EL CERO Y EL INFINITO
Artículo de ÁLVARO
DELGADO-GAL en “ABC” del 12/01/05
Por
su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo
en este sitio web. (L. B.-B.)
El formateado es mío
Con un breve comentario al final:
IMAGINENSE EL PEOR DE LOS ESCENARIOS Y
ACERTARAN (L. B.-B., 12-1-05, 20:00).
Hace
cosa de cuatro años, prendió en sectores amplios de la derecha una teoría
terrible. Según esta teoría, los socialistas habían decidido someter al PP a un
régimen de minoría perpetua. ¿Cómo? Mediante un sistema de alianzas múltiples
con los nacionalistas. En Cataluña, País Vasco y Galicia habría gobiernos de
socialistas y nacionalistas. El traslado de las alianzas al Congreso de
Diputados reproduciría luego el cuadro a escala nacional.
Me resistí a dar crédito a la teoría por tres razones. La primera era moral: se
me antojaba monstruoso que un partido democrático pudiera llegar al extremo de
inventar artificios orientados a evitar la alternancia. La segunda razón era
económica. El abrazo in aeternum con los nacionalistas habría
exigido, por lo menos, extender a Cataluña las exenciones fiscales de que
disfruta el País Vasco. Ello, aparte de complicar harto la financiación del
Estado, habría ido en perjuicio de las regiones que tradicionalmente votan a
los colores socialistas. La tercera razón era política. La idea de formar una
mayoría con los nacionalistas dentro del Estado español presupone la existencia
de un Estado español. Es decir, de un sistema en que el voto de la mayoría de
los españoles vincula y obliga a las minorías. Esto fue así en los ochenta y
los noventa. Ahora bien, el diseño que estaba
denunciando la derecha era de índole en esencia confederal. Y es propio de las
confederaciones el que se rompan los mecanismos que convierten la agregación de
mayorías locales en mayorías generales. En una confederación, los asuntos
generales se resuelven por unanimidad, tras negociaciones o chalaneos entre los
territorios. De resultas, habría saltado por los
aires el proyecto de sumar en el Congreso las fuerzas pactadas en los
territorios. Transcurrido un tiempo suficiente, y después de cambios que ahora
se nos figuran estrafalarios, pero que concluirían por imponerse en virtud de
la dinámica desencadenada en origen, nos
encontraríamos con un partido socialista dividido en cuatro partidos
independientes -Galicia, País Vasco, Cataluña y resto de España-, y en
situación radicalmente desventajosa respecto del PP en el trozo con diferencia
más importante. A saber, el resto de España. Esto, más que maquiavelismo,
habría sido hacer un pan como unas tortas. No, no era imaginable que cupiera en
cabeza alguna tamaño disparate.
Cuando se instaló en Cataluña el tripartito, comencé a preocuparme. Cuando
Zapatero montó su mayoría parlamentaria sobre el modelo catalán, mi
preocupación fue a más. Y en diciembre de 2004 ocurrieron tres hechos que
llevaron mi preocupación a colmo. Me
pareció rarísimo que el fiscal general no recurriera el archivo del caso Atucha por una juez vasca. Me sonó extraño, muy extraño,
que Zapatero descalificase, en su testimonio frente a la Comisión, el preámbulo
del Pacto Antiterrorista, el cual impugna todo acuerdo con el PNV mientras éste
no haya desistido de su complicidad, explícita o implícita, con ETA. Y me
desasosegó el Plan Guevara, congruente con el desmarque maragalliano y de
contenidos inequívocamente nacionalistas. Todavía más preocupante que los datos
sueltos, era el horizonte al que los últimos apuntaban en conjunto. El PSOE semejaba
pronto a darse las facilidades necesarias para cerrar un trato con el PNV. Por
resonancia con la situación catalana, era inevitable que el trato abocara a la
aventura confederalizante y a la ruptura irreversible
con el PP. Y de paso, a la destrucción del sistema de reglas que han regido la
convivencia desde el 78.
Así estaba el asunto, cuando estalló la bomba Ibarreche.
