LA HIPÓTESIS DEL CAOS
Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 20.11.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web.
El formateado es mío (L. B.-B.)
Breve comentario
a pie de título:
este es uno de esos
artículos magistrales en el que todo está medido y es necesario, sin que sobre
ni una coma. No obstante, me interesa destacar las tesis básicas, que es por lo
que lo voy a formatear. Los dobles interrogantes son míos (L. B.-B.)
La encuesta del CIS ha confirmado, punto arriba, punto abajo, lo
que ya declaraban las publicadas antes: el PSOE desciende hasta empatar, o
casi, con el PP, y Zapatero se derrumba ante la opinión. El pronóstico es malo en sí para los socialistas,
y peor
si se introducen factores temporales. En efecto, de aquí a que venza la
legislatura, faltan dos años largos, y no es fácil que durante este lapso los
acontecimientos jueguen a favor del presidente. El desmadre
territorial, causa principalísima del declive del Gobierno, tenderá a crecer, y
no es improbable que para colmo se estropee la economía, montada sobre premisas
no sostenibles en el medio plazo. El aire, en fin, huele a crisis. La «Grosse
Koalition» a que pareció aludir González semanas
atrás empieza a pasearse por tertulias y mentideros.
La idea de una coalición PP/PSOE suscita dos preguntas elementales. La primera
se refiere a qué habría de suceder dentro de los partidos para que éstos puedan
coaligarse. A mano derecha, la cuestión está más o menos decidida. Desde enero
pasado, Rajoy viene haciendo ofertas que apuntan hacia un entendimiento entre
su formación y la que preside Zapatero. No ocurre lo mismo a mano izquierda. Desautorizar el pacto del Tinell e invertir el sistema de alianzas no sería
compatible con la continuidad de Zapatero ni con la permanencia del PSC en la
estructura federal socialista . El PSOE tendría que
presentar en Cataluña listas separadas¿¿??, renovarse desde el sótano
al tejado en el País Vasco y admitir que se ha equivocado de estrategia. Es
mucho tomate. El presidente se resistirá a que lo lleven al degolladero. Y el
partido se lo pensará quinientas veces antes de aventurarse a una muda
portentosa o a ceder, ¡ay!, el liderazgo moral a la derecha.
La segunda cuestión no es de carácter práctico sino teórico. Se puede resumir
así: ¿por qué una Gran Coalición? ¿A qué objetivos serviría? La reflexión de fondo es
que la presión nacionalista ha hecho inviable al sistema. La descomposición
política a que ahora asistimos es la expresión acelerada de un proceso que
también habría ocurrido con el PP en el poder. Habrían variado los ritmos, no
la conclusión del silogismo nacional. Imaginemos que no hubiese tenido lugar el
atentado de marzo, y que hoy, 20 de noviembre del 2005, el PP estuviera
gobernando con el apoyo de CiU. CiU no ha querido nunca, es verdad, una reforma
estatutaria. Esta contención no reflejaba, sin embargo, una renuncia al esquema
confederal. Se debía sólo al hecho de que los convergentes preferían eludir
el desplante constitucional y llegar a la confederación por la vía de avances
sucesivos, discretos, e irreversibles. El escenario más verosímil, en el caso
de una victoria popular, habría sido el de concesiones peligrosas a Cataluña,
en un clima, además, de radicalización nacionalista por parte de ERC, y también
del PSC. Estaríamos, en fin, menos urgidos, aunque no mejor orientados, que en
la hora presente. La conclusión es que hay que inventar algo, algo que infunda
estabilidad duradera al sistema.
¿Qué, exactamente? Montar una Gran Coalición para proyectos modestos, es un disparate. La suspensión de la
alternancia sólo tiene sentido cuando, gracias a la irregularidad excepcional,
se introduce una novedad también excepcional en la maquinaria pública. La novedad tendría que
ser, claro, una reforma de la Carta Magna, concebida para cerrar el sistema
autonómico y, a la vez, desactivar la capacidad de chantaje de los partidos
pequeños con base territorial. Esto, en cuanto a los contenidos. No conviene, sin embargo,
olvidar los tiempos. Sería preciso rechazar el Estatut en los
meses inmediatos, devolver a su funda el estatuto valenciano y buscar una fórmula para suprimir, del modo que fuere, los
privilegios fiscales del País Vasco y Navarra. Recuerdo lo último
porque resultaría inexplicable, amén de poco realista, pretender que los
catalanes se queden dentro de España en una situación de agravio comparativo
respecto de otras regiones generadoras de renta.
¿Se
encuentra preparada la clase política, se encuentra preparado el país, para
esta revolución? Me temo que no. La sensación cada vez más intensa de malestar,
y el sentimiento difuso de que el Estado está descarrilando, no han
cristalizado aún en actitudes ni conceptos claros. Y el tiempo aprieta. Tanto, que pudiera ser
que en verano estuviese aprobado el Estatut, y las
fuerzas centrífugas predominasen ya sobre las centrípetas. No parece probable
que nuestro país consiga enquiciarse sin experimentar primero un periodo de
caos. ¿¿??
(Me resisto a creer que no haya nadie en el PSC, en el PSOE o en UDC que sea
capaz de recuperar la sensatez y la valentía (L. B.-B., 20-11-05, 12:00. Que el
autor me disculpe todas estas interferencias formales: es que su magnífico
artículo las demanda)