MARAGALL Y EL FUTURO
Artículo de ANTONIO ELORZA en “El País” del 10.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
En el teatro de sombras donde se viene desarrollando últimamente el debate sobre el Estatut, la última novedad consiste en afirmar que Madrid, o el Madrid centralista, tanto da, mira hacia el pasado, en tanto que Catalunya abre el camino para un futuro venturoso. Tal era la idea que introdujo hace unos días el artículo de un activo publicista catalán, Borja de Riquer, y la que ahora preside el "Parece mentira" de Maragall, ambos en estas mismas páginas. Se trata de una estimación en sí misma inverificable, pero que resulta muy útil de cara al marketing político, al proponer por vía subliminal al lector un alineamiento con la opción aparentemente progresista, sin tener que proceder a siempre penosos análisis de la realidad.
En el artículo de Maragall hay una sola idea-fuerza cuya validez resulta innegable, y es la de que un acuerdo político entre los demócratas de Cataluña y del resto de España en torno al nou Estatut vendría a fortalecer la construcción política diseñada en 1978-1979. Siempre, habría que añadir, con el matiz que el texto aprobado conjugase un incremento del autogobierno catalán con una más sólida integración de dicha comunidad en el conjunto español. El presidente de la Generalitat es consciente de que sólo si es cumplida esta última premisa, obtendrá el Estatut un respaldo de la ciudadanía española, y por eso intenta mostrar en "Parece mentira" que ese objetivo es perfectamente alcanzable. Y como hoy por hoy resulta imposible probarlo mediante un análisis del proyecto de Estatuto, escoge otro camino, el de la declaración sentimental adobada con datos históricos. El amor disipará las dudas.
Ante semejante pretensión, tal vez útil para la venta del producto, la primera advertencia debe ser que en política los sentimientos muy poco tienen que ver con las opciones efectivas de dirigentes y simples ciudadanos. José Martí quería sinceramente a España, sin por ello olvidar ni un día de su vida la lucha por la independencia de Cuba. Tal vez hay gente de ERC que tiene también a España en el fondo de su alma. Y eso, ¿qué significa? Las emociones en sí mismas nada dicen y con excesiva frecuencia encubren el irracionalismo y la violencia. ¿Cabe trazar imágenes idílicas de las nacionalidades o naciones periféricas y olvidar que en el nacionalismo vasco existe una fuerte proporción de esos "verdugos voluntarios" que ensalzan al criminal que como en Azkoitia regresa a su pueblo en vencedor, burlándose del dolor de las víctimas, de sus víctimas? Es bueno que existan lazos de simpatía entre los componentes de la España plural, y la concordia debe presidir incluso el más duro de los debates, pero lo que cuenta es el fondo de la cuestión. Para ello sirven ideas e informaciones claras, no palabras almibaradas, despliegues de erudición a la violeta e incluso ambigüedades calculadas.
Veamos algunas. De entrada, para que Carod busque la independencia, no hace falta que nadie le eche. En otro terreno, a juicio de Maragall, la muerte violenta de García Lorca y su amistad con Dalí debían unir "para siempre Andalucía y Catalunya". ¿Representa a Catalunya el Dalí franquista? ¿Es producto la unión política de la amistad de dos poetas? La tragedia de 1939 unió, nos dice, "a castellanos y catalanes más que mil proclamas". ¿Por qué no dice lo que sería más justo, que unió a todos los españoles vencidos? Escribe Maragall de la "amistad" entre los exiliados "catalanes, vascos, gallegos, andaluces y asturianos", surgida fuera de España, como si durante la guerra no hubieran luchado todos por la causa antifranquista. Otra cosa es que siguieran las pautas regionales de la emigración económica. Y en el interior de España hubo una línea de acción antifranquista con sentido de unidad y reconocimiento del pluralismo: la mantuvieron intelectuales y trabajadores, ante todo por iniciativa del PCE y del PSUC, desde la política de "reconciliación nacional". No hubo que ir a América a buscarla.
Una y otra vez, Maragall presenta a España a través del puzzle de sus componentes nacionales. Habla de "nación de naciones", pero ¿cómo encaja el preámbulo del Estatuto con semejante concepción? Y más aún, ¿qué tiene que ver el proyecto catalanista de Estatuto con el federalismo que falazmente dice ofrecer con "mano tendida"? Parece mentira que a estas alturas sea ignorada la diferencia entre federación y confederación.