BONO, ZAPATERO... ¡Y SUÁREZ!
Artículo de Carlos Dávila en “La Gaceta” del 27 de febrero de 2011
Por su interés y relevancia he seleccionado
el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Muchas cosas han
producido bochorno en estos días, pero el uso y disfrute por parte de algunos
de la figura de Suárez no ha sido la menos importante.
Cuando
lo escuché no daba crédito. Resulta que un miembro destacadísimo del partido
que nunca perdonó a Adolfo Suárez que ganara las elecciones de 1979 y que, en
consecuencia, se aprestó, recién cerradas aquellas urnas, a destruir con todos
los medios posibles, algunos francamente detestables, la personalidad política
y humana del entonces presidente, un miembro del partido, el PSOE, que le
insultó con los peores ultrajes, que le preparó golpes sucesivos, ahora se
conduele artificialmente lamentando los ataques “inmisericordes” contra un hombre
que, desdichadamente, no está en condiciones de responder. Un sarcasmo, una
vergüenza, un horror. José Bono ha utilizado el aniversario del 23-F para
engrandecer su figura, quizá para colocarse, con el auxilio de su medio mundial
de cabecera, al frente de la manifestación sucesoria, y una de las añagazas que
ha manejado para lograr su fin es pegarse a la figura histórica de Suárez, en
una suerte de imitación mimética que persigue aparecer ahora como su digno
sucesor, como el hombre de la concordia institucional. De ahí su histriónico
papel de componedor entre Zapatero y Rajoy: “¡Llévense ustedes bien, por
favor!”. Un horror, digo.
Los
invitados especiales
Bono
intentó que el hijo mayor de Suárez –al que una vez destrozó hasta el tuétano
cuando competía con él por la presidencia de Castilla-La Mancha– acudiera al
festejo de las Cortes para así rodearse, como reina madre, de los protagonistas
de aquel día invernal del 81. Suárez Illana se negó y
a Bono le fastidió el montaje. Al Parlamento accedieron sus invitados y nada
más que sus invitados, al punto de que algunos de los periodistas que estuvimos
encerrados allí aquella tarde, y parte de la noche, ni siquiera fuimos
convocados. Ni Pilar Urbano, columnista política de ABC entonces, ni Ramón Pi,
a la sazón en La Vanguardia y ahora en esta Casa, ni yo mismo recibimos el
menor recado para concurrir a la carrera de San Jerónimo. Como diría una
castizo: ¿qué pasa, que nosotros no estuvimos?
Nosotros
no le veníamos bien. Sí Adolfo Suárez, al que su partido llamó en su momento
“truhán”, “tahúr del Mississippi” o, más agresivamente aún, émulo de Pavía,
aquel general dieciochesco que, según Guerra, en un alarde de agrafismo histórico deternillante,
supuso que había ingresado en el Congreso de los Diputados a lomos de un
caballo. Eso mismo profirió contra Suárez aquel Guerra agraviante al que Bono y
todos sus correligionarios del voraz PSOE del momento le reían las gracias como
si fuera Chiquito de la Calzada. La verdad es otra: la verdad es que Suárez fue
acosado hasta la arcada por un PSOE que contó para el menester –hay que
recordarlo– con el socorro de muchos centristas, demo-cristianos sobre todo,
que no le pasaban literalmente por la glotis.
