LOS NACIONALISTAS ESPAÑOLES
Artículo de EDURNE URIARTE, Catedrática de Ciencia Política. Universidad Rey Juan Carlos, en “ABC” del 28/01/05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
UNO de los
aspectos más confusos del debate sobre el modelo territorial de nuestro país es
la definición e identificación del llamado nacionalismo español. Y ahora que el
presidente del Gobierno ha dado nuevos impulsos a ese debate con su propuesta de
segunda fase de la Transición o nuevo pacto de articulación territorial con
nacionalistas catalanes y vascos, conviene clarificar qué es eso del
nacionalismo español y quiénes son los nacionalistas españoles, porque una y
otra cosa tienen muy poco que ver con lo que dicen sus críticos.
Esta cuestión es especialmente interesante si tenemos en cuenta que los
defensores de la teoría de la Transición inconclusa utilizan como uno de sus
argumentos que quienes nos oponemos a modificaciones sustanciales del Estado
autonómico somos nacionalistas españoles situados en el otro extremo de los
nacionalistas vascos y catalanes más radicales. Unos y otros, dicen los teóricos
de la reforma territorial de Zapatero, reflejamos las posiciones excluyentes, y
el Gobierno socialista y su proyecto de nuevo pacto representan el término
medio, la moderación, la capacidad de diálogo, la integración de las
diferencias.
Un buen ejemplo de esta lectura del debate territorial era el artículo que
publicaba recientemente Gregorio Peces Barba en El País («Perplejidades y
sentimientos de un ponente constitucional», 6, enero, 2005). Peces Barba
identificaba a quienes considera como nacionalistas españoles equivalentes a los
nacionalistas periféricos más excluyentes a los gobiernos de Aznar y a todos los
que cuestionamos la incorporación del concepto de comunidad nacional y otros
contenidos semejantes a los proyectos de socialistas catalanes y vascos.
Es sorprendente el grado de manipulación de la comparación anterior, pero lo
cierto es que está bastante extendida entre la izquierda. Y, además, suele
recibir escasa réplica, porque el nacionalismo español, muy diferente de la
caricatura dibujada más arriba, está escasamente articulado y definido. Existe
un nacionalismo español, sí, aunque algunos prefieran llamarlo patriotismo
constitucional, y consiste en el conjunto de sentimientos y creencias alrededor
de la centralidad de la nación española para la articulación territorial de
nuestro Estado. De hecho, millones de españoles comparten ese nacionalismo
español, más allá de las élites políticas e intelectuales que han intentado
definirlo.
Pero, a partir de ahí, son lamentables las falsificaciones de quienes equiparan
este nacionalismo español con los nacionalismos étnicos excluyentes, porque los
nacionalistas españoles son los que acordaron en la Transición la construcción
de un Estado profundamente descentralizado, en el máximo nivel de
descentralización de las democracias del planeta. Son nacionalistas que creen
que España es un país plural, de identidades complejas, y son los que defienden
el Estado de las autonomías frente a quienes lo quieren destruir.
Y estos nacionalistas españoles nada tienen que ver con el nacionalismo español
del franquismo, en contra de lo que insinúan y hasta afirman en ocasiones sus
detractores. Su concepto de nación española y su concepto de estado están en los
antípodas del franquismo, y no sólo desde el punto de la oposición de la
democracia a la dictadura. Otra cosa es que los antifranquistas menos
evolucionados políticamente se empeñen en ver nacionalismo español franquista en
cualquier defensa de la nación española. Pero ése es el problema de sus
fantasmas del pasado y no de los españoles modernos, de derecha y de izquierda,
que han sabido conjugar nación española con democracia.
Si los perseguidores de fantasmas franquistas quieren encontrar paralelismos
para los nacionalistas españoles actuales, tienen abundantes muestras en los
países democráticos de nuestro entorno y en la inmensa mayoría de sus
ciudadanos, con la única diferencia de que sólo una minoría de ellos es
partidaria de un nivel de descentralización tan profundo como el español. Y es
que aunque Peces Barba y otros se empeñen en ignorarlo, existe un nacionalismo
político, muy diferente al nacionalismo étnico, que, en España y en el resto de
los países occidentales, ha realizado una fusión entre nación y democracia. Y,
además, la fuerza de la nación política todavía explica la capacidad de éxito de
un país, porque también ahora, en el tiempo del desarrollo de los organismos de
gobernación internacional, es cada una de las naciones políticas la que dicta y
determina la acción política en la medida de su capacidad de influencia.
Ese nacionalismo español al que algunos se refieren para justificar la
aceptación de las nuevas demandas del nacionalismo vasco y catalán es
clamorosamente minoritario en nuestro país. Desapareció con el franquismo. Ni
tiene líderes ni tiene ciudadanos. Repasemos las múltiples encuestas; los
partidarios de la España centralista representan siempre porcentajes de una sola
cifra. Y ése es el único nacionalismo español comparable al nacionalismo vasco y
catalán excluyente, el de los partidarios de la sustitución de la España
autonómica por la España centralizada.
El nacionalismo español excluyente no tiene realmente ningún protagonismo en el
debate territorial español actual. Son otras las posiciones principales de esta
discusión. Y la representada por el nacionalismo español mayoritario es aquella
que defiende el mantenimiento del Estado de las autonomías y la crítica a una
nueva etapa de la Transición dictada por el nacionalismo vasco y catalán. Por un
motivo fundamental: porque esa reapertura de la Transición debilitaría nuestro
sistema político, tanto al Estado como a la nación política que lo sostiene. Y
por un segundo motivo también importante, y es que responde a las demandas de un
nacionalismo minoritario que ha roto el consenso que se alcanzó en su día con la
Constitución y los estatutos.
El único nacionalismo excluyente que tiene protagonismo en esta historia es el
del Plan Ibarretxe o el del independentismo catalán. Y el gran error histórico
de la élite socialista actual es la renuncia, por un lado, al nacionalismo
español autonomista, y por otro, a los únicos consensos posibles que son los de
aquella Transición que la mayoría dimos por acabada a principios de los ochenta
para embarcarse en un proceso de negociación con los nacionalistas excluyentes
que únicamente beneficia a éstos y perjudica los intereses del conjunto de los
españoles.
El error no sólo se sustenta en la incapacidad de esta élite socialista para
comprender el sentido del nacionalismo político español, sino en la repetición
de una equivocación estratégica en torno a los nacionalismos étnicos. Porque la
nueva transición de Zapatero no satisfará a esos nacionalismos, a no ser que se
sustente en un debilitamiento grave de la nación española. Tan sólo servirá, ya
está sirviendo, para transmitirles una renovada legitimidad, para alimentar
nuevamente su insatisfacción y su política de demandas permanentes y para perder
la oportunidad favorecida por la era Aznar y el nacionalismo español autonomista
de fortalecer un gran consenso en torno al modelo de articulación territorial
consensuado en la Transición.