SU CONFLICTO
Artículo de Edurne URIARTE en “ABC” del 1-2-05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Los votos
del PSOE y del PP darán hoy una respuesta contundente a las exigencias
anticonstitucionales de Ibarretxe. Pero no serán suficientes para quebrar
definitivamente la cadena de errores que nos ha traído hasta esta situación. Y
tampoco podrán configurar aún el proyecto y el liderazgo que necesita España
para defender un sistema autonómico y una estabilidad institucional que tiemblan
ante todo lo que está por venir y que es bastante más que las nuevas y
anunciadas embestidas de los nacionalistas vascos.
Si volvemos a concentrar todas las energías de la política nacional en las
exigencias de la minoría nacionalista es porque hemos sido incapaces de romper
el orden de prioridades marcado por esa minoría, por sus objetivos y por su
voluntad. Porque el conflicto que Ibarretxe exhortará hoy a resolver es su
conflicto, el que él y los líderes que le acompañan han contribuido a engordar
desde el inicio de la Transición. Nada fue jamás suficiente para ellos, ni la
autonomía más profunda, ni el bienestar del País Vasco, ni todo el inmenso poder
acumulado. Y la independencia, la ilegalidad, los pactos con los terroristas,
componen la etapa final de una locura de ambición y ensimismamiento.
Los demás, sobre todo los líderes políticos e intelectuales, jamás fuimos
capaces de romper su definición de los problemas para plantear propósitos
realmente alternativos. Nadie les presionó para que fueran ellos los que
discutieran y acordaran los objetivos de los demás. Y la consecuencia inevitable
es que multiplicaron su egolatría mientras toda una nación se movía atrapada en
la dirección que marcaron.
En el camino, además, algunos fueron tentados por el juego de los egoísmos
regionales, por el ejemplo de la rentabilidad de unas demandas autonómicas que
siempre resultaron beneficiosas para los más beligerantes y perjudiciales para
los defensores de los intereses del conjunto de la nación española. Detrás del
plan Ibarretxe llegarán ellos, los de la nueva financiación de Cataluña, por
ejemplo, y, luego, ¿por qué no?, todos los demás.
Y la avalancha de identidades y regionalismos se agolpa sin que distingamos un
liderazgo y una alternativa convencidos y convincentes. Zapatero persiste en
sustituir los objetivos y los principios por el método. Nada hay más allá del
diálogo. Carece de proyecto porque su proyecto es resolver el conflicto de los
nacionalistas a partir de las exigencias de los nacionalistas. Y a Mariano Rajoy
le ensombrece el temor, claramente en Cataluña, a la incorrección política de la
defensa solitaria de los intereses de la nación y, más aún, a la pérdida de los
beneficios electorales del mensaje regionalista.
La apelación a la Constitución es un asidero demasiado quebradizo si no se
acompaña de un discurso fuerte del Estado y de la nación que sostiene. Es el
discurso que se echa de menos y el único que puede cambiar el rumbo de un debate
político dirigido hasta ahora por la voluntad de los nacionalistas y el
oportunismo de viejos y nuevos regionalistas.