Un
episodio falaz
De
aquel tiempo es el relato de un episodio absolutamente falaz que estos días
pasados se ha querido recordar por Madrid con la intención de que fuera
repetido. Resulta que según los golpistas de entonces, Suárez fue impelido por
los generales a abandonar la presidencia con un argumento sólido: una pistola
encima de la mesa. Los propaladores de esta envenenada y miserable especie han
engordado en estas fechas aquel pasaje embustero y repugnante, usando para la
ocasión también la persona del Rey en una acrobacia escabrosa deleznable. Pues
bien, sépase esto: allá, en los principios de los ochenta, quienes mentían
espectacularmente sobre el particular eran integrantes muy conocidos del Grupo
Parlamentario Socialista, uno de los cuales, Pablo Castellano, nos contó a tres
periodistas que “le repugnaba” (literalmente lo dijo así y así él puede
refrendarlo) que sus compañeros de bancada usaran contra Suárez ese cuento,
dicho, además, entre grandes risotadas. Pues bien: ahora, con ocasión de este
añejo aniversario, se ha querido, como especie tóxica, reavivar este recuerdo
al tiempo, además, que se ha intentado desde algunos medios aminorar la figura
de Suárez convirtiéndolo poco menos que en un traidor a la Patria y, desde
luego, presentándolo como un estúpido analfabeto letal para nuestro país.
Este aniversario que ya ha pasado, ha sido, como casi siempre sucede con los
muertos, el de “t’os somos güenos”
y no; ni tanto, ni tan calvo. Los golpistas del 81, desde Tejero a Armada, si
vivieran y ejercieran ahora de lo que fueron, de espadones, probablemente
encontrarían las mismas razones para subvertir el orden constitucional que
hallaron en la época. Su objetivo era Suárez, pero su fin era devolver a España
a una realidad, la de Franco, felizmente descabezada, pasada de moda,
inasumible desde cualquier punto de vista liberal. Los gobernantes de ahora, el
zapaterismo socialista, ha destrozado este país
institucional, territorial, social y económicamente, pero nunca Zapatero ha
tenido que escuchar en estos años de encanallamiento sectario ni la mitad de lo
que tuvo que soportar Suárez, desde luego por parte de los golpistas, pero
también por parte de una oposición que ahora le celebra después de haberle
intentado asesinar políticamente en vida.
¡Cuánta
mentira!
Que
no, que no: ni “t’o el mundo” era “güeno” entonces, ni lo es ahora. De ningún modo. Suárez se
nos ha puesto malo cuando más lo necesitábamos. Su testimonio hubiera sido de
un valor incalculable. Sus errores también fueron manifiestos; el principal,
este: ser incapaz de encauzar la revolución democrática que él había pilotado
en la Transición. Muy pocos, por no decir casi nadie, le ayudaron, pero él se
equivocó mucho. Bono va estos días de reivindicador artificial de personajes a
los que precisa para engrandecer sus aspiraciones. Uno, Suárez; el otro,
Zapatero, del que ha anticipado que la historia, prácticamente, le va a hacer
gran justicia. Y, hombre, claro, los españoles esperamos que sí, que cuando
pase el tiempo, la historia le ajusticie por la enorme sinrazón de su poder,
por la pesadilla que está repre-entando para España.
Comparar
a este personaje de tercera regional con Suárez es un oprobio: este ha
realizado una tarea implacable de demolición, aquel construyó la mejor empresa
política, la salida de un régimen dictatorial a un sistema democrático que
luego ha sido estudiada e imitada en mil latitudes. De los dos en el mismo
cesto, nada de nada. Cuando el hijo mayor de Adolfo Suárez afirmaba en estos
días que ni siquiera él puede representar a su padre, estaba lleno de razón,
por eso no acudió de figurante al sarao bonístico del
Congreso. No tenía por qué Adolfo Suárez Illana
aparecer de mozo de espadas de quienes tanto habían vejado a su progenitor al
que ahora, eso sí, y por conveniencia propia, tratan de ensalzar como si fueran
los los postuladores de un santo laico. Muchas cosas
han producido bochorno en estas celebraciones del trigésimo aniversario del
abyecto golpe de Estado del 81; el uso y disfrute por parte de algunos, de la
figura memorable de Suárez, no ha sido la menos importante. ¡Cuánta mentira, qué
babosidad! Duele constatar que algunos medios se
hayan prestado al procaz ingenio para provecho propio que se ha mostrado en las
Cortes. Pero, ¡qué poder tiene este Bono para que del Rey abajo casi todos le
soben el lomo!