LA NACIÓN RELATIVA
Artículo de FLORENCIO DOMÍNGUEZ en “El Correo” del 10.10.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
El presidente del Gobierno
se ha situado en medio de la polémica abierta por la inclusión del término
nación en el texto del nuevo Estatuto catalán, afirmando que él no es
nacionalista. Se sobrentiende que español. La imagen que el máximo responsable
del Ejecutivo tiene de sí mismo coincide con la que tienen algunos dirigentes de
ERC que mencionan, con satisfacción, que Rodríguez Zapatero no es nacionalista
español, a diferencia de Felipe González y José María Aznar, que sí lo eran.
La afirmación de Zapatero sucede a aquella otra declaración suya en la que
aseguró que la nación era un término discutido y discutible. Esta tesis no
tendría mayor trascendencia en el marco de un seminario universitario, pero
tiene, en cambio, graves repercusiones en la vida política, especialmente cuando
quien la sostiene es el presidente del Gobierno de la nación.
Rodríguez Zapatero, como otros dirigentes socialistas, parece intentar afrontar
el problema nacionalista relativizando el concepto de nación, diluyendo su
sentido tradicional para que parezca más inocuo y aceptable. Ocurre que tiene
enfrente a nacionalistas para los cuales la nación no es discutible. En el País
Vasco, incluso, discutirla te puede costar la vida. Esos mismos nacionalistas
hacen 'casus belli' de la aceptación del término y no admiten que se relativice
el concepto o que se reduzca a un significado simbólico o cultural. No
reivindican la nación con el mismo sentido con que lo hacen los indios nativos
de Norteamérica (nación semínola, cherokee o abenaki), que pretenden reflejar
una etnia o una cultura con un pasado común. El concepto de nación de los
nacionalistas es ante todo político y se reclama para que su reconocimiento
tenga las consecuencias oportunas en el futuro.
La consideración de nación es la base para aspirar a la estatalidad más
adelante. Así se ha interpretado en Europa desde que acabó la primera Guerra
Mundial y los Tratados de Versalles (el gran «juego del palé», en palabras de
Hermann Tertsch) o los famosos «14 puntos» del presidente norteamericano Woodrow
Wilson consagraron el principio de una nación-un estado, que sigue vivo en
nuestros nacionalistas, a pesar de las catástrofes que esta idea ha causado en
el continente desde entonces.
No se puede jugar una partida de naipes si cada uno de los que intervienen en
ella le dan un valor distinto a cada carta. Es preciso, como mínimo, compartir
las reglas del juego. Al enfrentarse a la idea de nación, la necesidad más
urgente es abandonar el relativismo y ponerse de acuer- do sobre el significado
del concepto o, al menos, saber cuál es el sentido que le dan los otros y
tenerlo presente porque no es lo mismo incluirlo en el artículo primero de un
estatuto que en un artículo de la Enciclopedia Británica.