LOS TILOS DEL PARQUE
Artículo de ÁLVARO DELGADO-GAL en “ABC” del 16.10.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
En los tiempos de
Maricastaña, cuando España era todavía pobre y las cosas se hacían como Dios
daba a entender, el Ayuntamiento de un pueblo cuyo nombre no viene al caso
convocó a un vecino para que podara los tilos del parque, y se cobrara en leña
en vez de dinero. ¿Imaginan lo que ocurrió? Sí, creo que pueden imaginarlo.
Amanecieron los tilos con los brazos cortados a cercén. El tiempo allí es húmedo
y el clima benigno, y los tilos sobrevivieron a la disminución prodigiosa a que
los había sometido el vecino arboricida. Pero hubieron de pasar dos o tres
primaveras, y quizá más, antes de que salieran del pasmo y volvieran a dar
sombra.
Viene esto a cuento de lo sucedido en Cataluña. Zapatero ha hecho lo que el
concejal del pueblo: invitar a los partidos a que saquen el máximo rendimiento a
la reforma del Estatuto. El resultado ha sido una puja hacia lo alto, alimentada
por los cálculos en que suele entretenerse el que lo pide todo con la esperanza
de obtener al menos una parte. Y no sólo eso. Han intervenido, de propina, dos
factores absolutamente letales. El primero nos remite a la sicología política.
Usted no se jugará el alma y el honor si es tratante de ganado y termina por
vender una ternera por un precio mucho más bajo del que solicitó al comienzo. En
Cataluña, sin embargo, se está hablando de principios irrenunciables,
ontológicos, intrínsecos a la esencia nacional de aquella tierra. Las rebajas,
por consiguiente, sólo se percibirán en el registro en que se han formulado las
alzas. O sea, como atentados contra la esencia de Cataluña. En semejantes
condiciones, la negociación será difícil, máxime si se tiene en cuenta que CiU
está muy interesada en apretar al PSC, dejar sin sitio a ERC y provocar la
ruina, si hay suerte, del tripartito. El desenlace es para que se le pongan los
pelos de punta al más templado. Hay trances, no obstante, en que las estrategias
impulsadas por los distintos agentes cobran un movimiento incontrolable, y se
llevan por los pies a la compañía entera. En esas estamos, y nadie sabe hasta
dónde vamos a llegar.
El segundo factor no es sicológico. Es lógico. Las negociaciones orientadas a
conciliar lo que pide A con lo que ofrece B suelen verificarse por referencia a
cantidades continuas. El mejor ejemplo, de nuevo, son los precios. Usted reclama
por su ternera un millón de pesetas. Yo respondo que estoy dispuesto a pagar
quinientas mil. Entre mi cifra y la suya se extiende un espacio saturado de
posiciones que están por encima del extremo menor y por debajo del mayor. Pero
esto no puede pasar con el Estatuto y el conjunto de reglas que todavía rigen la
convivencia de los españoles. ¿Por qué? Porque la carta elaborada por el
cuatripartito integra un complejo de ideas que no tiene ya nada que ver con el
que asociamos a la Constitución. Expresado alternativamente: comparar el
Estatuto con el orden constitucional no es como comparar dos cantidades
desiguales y concurrentes en un justo medio. Equivale más bien a comparar la
geometría euclidiana con, qué sé yo, la de Lobatchevsky, la cual reemplaza el
axioma euclidiano de las paralelas por otro según el cual es posible trazar, por
un punto exterior a una recta, una infinidad de paralelas a esa recta. Estamos,
en fin, ante sistemas incompatibles, no ante un más y un menos y su posible
encuentro a mitad de recorrido.
Por ello resultan patéticos, amén de intelectualmente indecorosos, los
arbitrismos que se están adelantando para avenir la propuesta catalana con el
marco vigente. ¿Qué importa que desaparezca el término «nación» del preámbulo
del Estatut, o incluso del articulado, si permanecen los conceptos que aniquilan
al Estado en Cataluña? ¿Cómo armonizar el sistema actual de financiación, en que
son los ciudadanos individuales los que contribuyen y el Estado central el que
reparte, con un sistema en que contribuyen los territorios, y el Estado no
reparte, sino que debe negociar con las CC.AA -Cataluña primero, y luego otras-
lo que aporta cada una?
No, no hay adaptación posible. La ficción de que puede haberla revela o
ignorancia o mala fe. Iremos descubriendo, con alarma creciente, y más bien
deprisa que despacio, a qué nos aboca una constitución que no osa decir su
nombre y que supera en número de artículos a todas las constituciones de la UE,
excepción hecha de la portuguesa.