EL CLOROFORMO OPTIMISTA Y EL RIESGO DE DETERIORO DEMOCRÁTICO

 

 Artículo de Rosa Diez en “El Mundo” del 28.12.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Con una apostilla a pie de título:

 

Necesitamos un-una PRESIDENTE-A DEL GOBIERNO así, sea del PSOE o del PP (Luis Bouza-Brey (28-12-06, 10:00)

 

Hay signos evidentes de que la democracia española vive un proceso de degradación. Sé que esta afirmación resulta «políticamente incorrecta»; lo que se lleva es dar buenas noticias. Pero no corren buenos tiempos desde la perspectiva de nuestra salud democrática. Nos invade el relativismo, el positivismo a ultranza, el optimismo ciego y patológico, el afán de cerrar los ojos ante aquella parte de la realidad que nos resulta difícil de aceptar. Ninguna sociedad avanza cerrando los ojos a la realidad. Ninguna sociedad moderna, evolucionada, con cuajo democrático, rica en sus matices y en su pluralidad puede prescindir del pensamiento crítico y del análisis científico y objetivo de los acontecimientos sin arriesgarse a empobrecer su tejido social y a devaluar sus propias instituciones democráticas.

A quienes alertamos sobre estos peligros del relativismo absoluto, del pensamiento flácido, nos llaman catastrofistas; o enemigos del «proceso». Es verdad que algunos estamos bastante curados de espanto, porque los nacionalistas nos han dicho cosas similares a lo largo de toda nuestra vida. Siempre que les hemos llevado la contraria por sus manejos con ETA, por su empeño en «normalizarnos», en acallar las voces críticas, nos han llamado crispadores, victimistas, agoreros... Ya cuando la ruptura de la tregua del 98 muchos de los nacionalistas que hoy siguen mandando en Euskadi nos advertían que «ellos sí que se habían arriesgado por la paz, mientras nosotros no hacíamos nada». Y decían esas cosas en el propio Parlamento vasco, mirando desafiantes los escaños en los que se habían sentado Gregorio Ordóñez y Fernando Buesa antes de ser asesinados por la paz de ETA.

Pero el hecho de haber vivido situaciones similares -aunque ahora al coro de descalificadores se suma alguno de nuestros propios compañeros de militancia política-, no significa que aceptemos esta situación como algo propio del paisaje. Han de saber que no renunciaré a defender con argumentos mis posiciones. No renunciaré a denunciar al nacionalismo obligatorio, a la Iglesia cómplice y a los criminales de ETA, ya vayan vestidos de políticos o directamente con capucha. Pero tampoco renunciaré a señalar a los intransigentes que nos mandan callar. Estoy bastante harta de comportamientos estalinistas que se ocultan tras el discurso de patriotismo de partido (Destacado por Luis Bouza-Brey, a 21-6-09).

Hoy quiero llamar la atención sobre algunos hechos que demuestran este proceso de deterioro de las normas de convivencia democrática que se está extendiendo entre nosotros, y que lleva a gentes sensatas a callar ante el riesgo de sentirse marginados o excluidos dentro de su propia familia política. El silencio cobarde y acomplejado ante los poderes instituidos -ya sean orgánicos, sociales o políticos- de todos aquéllos que son críticos -ferozmente críticos en la intimidad- es la mejor prueba de que el cloroformo esparcido para acallar conciencias está surtiendo su efecto.

