UN PARTIDO NACIONAL
Artículo de Antonio Elorza, Catedrático de Pensamiento Político. Universidad Complutense.
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El nuevo partido tendrá un ámbito
nacional español inequívoco...». Tal es la primera de las líneas maestras del
nuevo partido animado por Fernando Savater y por Rosa Díez. No se trata de algo
secundario. En un tiempo en que la etiqueta de 'nacional' viene siendo
monopolizada por el PP, mirando hacia el pasado, y el PSOE escapa de ella por
todos los medios con tal de establecer alianzas con grupos nacionalistas
periféricos, la opción viene a destacar que nada en España impide la adopción de
una política proyectada desde y sobre el conjunto del país.
Es más, ese enfoque nacional, no necesariamente nacionalista español, resulta
imprescindible si se aspira a superar las quiebras hoy observables en el orden
constitucional por la política desarrollada en los últimos tres años, fundada
sobre el principio de bilateralidad aplicado a Cataluña y a Euskadi. De ahí que
sea muy acertado proporcionar de inmediato un contenido concreto a esa visión
nacional de la realidad política española. Y afrontar la realidad planteando el
tema de una reforma de la Constitución que sustituya a la orientación vigente de
ir sumando reformas parciales de los Estatutos que en algunos casos, léase
Cataluña, vacían artículo a artículo las disposiciones de la ley fundamental.
La idea de un 'partido nacional' no es nueva. Tiene más de un siglo de
antigüedad. En mi conocimiento, la hizo suya Joaquín Costa al borde de 1900 y
treinta años más tarde resurgió, desde planteamientos próximos pero no
coincidentes, por iniciativa de pensadores como el liberal José Ortega y Gasset,
el socialista Luis Araquistáin, luego mentor de Largo Caballero, y el demócrata
Nicolás María de Urgoiti, ingeniero guipuzcoano fundador del diario 'El Sol'.
Para Costa, el partido nacional debería ser el marco en que fueran reunidas las
iniciativas de las clases productoras, mercantiles e industriales, frente al
régimen de 'oligarquía y caciquismo' de la Restauración canovista. La
movilización fracasó pronto; pocas fuerzas y de escasa cohesión para el esfuerzo
pedido. En vísperas de la República, se trataba de forjar un partido nacional
que sirviera de contrapunto al único bastión sólido de la República, el PSOE.
Con matices diferenciados, desde el sentido humanista de Araquistáin a la
burguesía democrática de Urgoiti y a la derecha modernizadora de Ortega.
Personajes en busca inútil de autor. La derecha de la Segunda República no
estaba dispuesta a jugar otras cartas que las que llevaran a la destrucción de
una democracia reformadora.
De cara al presente, importa subrayar que todos esos ensayos procedieron de
intelectuales, hondamente preocupados por las limitaciones que amenazaban a la
instauración de la democracia en España. Ni la monarquía caciquil de Alfonso
XIII, con el turno de partidos y las elecciones trucadas, ni el catolicismo
político o el radicalismo lerrouxista en 1931 ofrecían base para el desarrollo
de una vida política asentada sobre un régimen constitucional equilibrado. El
nonato 'partido nacional' estaba en principio llamado a cubrir ese vacío. No fue
así. Todo quedó en el papel.
La lección es clara a la vista de la entrada en escena del nuevo proyecto: en
política, la función no crea necesariamente el órgano. En los momentos actuales,
la política del Gobierno Zapatero en lo que concierne a la ordenación del
Estado, y aquí y ahora de modo especial respecto de ETA, sigue una línea
disparatada. Ya con anterioridad, la aprobación del Estatuto catalán no es que
rompa España, pero sí introduce un componente confederativo que hará muy difícil
la adopción de decisiones por el Estado (ahora estamos en fase de contención, a
la espera del dictamen del Constitucional). Desde el atentado del 30 de
diciembre, en vez de rectificar, ZP ha acumulado concesiones a ETA-Batasuna, así
como inaceptables ocultaciones y mentiras de cara a la opinión pública, con una
voluntad de manipulación que hace tambalearse al Estado de Derecho. Y antes
están los ataques incontrolados por todo y sobre todo al Gobierno, y el apoyo a
la delirante teoría de la conspiración sobre el 11-M por parte del PP.
Unos, dispuestos a cerrar filas sobre una visión unitaria de España de corte
autoritario, derrochando violencia verbal; otros, embarcados en una especie de
rifa del Estado de las autonomías disimulada bajo protestas vacías de
constitucionalismo. Y todos empeñados en la estúpida tarea de degradar la vida
política. ¿Hace falta algo más para que valga la pena ensayar una alternativa
rigurosa desde el interior del sistema democrático? La vocación constructiva del
'nuevo partido' queda además refrendada por la propuesta federal, la iniciativa
de reforma de la Ley Electoral y la exigencia de cambios en un sentido de
regeneración democrática. Es un entramado mínimo, pero suficiente.
En el triste mundo de Otegi, Ibarretxe y Patxi López vale la pena intentarlo.
Otra cosa es que el nuevo 'partido nacional' logre superar los obstáculos con
que tropezaron sus predecesores. Ante todo, resulta imprescindible que los
promotores asuman la responsabilidad, jugándosela a ser líderes políticos, cosa
a que está acostumbrada Rosa Díez y no tanto Savater. Si, como el aldeano del
cuento, esconden la mano una vez lanzada la piedra, nada es posible hacer. En
política, como me dijo una vez Alfonso Guerra, hay que mojarse. Y desde ahora se
hace imprescindible explicar a la opinión pública las carencias que han motivado
este proyecto, las contradicciones de la política del PSOE, el apresuramiento
agresivo del PP.
La fascinación de Savater ante la hípica es proverbial. Sabe así que una forma
habitual de perder una carrera consiste en que te dejen encerrado en la curva.
En esta hora de la vida política, ha de tener en cuenta que formar un partido es
organizar y utilizar las escasas oportunidades que le serán concedidas para
exponer su proyecto político. Los medios de comunicación próximos al 'nuevo
partido' circulan en la órbita del PSOE y el trío ZP-Rubalcaba-Blanco está más
por tácticas de destrucción a cualquier precio del adversario que por un debate
abierto de ideas, de las que andan además muy escasos. En la medida de lo
posible, tratarán de extender un manto de silencio sobre el nuevo grupo,
mientras los segundones del partido del Gobierno se encargarán de volcar toda la
basura posible sobre sus promotores. Razón de más para insistir. Como decían los
rebeldes del hoy denostado 68, 'ce n'est qu'un debut: continuons le combat!'.
Las piezas tienen que ajustar de nuevo dentro de nuestra vida política, en el
sentido marcado por la Constitución.