Las bombas aturden, y han tenido que pasar unos días antes de que se empezaran
a ensayar interpretaciones sobre el significado y alcance del demarraje peneuvista. Elementos varios de la derecha han
incorporado el dato nuevo a la teoría terrible. Según la teoría enriquecida, el
plan Ibarreche potencia el designio del Gobierno de
llevar adelante su proyecto confederal. El argumento, en rigor, es que se
metabolizará el plan Ibarreche buscando algún punto
intermedio entre las laxitudes constitucionales ya asumidas y el secesionismo
de los nacionalistas vascos. La hipótesis está ganando terreno rápidamente.
Pero opino que es errónea. ¿Por qué?
Porque se ignora un punto crucial. Guevara, en la defensa de su plan, puso un
empeño enorme en explicar que cabía llegar a la situación por él propugnada sin
violentar formalmente la Constitución. O sea, sin poner en entredicho la
soberanía del pueblo español. Esto, en sustancia, es una ilusión, puesto que el
estado de cosas que resultara de una lectura sesgada e imprudente de la Carta
Magna haría inmanejable al Estado. Pero en la política a corto y medio plazo,
la inflexión guevariana resulta determinante. Si formalmente no se rompe la Constitución, se puede forzar el cambio
sin contar con el PP. Se puede ir a la disolución efectiva del Estado a través
de reformas estatutarias, por medio del 150.2 o como fuere. El desplante de Ibarreche, por el contrario, es inconciliable con la Carta
Magna. Las transacciones con Ibarreche son imposibles
en la medida en que no existe un punto situado a mitad de camino entre el borde
de la Constitución y su rechazo frontal.
Sería como avenir el cero con el infinito. En matemáticas, la media aritmética
entre el cero y el infinito es otra vez infinito. Pero
en política no es ninguna cantidad reconocible. Es exactamente... nada. Ibarreche no potencia por tanto a Zapatero. Más bien, lo
parte por el eje.
Ello nos hace aterrizar en un escenario verdaderamente pasmoso. La red de alianzas en que está prendido el presidente impide a éste
formar un frente con el PP y oponer a la embestida del lendakari la defensa
firme de esta Constitución, o de la Constitución tal como la interpretan los
populares. Todavía peor: resultaría estéril afianzar ese frente, con la
aplicación no descartable del 155, sin proceder a un replanteamiento del
Estado, a través, ahora sí, de una reforma constitucional en toda regla que
maniatara a los nacionalistas. La contingencia, como he dicho, es impensable, y
al parecer incompatible con el clavo ardiendo a que se ha agarrado el
secretario general del PSOE: atraer en las autonómicas vascas voto nacionalista
moderado y pactar con el PNV desde una posición negociadora fuerte. ¿Entonces?
Zapatero se halla ante una disyuntiva feroz: o quedarse tieso si fracasa en el
País Vasco, o vencer en la esperanza de que caiga Ibarreche,
el PNV presente su rostro más civil, y pueda llevarse adelante un plan que
ignora a la mitad de España y suscita las imposibilidades a largo plazo que ya
se han enumerado. Si mal, mal, y si bien, también mal.
Tendemos espontáneamente a postular simetrías, causas necesarias, una
organización de las cosas, detrás de los grandes hechos históricos. Precisamos
de este consuelo para soportar el desorden de la realidad. Pero la realidad es
desordenada, incluso pueril. No creo que Zapatero sea en absoluto un enemigo de
la unidad nacional. Consiguió el poder con las alianzas que tenía a mano, y
luego, más o menos, se dedicó a galopar sobre los acontecimientos. Quizá nos
sorprenda tras su entrevista con Ibarreche. Quizá se
saque de la manga un as que el pensamiento analítico no adivina. Ojalá. Nunca
he presumido de entender de política. Confirmar esta torpeza supondría para mí
una enorme alegría.
Breve comentario final:
IMAGINENSE EL PEOR DE LOS ESCENARIOS Y
ACERTARAN (L. B.-B., 12-1-05, 20:00).
