Con los malos
Si el genocida Carrillo y sus amigachos son los 'buenos', quiero ser cada vez más malo
Artículo de Enrique de Diego en “Epoca” del 25/03/05
Por su interés y relevancia,
he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L.
B.-B.)
La bizarra lucha antifranquista zapateril ha conseguido
retirar la estatua de Franco, ¡treinta años después de la muerte del dictador!
Tuvo éste, en vida, luenga etapa de culto a la personalidad, con innumerables
monumentos y calles.
Después de muerto, poco ha de importarle. El pero es la nocturnidad, indicio de
cobardía. Queda, ahora, un vacío; preciso rellenar. Dos glorias patrias no han
recibido aún el merecido homenaje: Jesús de Polanco y José Bono. El primero,
empezó su fortuna como franquista y la ha multiplicado como antifranquista.
Loor al más exitoso de los oportunistas, en nación tan llena de ellos. Estatua
ecuestre a lomos de Juan Luis Cebrián, niño mimado de la dictadura (hijo de
notorio falangista director de Arriba, redactor jefe de Pueblo, director de los
servicios informativos de la TVE de Carlos Arias Navarro, Carnicerito de Málaga)
o, como en el sello del Temple, cabalgando ambos en misma montura, siendo el
jumento, en ese caso, Eduardo Haro Tecglen, camisa vieja y tardoestalinista.
Lo de Bono es débito, tras la terrible agresión sufrida en su superlativa
vanidad -al ministro le va, como anillo al dedo, lo del Eclesiastés: vanidad de
vanidades y todo vanidad- a manos de dos ¡peligrosísimos! militantes del PP.
Que los dictadores no tengan monumentos es saludable. Perjudicial, sin embargo,
homenajear a asesinos en masa como Santiago Carrillo. A decir del
exdemocristiano Gregorio Peces Barba, en el akelarre estaban "los buenos". Si la
clerigaya progre, en su caos moral y confusión semántica, produce tales efectos
espirituosos de trasvaloración, prefiero alinearme con los malos.
Antes estar, moralmente, en las fosas comunes de Paracuellos que en las tenidas
de Víctor Manuel, ese cara, cantautor de Franco, o en compañía de quien siempre
está dispuesto a medrar y hacer caja a la sombra de cualquier poder, como
Rodolfo Martín Villa, o de barítonos barrocos y resentidos como Herrero de
Miñón. Prefiero, frente a ellos, ser malo irredento y abominar del bueno de
Carrillo.
Decía Lord Acton, que cuando se está ante un patente asesino, el juicio es
indudable. Y el militante del PSOE lo es. Cinco mil muertos, no sobre su
conciencia -bien cauterizada por el marxismo- sino sobre su responsabilidad de
esbirro comunista (psicópata y comunista, en la praxis, son sinónimos, siendo
fascista y nazi, subespecie escindida).
Siempre me he sentido, frente a tirios y troyanos, de la exigua tercera España,
de esa que -en bella expresión de Claudio Sánchez Albornoz- prefirió no
mancharse las manos de sangre. Carrillo, pertenece a la inmundicia de la
especie: hacía sacas genocidas bajo órdenes de libertad. Si ese carnicero
totalitario, y sus amigachos, son buenos, quiero ser cada vez más malo.