LAS COSAS POR SU NOMBRE
Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 21.05.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El domingo pasado cerré mi columna
con la promesa de volver pronto a las palabras que Alejo Vidal-Quadras había
pronunciado pocos días antes en Madrid. Me atengo a lo dicho y empiezo por
hacerles un resumen de la intervención del eurodiputado. Vidal-Quadras entiende
que la Constitución está prescribiendo por la vía de los hechos y que lo que se
adivina en el horizonte no es un régimen público alternativo sino el caos. En
esencia, un caos territorial. El caos territorial odia la soledad y, con
él,vienen el caos político, administrativo y económico. Urge, en consecuencia,
meter el arado en el surco abierto por el Consejo de Estado y labrar más hondo.
Vidal-Quadras insta una reforma constitucional en toda regla que devuelva al
Estado el control sobre el país. Y como piensa que el tiempo es oro, no se
reduce a expresar deseos sino que se adentra en el territorio de las
recomendaciones ejecutivas. Según Vidal-Quadras, el PP debería renunciar a toda
veleidad de reforma estatutaria en las autonomías que gobierna y bloquearla allí
donde, no siendo mayoría, es necesario contar con él para que haya quórum. Esto
tendría que suceder, por así decirlo, ya mismo. A continuación, los populares
deberían concurrir a las generales colocando la reforma constitucional en el
centro de su programa. Vidal-Quadras ha expresado varias veces el resto de la
estrategia. Una victoria popular daría el control del PSOE a los socialistas que
no aprueban la deriva actual de los acontecimientos. Sería este PSOE remudado el
que se pondría al habla con el PP a fin de iniciar los cambios constitucionales
oportunos.
Simpatizo con las invocaciones de Vidal-Quadras, por una razón sencilla: creo
que su diagnóstico es más correcto que el de los conservadores dentro de su
propio partido. Los últimos admiten que España ha mutado constitucionalmente y
reconocen también que lo ha hecho de forma irregular, esto es, sobre la marcha y
sin consenso. Pero opinan que lo mejor es adaptarse y sacar provecho de la
situación sobrevenida. ¿Qué significa esto en puridad? Confirmarse en los
territorios propios, reclamando todas las franquías que van anejas al proceso
confederalizante, y no desdeñar la alianza con los nacionalistas si no existe
otro modo de completar mayorías en el parlamento.
La estética democrática de esta actitud es dudosa. Pero éste es sólo uno de los
puntos. El otro, es que no se trata de una visión realista. Deténganse a pensar,
no más, en el lío de la financiación, la cual parece que se va a regir por
criterios estructuralmente distintos según cada región. El lío se contendrá al
principio con dinero emanado de la Hacienda común. Pero cuando se acaben los
superávits, lo que probablemente se instale sea un forcejeo desesperado sin un
árbitro superior que ponga orden. Asistiríamos a raras complicidades
transversales e ingresaríamos pronto en un maremagno político y económico de
cuidado.
Los conservadores, en fin, se equivocan. ¿Se sigue de aquí que las tesis de
Vidal-Quadras triunfarán en el PP? No, o no ahora. El problema, una vez iniciada
la explosión estatutaria, ha adquirido un formato nuevo. Quiero decir, un
formato que no coincide ya con la disidencia nacionalista. Reparen en la idea,
amagada por Rajoy, de transformar la ley electoral con el propósito de reducir
la presión de los nacionalistas en el Congreso. Habría resultado tal vez eficaz
hace cuatro años. Ahora es tarde, porque el proceso de desorganización se ha
extendido al conjunto de la nación. Para cuando se celebren las generales,
podríamos tener cerrado, además del Estatuto catalán y el andaluz, el canario y
el balear. La rectificación que pide Vidal-Quadras es radical y el PP de hoy
carece de instrumentos políticos y morales para acometerla. Sus barones no la
quieren, se ha sentado un precedente infeliz en Valencia, y en regiones como
Galicia los propios populares están pujando al alza.
El cambio de perspectiva exhortado por Vidal-Quadras implica una revolución de
los conceptos que va a contrapelo, no sólo de los lugares comunes dominantes
sino de las propias rutinas de la derecha. Recordemos que hace nada Aznar
decidió confundir, hipostáticamente, al PP con la Constitución. Y los ciudadanos
siguen despistados. Atribuyen la mejora en las prestaciones sociales a las
administraciones regionales e identifican -acríticamente- ese medro con el
proceso descentralizador. Nadie ha disipado el espejismo, nadie les ha dicho que
la madre del cordero está en el aumento del PIB. Al contrario: la clase política
ha favorecido la noción boba de que descentralización y progreso material son
especies sinónimas. Un intento serio de reforma del sistema, que no consistiría
en liquidar las CC.AA. sino en hacer viable el tinglado potenciando al Estado
central, tropezará, hasta que no estalle una crisis formidable, con la inercia
ciudadana y los intereses de los políticos regionales en no ceder poder,
influencia, y capacidad para la compra del voto. Demasiados desafíos para que el
PP coja el toro por los cuernos.
¿Qué hará entonces? Invocar España, evitar estridencias, sugerir algunos
retoques y ocuparse en ganar las elecciones sin plantear cuestiones
verdaderamente importantes. Vidal-Quadras sí las ha planteado. Es mucho.