevivir a esa noche oscura, sólo puede exigirlo aquel poder político cuya
autoridad moral está intacta. O, si no intacta, al menos no del todo
envilecida. Y ahí comienza la tragedia, no el problema, de la España moralmente
descoyuntada. Es cierto que el déficit público ha tomado dimensiones
monstruosas; pero hasta un déficit público monstruoso podría ser solucionable,
a costa de disciplina y esfuerzo. A todos nos produce horror la constancia de
que un veinte por ciento haya perdido su trabajo; no es imposible tampoco salir
de ello, aunque haya de ser a costa del mayor esfuerzo colectivo. Pero, ¿qué
dirección política podría hoy exhibirse capacitada para emprender tal tarea? El
déficit público puede ser solucionado. El de decencia, no. Un chascarrillo de
moda en los años de la Gran Guerra preguntaba por la diferencia entre las
situaciones de Alemania y Austria. Para responder que en Alemania la situación
era seria pero no desesperada, y en Austria, desesperada pero no seria. La
España de Zapatero es hoy desesperada, pero nada seria. Todo es astracanada.
Sangrienta, si se quiere, pero astracanada. Astracanada de un país en el cual
bastaría con que los grandes partidos firmasen solemnemente el pacto de robar
todos un 15 por ciento menos, para enjugar un buen pellizco de la crisis.
No es
crisis del mercado, lo que estamos viviendo. Lo es de los mercaderes. Porque de
aquel mercado que describiera Smith muy poco queda. Los políticos han invadido
la economía; y nadie invade la economía desinteresadamente. El modelo de Estado
autonómico no funciona, no puede funcionar en una elemental lógica de gastos.
El Gobierno de la nación está en manos de una banda de incompetentes, la
mayoría de los cuales jamás ha cotizado a la Seguridad Social por profesión
alguna. La eficacia de la oposición es perfectamente descriptible. Los
sindicatos hacen palidecer al gang camionero de Jimmy
Hoffa; las que un día fueron organizaciones autónomas
de la clase obrera, son hoy dirigidas por dos personajes de vida laboral
desconocida. La patronal la guía un empresario en quiebra... No hay ya donde
volver los ojos que no sea quevediano «recuerdo de la
muerte». Esa es la crisis sin fondo. Y sin respuesta. Bendita crisis, con
perdón, aquella que en un corral de gallináceas hace romper el círculo de la
gallina ciega.