Lo indignante es que los socialistas han sido infiltrados por un
virus nacionalista y todavía no se han enterado, o van tragando atónitos ante
tamaña osadía del PSC e incompetencia de ZP.
Y dirán Vds.: bueno, ya está éste con sus fobias haciéndole la
campaña a la derecha.
Permítanme un inciso: un amigo socialista me preguntó estos días
si había recibido ofertas en esa dirección. Yo tuve que mantenerme sereno y
decirle sin inmutarme que seguía siendo tan socialista como siempre, que los
que habían derivado hacia el vacío eran los actuales dirigentes del PSOE,
dejándose llevar por un partido antiespañol y tan de derechas por su
insolidaridad como la Liga Norte italiana y por un liderazgo caótico e inepto
en España y Cataluña.
Pero volviendo a la línea central de argumentación: se observa
estos días como algunos analistas comienzan a preguntarse cuál es el modelo de
Estado implícito o explícito del PSOE. En respuesta, les diría que el modelo
aprobado formalmente por sus órganos de decisión es el previsto en Santillana,
que formula tres reformas: del Senado, de creación de una conferencia de
Presidentes autonómicos, y de representación y participación de las Comunidades
Autónomas en los órganos de la Unión Europea.
No obstante, permítanme aportarles algunos hechos que contradicen
lo anterior:
El PSOE acepta reformas estatutarias que incorporan elementos
confederales y de asimetría política entre unas Comunidades Autónomas y otras.
Por ejemplo, el término de "comunidad nacional" ---propuesto por ERC,
por cierto---. ZP afirma que, para las reformas, la colaboración del PP no es
imprescindible, lo cual implica posiblemente la confianza en que se puedan
aprobar Estatutos para las "comunidades nacionales" que signifiquen
una revisión implícita de la Constitución, "con la alianza estratégica de
ERC", como dicen los socialistas catalanes, que por otra parte, y por boca
de Montilla, afirmaban hace meses que se había acabado el "café para
todos".
Por añadidura, las alianzas que se diseñan, como apunta
certeramente Delgado-Gal en el artículo que comento, impiden un pacto con el PP
para hacer una reforma del sistema político que ponga coto a los nacionalismos.
Más bien, lo que parece que se intenta es anular al PP. Por cierto, ¿qué dice
Ibarra sobre esto?¿y Bono? ¿y
el resto del PSOE? ¿Era esto lo previsto en los acuerdos de Santillana?¿Van a permitir que el futuro del país dependa de bandazos
y trompicones del PSOE alternando sus alianzas entre ERC y CIU?¿no hablaba
Ibarra hace poco de frenar a las minorías insolidarias? Más bien la perspectiva
apunta a pactos con los nacionalistas e IU que van a conducir al país a la
descomposición.
Frente a ello, hará falta mucha fortaleza y claridad de
ideas de un PP aislado que habrá de interponer recursos de inconstitucionalidad
contra algún Estatuto de Autonomía. Pero si el PSOE no despierta de una vez,
cambiando el liderazgo desastroso de ZP, el país va al caos. ¿No es hora ya de
que sectores relevantes del PSOE acepten la mano tendida del PP para poner en
marcha un gobierno de concentración PSOE-PP que formule e inicie las reformas
constitucionales y legislativas que permitan cerrar la transición y construir
una democracia fuerte que acabe democráticamente con independentismos y confederalismos balcánicos?
Ya ven los indicios de todo lo que apunta: alianza con los
nacionalismos; rechazo al PP; asimetría y confederación con las
"·comunidades nacionales"; vía de hecho inconstitucional a través de
reformas estatutarias; ruptura de la tradición española del PSOE y de los
equilibrios políticos y constitucionales de la democracia actual; desigualdad
entre Comunidades Autónomas... Vayan ordenando mentalmente todo este maremágnum
de fenómenos y avizorarán el caos que se nos cuela bajo mano.
Así que conviene que vean con claridad las opciones: o cambiar el
liderazgo central y catalán del PSOE-PSC o degeneración política en el curso de
la actual legislatura y caos del sistema en el medio plazo.