Uno de los ejemplos más claros de este deterioro es la casi nula reacción política y social ante las últimas manifestaciones de representantes de la Iglesia vasca, coronadas ayer con la «carta de adviento» del obispo Uriarte. Mientras las hordas terroristas quemaban un autobús, atacaban la Comandancia de Marina, quemaban un cajero y sembraban de terror las calles de San Sebastián, el pastor de los cristianos guipuzcoanos hacía un llamamiento al Gobierno y a ETA para que recobraran la confianza mutua. La verdad es que me he quedado sin adjetivos para definir los sentimientos que me provoca esta llamada de apremio hecha por el jerarca eclesiástico «al Gobierno y a ETA». No puede existir una actitud más antidemocrática que tratar a ETA y al Gobierno como a iguales. Y no es que yo tenga mucha esperanza en las actitudes democráticas de la jerarquía eclesiástica católica, la vasca en particular; a lo largo de toda su historia han dado muestras más bien de lo contrario. Pero lo que me alarma es la condescendencia, la displicencia, con la que todos callan ante actitudes que son, desde la perspectiva democrática, absolutamente escandalosas. ¿Desde qué perspectiva se puede pedir a un Gobierno democrático que «restablezca la confianza con ETA»? Sólo quien encuentra justificación al ejercicio del terror puede hacer ese llamamiento. Resulta escandaloso observar, una vez más, cómo los mandamases de la Iglesia vasca invierten en su seguridad: defendiendo a los terroristas frente a los demócratas.

Francamente, el obispo Uriarte se ha hecho acreedor de todo mi desprecio humano. Que sepa que le considero cómplice del mantenimiento del terror y responsable del dolor de las víctimas. Me preocupa la silenciosa reacción social ante unas palabras que considero profundamente desestabilizadoras; y que serán repetidas en cientos de púlpitos los próximos días. Pedagogía antidemocrática, le llamo yo a eso. Una sociedad con nervio democrático no lo consentiría jamás.

El otro hecho que me produce una alta dosis de desesperanza es el desenlace de la reunión entre Zapatero y Rajoy. Nada ha mejorado. Luego, ha empeorado. Quienes creemos que la derrota de ETA requiere del consenso entre el partido que gobierna y el que es su alternativa tenemos hoy nuevos motivos para estar preocupados. No es que el encuentro viniera precedido de buenos augurios; más bien lo contrario. Todo empezó con una comunicación mediática extemporánea, por la que Moncloa tuvo que pedir disculpas públicamente al Partido Popular. Después varios medios de comunicación afirmaron que el Gobierno y ETA se habían reunido el pasado jueves; el Ministro del Interior convocó una rueda de prensa para no desmentir la información. Y ayer ETA volvió a actuar con renovada violencia en San Sebastián. A pesar de todo -o quizá precisamente por todo eso-, quienes de veras queremos el acuerdo preferíamos mantener viva la esperanza de que ese encuentro sirviera para empezar a construir un consenso que nunca se debió romper. Vana esperanza. Malas noticias para los demócratas; buenas noticias para los malos.

Y ahora, ¿qué? Pues ahora cabe constatar que hay que seguir dando la batalla en unas condiciones que no son precisamente las mejores. El cloroformo se extiende. Mientras ETA sigue amenazando, persiguiendo, extorsionando, aterrorizando a ciudadanos, algunos nos dirán que llevan no sé cuantos miles de días sin matar. Y con eso pretenderán que nos demos por satisfechos. Nos dirán lo mismo que nos decían los nacionalistas durante la tregua del 98. Pero ahora como entonces les contestaremos que nosotros somos mucho más optimistas, mucho más ambiciosos que ellos. Que nosotros no nos conformamos con una tregua; ni con una prórroga de la tregua. Les recordaremos a los optimistas coyunturales, a los optimistas de salón, a los defensores de lo oficialmente correcto, que no llevamos luchando toda nuestra vida para vivir más cómodos, sino para ser libres. Y que sabemos que mientras ETA exista, mientras Batasuna se manifieste impunemente por las calles, no tendremos libertad. Y les diremos también que no estamos dispuestos a renunciar a conseguirla. Y quizá les digamos, si se tercia, que estamos dispuestos a volver a organizar la resistencia; porque hemos aprendido que los «resistentes tienen la última palabra».

Y mientras tanto, a pesar de todo esto, o quizá precisamente por todo esto, los verdaderamente optimistas os deseamos a todos unas felices fiestas de Navidad y Año Nuevo.

Rosa Díez González es diputada socialista en el Parlamento Europeo.