Pekín apuntala la posición financiera de España con la
promesa de comprar más deuda
Editorial
de “El País” del 07 de enero de 2011
Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para
incluirlo en este sitio web
El viceprimer ministro
chino, Li Keqiang, ha iniciado en España una breve
gira europea que le llevará, además, a Reino Unido y Alemania. La visita de Li Keqiang responde a una voluntad de acompasar, por parte de
Pekín, el creciente peso económico de China y su hasta hace pocos años discreta
presencia diplomática. En un corto espacio de tiempo, y rentabilizando a su
favor cuantas oportunidades le ha ofrecido la crisis financiera mundial, China
ha ido tomando posiciones estratégicas en el mercado de materias primas, el
comercio internacional y, también, el castigado sistema financiero, del que ha
empezado a ejercer como un banco central a gran escala.
Es en esta última condición de hecho, que China parece
afianzar en cada iniciativa diplomática, donde la visita de Li Keqiang a España ha cosechado los resultados más
importantes. No porque sean precisamente menores los contratos comerciales
suscritos, sino porque los mensajes transmitidos por el viceprimer
ministro durante su estancia en Madrid contribuirán a aliviar, siquiera por un
tiempo, las tensiones sobre la economía española y, en última instancia, sobre
el euro. Li Keqiang ha confirmado que China ha
adquirido deuda española, además de anunciar que seguirá haciéndolo en el
futuro. Tras las declaraciones de Li Keqiang, quien
también ha apoyado las reformas emprendidas por el Gobierno de Zapatero, las
operaciones especulativas contra la deuda española resultarán un poco más
difíciles.
Si los beneficios económicos de la visita están fuera
de duda, la dimensión política exige matices, no limitados a España, sino
referidos al nuevo orden internacional. China viene utilizando su potencial
económico como instrumento para convalidar un régimen que, no por haber
abandonado el comunismo, deja de ser un sistema de partido único y poco
respetuoso con los derechos humanos, según se ha podido comprobar con ocasión
del último Premio Nobel de la Paz. Acuciados por la difícil situación
económica, los países democráticos se están viendo obligados a pasar por alto
la preocupante situación interna de China a cambio de su cooperación. El
Gobierno de Pekín, por su parte, no se conforma con obtener el interesado
silencio de sus interlocutores, sino que, además, reclama un implícito derecho
a la diferencia en las formas de entender la política desde el que justificar
la represión y la falta de libertades.
La admiración hacia los logros de China no puede
convertirse en un obnubilado aval para su régimen político. Otra cosa es que la
crisis dificulte que los países democráticos puedan hacer distinciones. El
realismo no es un argumento en favor de la resignación, sino la conciencia de
que, en determinadas circunstancias, no existe otra alternativa que elegir
entre dos males distintos. Pero que no exista otra alternativa no significa que
el mal escogido se convierta en un bien deseable. La suerte económica del mundo
depende en gran medida de China, y conviene no olvidar que China está exigiendo
un precio.