LAS RAZONES DE ROSA
Artículo de Antonio Elorza en “El Correo” del 05.09.07
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
En algo acertaron los comentarios
socialistas al abandono por Rosa Díez de su viejo partido: era una decisión
anunciada desde hace tiempo. Sería preciso añadir que necesaria, desde el punto
de vista de la democracia, y la renuncia simultánea al escaño en el Parlamento
europeo refuerza este aspecto. No es que Rosa Díez se haya convertido en el
clásico enemigo del partido al que abandona, sino que es la restricción de la
vida democrática en el interior del PSOE lo que ha impedido e impide que el
pensamiento crítico actúe en el interior de sus filas. Fue Alfonso Guerra,
después de la crisis del 'marxismo', quien impuso el famoso principio de 'el que
se mueva no sale en la foto', o dicho de otro modo, que la política trazada por
la dirección era indiscutible y que la información y el debate internos, por muy
estatutarios que fuesen sus modos, resultaban excluidos, de manera que al
disconforme, convertido en disidente, le tocaba sólo elegir entre irse o esperar
la expulsión.
Nuestro gran partido socialdemócrata reguló su funcionamiento de acuerdo con los
saludables principios del centralismo burocrático de conocido origen e infeliz
memoria. Obviamente, cuando la dirección era firme, la cohesión interna quedaba,
más que asegurada, blindada; en momentos de vacío de poder, surgía el caos. De
una situación así surgió el ascenso a la dirección de un desconocido de nombre
José Luis Rodríguez Zapatero, quien una vez en el poder puso en práctica la
mencionada regla de hierro, con mayor firmeza aún que sus predecesores, por
cuanto la información desde el vértice, tanto hacia dentro del partido como al
conjunto de la sociedad, se vio reducida a la mínima expresión, hasta
convertirse en pauta por todos aceptada y reconocida. A nadie le ha extrañado
que el hoy presidente no informe sobre los datos de que disponía al emprender la
negociación con Batasuna/ETA, el alcance de las concesiones rechazadas por la
banda, las características de la chapuza montada en torno a De Juana Chaos o las
razones para la disparatada admisión parcial de ANV-Batasuna en la legalidad. El
episodio navarro ha sido el último de semejante trayectoria antidemocrática,
alcanzando niveles de ridículo: la decisión final denegatoria de la alianza con
NaBai fue tomada, según dice ZP, en pro del «bien común».
Así que si falta la información, no hay cauces de debate interno y el
discrepante, por muchas y poderosas que sean sus razones, sólo puede elegir
entre la mordaza o el abandono, resulta evidente que no ha habido un problema de
Rosa Díez, sino que la salida de Rosa Díez pone de manifiesto un gravísimo
problema del PSOE, con nada desdeñables consecuencias de cara a un futuro
inmediato. Sólo un improbable e indeseable desastre electoral del partido de
Gobierno podrá poner en cuestión el mantenimiento en el poder de ese gran
organizador de derrotas en cuanto a la política de Estado que es el presidente
Zapatero. No existe ni sombra de pluralismo interno en el partido y por
consiguiente tampoco cauce alguno para gestar alternativas a la gestión de un
líder autoritario, cuyo orden de prioridades tiene al frente la meta de seguir
mandando, relegados a la sombra los fracasos que se han sucedido o puedan
sucederse. Resulta lógico que un hombre tan seguro de si mismo, y al mismo
tiempo tan pobre de ideas, defina su tarea histórica con palabras que recuerdan
aquello del Reich de los mil años. Bajo su mando tendrá lugar «la modernización
definitiva de España», nos asegura Zapatero en una reciente entrevista. Si
cuando ZP salga del poder existe España, podría comentar un mal intencionado.
Acierta, pues, Rosa Díez al declarar que su seña de identidad política sigue
siendo el socialismo. Pequeño detalle que suelen olvidar las plumas a sueldo
empeñadas en fijar como origen de su disidencia el fracaso de Rosa Díez para
acceder a la dirección del PSOE: no es ella, sino Zapatero, quien con su
política catalana o vasca ha traicionado los planteamientos federalistas del
documento de Santillana o el programa electoral de marzo de 2004. Por eso, desde
mi punto de vista personal, el nuevo partido en ciernes, competidor a corto
plazo del PSOE, lleva en el caso de cuajar el germen de una posible
rectificación de su trayectoria en las grandes cuestiones de la política de
Estado y de la democracia. No sería la primera vez en que un partido político
anquilosado, o conducido hacia un callejón sin salida por un líder o un grupo
dirigente incapaces, logra su transformación mediante una convergencia con
quienes durante un tiempo aparecieran como competidores o como disidentes.
Más aún cuando no todo en la política del Gobierno Zapatero y del PSOE forma
parte de un museo de horrores. Amplios aspectos de la acción económica, política
o cultural son, o perfectamente aprovechables, o susceptibles de un
acompañamiento crítico. Sería un ejemplo el tratamiento dado a la memoria
histórica, de recuperación tardía pero imprescindible del legado republicano por
Zapatero, para nada cuestionable por un imputado 'guerracivilismo', pero sí con
errores como no entrar en el tema de la violencia en el bando legal durante la
guerra civil. Por supuesto, el nuevo partido ha de rehuir la tentación y el
engaño de convertirse en partido-trasbordador, como fueran los demócratas de
izquierda para mayor gloria y provecho de Diego López Garrido. Hoy por hoy, sólo
desde una definición abierta, crítica, marcando las diferencias, cabe esperar
que el nuevo grupo puesto en marcha por dos personalidades de reconocidas
nobleza y autenticidad, Rosa Díez y Fernando Savater, alcance una difícil
consolidación en un sistema político que tenderá a cerrarse a cal y canto frente
al recién llegado.
Sería, en fin, conveniente que tal definición huyera en toda circunstancia de
las expresiones y los acentos apocalípticos. No es que España por ahora vaya a
romperse. Es que, como advierte Rosa Díez, el caos creado por Zapatero, al ir
respondiendo a las demandas nacionalistas una a una, apunta a una configuración,
más que organización, de tipo confederal, ineficaz, propicia a conflictos en
cascada y a la afirmación creciente de tendencias políticas pura y simplemente
secesionistas. «Ni el PSOE ni el PP, el uno porque ha renunciado y el otro
porque no se atreve, se comportan como partidos de Estado», resume. Hasta ahora,
las palabras y los escritos de Rosa Díez y de Fernando Savater vienen marcando
una pauta saludable en estos preliminares, con un discurso constructivo, tanto
en la crítica como en el diseño de una política de Estado alternativa a la
actual, con un consiguiente replanteamiento de la democracia en aquellos puntos
que han sido abiertamente vulnerados, tanto por el anterior gobierno de José
María Aznar, como por el de Zapatero. No basta la sucesión de procesos
electorales. La democracia exige la isegoría, el libre acceso a la información y
a la palabra, cosas ambas que la actual dirección del Gobierno y del PSOE, como
antes Aznar, negaron y niegan, sustituyéndolo por un permanente ejercicio de
manipulación. Tenga o no éxito, en las circunstancias actuales de España y de
Euskadi, la opción tomada por Rosa Díez se inscribe inequívocamente en lo que
Nelson Mandela definió en su autobiografía como «el largo camino hacia la
libertad».