Artículo de Elisa Jovellanos en su blog del 21 de julio de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
He
recorrido la red para contemplar como ha quedado el campo de batalla virtual
tras la contienda entre los discípulos de Gatokan y
las fuerzas rebeldes y dispersas que se han enfrentado a su tiranía; la escena
configura un auténtico desastre para el presente y futuro de la formación
magenta, no solo por las críticas enfurecidas de los atribulados defraudados,
sino por el escaso apoyo de los más leales seguidores de la consigna: “los
dirigentes designados son los que mandan, los demás militantes sólo pueden
obedecer”.
Ahorraré
ejemplos, pero contemplar el silencio de los blogueros que hace dos meses se
oponían a cualquier crítica al partido magenta, nos informa mucho mejor de la
situación en la que se encuentra el partido de Rosa Díez, que las críticas
descarnadas al clima de despotismo ignorante en el que han sucedido los hechos.
Se
aprecia que la UPyD está muy tocada, encarando su no
lejano hundimiento definitivo, con el silencio que delata que la mayoría de las
cosas que se han dicho, por extravagantes que resulten, son ciertas. Ni Rosa
Díez, ni Gorriarán las han desmentido, sencillamente
han dado una versión alternativa de lo acontecido y se han ido a la playa,
posiblemente buscando la patera en la que han llegado a la política española,
para regresar directamente al olvido.
UPyD tiene menos futuro que un salmonete en una
parrilla. Cierto es que se merecen lo ocurrido, por demagogos e insolentes, por
estafadores políticos, por sinvergüenzas que no han dudado en depurar de su
partido a todos los que se oponían a su férrea dictadura. Lo hicieron con
absoluta discreción, hasta que las linternas de la libertad iluminaron la
caverna cochambrosa hasta la que habían conducido a sus seguidores.
Es
cierto que la política española no está para finas filigranas de orfebrería
estratégica, pero la imposición de una tiranía de una forma tan burda, torpe y
sórdida, pensando que podía pasar desapercibida, es propia de individuos sin
escrúpulos que desprecian a sus semejantes.
La
operación de regeneración del socialismo español que era la alternativa que se
ocultaba bajo el manto patriótico de Rosa Díez y el palio de la transversalidad política, ha fracasado; a pesar de los
apoyos mediáticos recibidos de furibundos detractores de las andanzas de
Rodríguez Zapatero, a pesar de los valientes apoyos electorales de los que
están más hartos de Rajoy y Zapatero, al mismo tiempo, a pesar de la confianza
expresada por los militantes ilusionados con un proyecto que parecía novedoso.
Ahora,
las palabras de Rosa Díez sonarán con la misma estridencia inhumana que las de
un distribuidor de carburante que nos da las gracias tras echar gasolina.
Todavía
se piensan los ilusos dirigentes de UPyD, mientras
preparan sus cuitas futuribles, que la población no se enterará de lo ocurrido
en internet, el lugar donde se ha desarrollado la confrontación entre los
tiranos disfrazados de demócratas y los demócratas sin disfraz, que tremenda
ingenuidad.
La
cuota de ciudadanos españoles que pueden ser engañados por UPyD
se ha dividido por cien. Siguen sin darse cuenta de que el problema no es quien
les ha criticado con razón, sino quien se va a atrever a defender las
propuestas de Rosa Díez a partir de ahora, que está condenada a que sus
palabras, cuanto más acertadas sean, más ridículas quedarán ante la opinión
pública, porque no faltará periodista profesional o voluntario que le diga
aquello de: ¿pero cómo va a lograr para este país lo que no ha sido capaz de
conceder en su propio partido? No nos tome el pelo, Doña Rosa, que ya vamos
siendo mayores, usted es una vulgar demagoga.
El final político de Rosa Díez está asegurado, será tras su regreso de la playa, cuando el tsunami informativo arrase con todo lo que había soñado, asistiremos a un espectáculo viendo como trata de ocultar la verdad de los hechos con las mentiras de sus palabras. El congreso de noviembre será el cenotafio de UPyD. Hasta entonces, hay que seguir remando para que parezca que no ocurre nada.