TIEMPO DE ESPERA

 

 Artículo de ÁLVARO DELGADO-GAL  en  “ABC” del 16/01/05

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Gran noticia: Zapatero ha escuchado con mucho interés la propuesta de Rajoy para defender el Estado. Noticia aún mayor: se crea una Comisión cuyo fin es hacer frente al plan Ibarreche y acordar los expedientes constitucionales necesarios a la contención de los nacionalistas, ya catalanes, ya vascos, ya gallegos. Pregunta: ¿hemos ingresado en un trance de logomaquia desenfrenada, en que se oye cada día lo contrario que el anterior, o se ha caído Zapatero del caballo camino de Damasco?

El pliego presentado por Rajoy aloja medidas muy urgentes y probablemente negociables —verbigracia, la inadmisión a trámite del plan Ibarreche—, y cláusulas que imagino que no son negociables. Destaco dos. Primero, el compromiso solemne del Gobierno de acudir a todos los medios que contempla la Constitución para impedir el referéndum ilegal de Ibarreche. Ello incluye, en el peor de los escenarios, la aplicación del 155. El 155 no se menciona, pero resulta obvio que no se descarta de ninguna manera. Segundo, la seguridad de que no se reformarán los estatutos sin el consentimiento del PP.

La plasmación práctica de esta garantía es una reforma de la Carta Magna en virtud de la cual la renovación estatutaria habría de exigir dos tercios de los votos, tanto en los parlamentos autónomos como en el Congreso de Diputados.

Los escépticos insisten en estimar difícil que pueda llegar a término el acuerdo por tres razones. Primero, Zapatero tendría que dar un giro de ciento ochenta grados a su política y revisar sus alianzas en el Congreso. El documento asevera que el Gobierno sería apoyado por el PP si sus socios actuales —actuales a fecha de hoy— promueven contra él una moción de censura. Aún con todo, los costes para el Presidente son enormes.

Tenemos, en segundo lugar, la situación en el País Vasco. Tras la intervención, ayer, del Presidente en aquella región, está descartado —ya lo estaba en puridad— todo avenimiento posible con el PNV. Los socios de gobierno, o en todo caso el apoyo parlamentario a un eventual ejecutivo monocolor socialista, habrán de ser en consecuencia populares. Ocurre sin embargo que la ejecutiva vasca primero, y la federal a continuación, habían aprobado el plan Guevara, inaceptable de raíz para el PP. ¿Se enterrará el proyecto al poco de haberlo sacado adelante, y ello en vísperas, como quien dice, de las elecciones autonómicas? ¿Sería compatible la rectificación radical con la permanencia de la actual dirección socialista en el País Vasco?

Problemático, sumamente problemático, es el cuadro catalán. Por las trazas, ERC retiraría su apoyo al Ejecutivo. El propio Maragall quedaría desactivado, puesto que la clave de bóveda de la estrategia maragalliana ha consistido en renunciar a ciertas rupturas —el reconocimiento explícito del derecho de autodeterminación en el estatuto Catalán, y cosas por el estilo— a cambio de que se hagan concesiones que no pueden ser aprobadas por el PP. Si Maragall traga, lo normal además sería que Carod derribara al President, y buscase un pacto con CiU.

Como se ve, las variables en juego son múltiples. ¿Se radicalizaría definitivamente CiU, y emularía Mas a Ibarreche de la mano de Carod? ¿Rompería un Maragall desautorizado con Zapatero, e imitaría a su vez el quiquiriquí belicoso del lendakari? Sólo lo saben los que están en el secreto. O acaso no lo sepa nadie todavía.

En rigor, la respuesta del Gobierno ha sido favorable, aunque todavía ambigua. El Gobierno ha dicho que mantendrá sus alianzas. Esto, para empezar, no depende de él, ni parece avenible con el pacto que Rajoy le propone. Ha dicho igualmente que considera «absolutamente conveniente» que los estatutos no se renueven sin un consenso con el PP. El énfasis es alentador. Ahora bien, de aquí a formalizar un pacto media un paso que también puede ser un abismo. Hemos entrado, en fin, en tiempo de espera.

La hipótesis más optimista es que Zapatero le ha visto las orejas al lobo, y caído en la cuenta de que su estrategia le llevaba al abismo. Una hipótesis alternativa, y no reñida con la anterior, es que está siendo sujeto a grandes presiones, desde su propio partido y quizá no sólo desde su partido. Sea como fuere, la iniciativa popular marca un punto de inflexión importantísimo. Si el PSOE junta garbanzos con el PP, nos habremos adentrado en un paisaje inédito. En esencia, se trataría de fortalecer al Estado, desechando compradazgos con los nacionalistas. Me refiero al tipo de enjuague destinado a asegurarse una mayoría precaria a costa de la Constitución. Las ofertas a los nacionalistas serían de otra clase. Se negociarían cosas materiales, no la estructura institucional. Si naufraga el entendimiento entre los dos partidos nacionales, conoceremos con precisión a qué atenernos. Nos constará, qué sé yo, que el Gobierno ha renunciado, incluso en la contingencia de una secesión vasca, al 155. O que no serán consensuadas con los populares las reformas estatutarias. A partir de cierto punto la claridad, por cruda que resulte, es siempre preferible al equívoco permanente. Todavía mejor: más que preferible, es inevitable.