ZAPATERO DEBE
DIMITIR COMO SECRETARIO GENERAL DEL PSOE
Editorial
de "El País" del 21-11-11
Por su interés y relevancia he
seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.
Es una constante de la mayoría de las elecciones
democráticas que en realidad no hay nadie que las gane, sino alguien que las
pierde. El golpe de Estado y las luchas intestinas del partido del presidente
Suárez propiciaron la victoria arrolladora de Felipe González en las urnas. El
agotamiento del proyecto socialista, la agitación del caso GAL y las
acusaciones de corrupción dieron una pírrica victoria a Aznar, que tardó meses
en formar un Gobierno solo posible gracias a las cesiones que hizo a los
partidos soberanistas catalán y vasco. La terquedad y mentiras del mismo Aznar
tratando de atribuir a ETA los atentados del 11-M fueron causa del regreso del
PSOE al poder. La incompetencia y falta de densidad política de Rodríguez
Zapatero, en medio de la crisis global más seria que ha conocido el mundo desde
hace más de medio siglo, han catapultado a Rajoy a La Moncloa.
No se trata de regatear méritos ni de esconder torpezas
de nadie, pero lo mismo que no fue Rajoy quien perdió las elecciones de 2004,
sino José María Aznar, en esta ocasión el derrotado no es Alfredo Pérez Rubalcaba,
sino José Luis Rodríguez Zapatero. La consecuencia de un suceso de esa
naturaleza no puede ser otra que su dimisión inmediata como líder del partido
socialista y la convocatoria de un congreso urgente que restaure las
estructuras de una formación política amenazada de ruina por la ausencia de
maña y el exceso de mañas que su actual secretario general exhibe.
Que el señor presidente del Gobierno no se sabe ir es
algo comprobado por todos los españoles. Convocó elecciones con una antelación
de cuatro meses, provocando un desconcierto y una inestabilidad en la vida
política que pasarán a los anales como demostración de una torpeza poco común
en el manejo de los tiempos.
Se despidió antes de las vacaciones de verano del
Parlamento español, con un emotivo discurso, para regresar al mismo en
septiembre a fin de defender una reforma constitucional, pactada con la
oposición pero no con su propio partido. Su decisión de permanecer al frente
del partido, pese a anunciar que no se presentaría a las elecciones que ayer
tuvieron lugar, favoreció las conspiraciones y desencuentros en el interior de
su familia política, como pusieron de relieve las declaraciones de la ministra
de Defensa, Carme Chacón, a la que animó a presentarse a las primarias,
primero, para después obligarle a retirarse de ellas, todo a espaldas de su
vicepresidente y posterior candidato a los comicios.
Por eso no es de recibo su disposición a permanecer
todavía algunos meses al frente del PSOE para tratar de dirigir la transición
interna del partido, después de un fracaso electoral tan rotundo como el
cosechado ayer. Su familia y su casa de León le esperan para disfrutar de un
descanso bien ganado.
El PSOE ha sido la gran formación política de este país
desde el advenimiento de la democracia. Ha gobernado durante 21 de los 33 años
transcurridos a partir de la aprobación de la Constitución y ha protagonizado
las reformas estructurales de mayor calado para la convivencia española, caso
de la reforma democrática del Ejército, el ingreso en la Unión Europea o la ley
de derecho al aborto.
Pero lo más relevante fue su contribución a la
construcción de una izquierda moderna, al estilo de sus partidos homólogos
europeos. Los resultados de las elecciones de ayer, como los de las recientes
municipales y autonómicas, ponen de relieve que gran parte de ese caudal
político ha sido dilapidado de manera insensata e innecesaria durante los
últimos años.
Naturalmente no todo es negativo en el balance de la
gestión de Rodríguez Zapatero. La retirada de las tropas de Irak, pese a la
atribulada forma en que se hizo, el reconocimiento de los matrimonios
homosexuales, los avances significados de la Ley de Dependencia, pese a la
incapacidad de establecer un sistema de financiación de la misma, la actividad
de fiscalía y policías contra la violencia de género y las leyes de paridad
figuran relevantemente entre sus triunfos, junto a la ambigua rendición de ETA
que, en cualquier caso, es un éxito político de todos los demócratas y un
triunfo policial encarnado por Pérez Rubalcaba.
En el pasivo debe anotársele la desgraciada pérdida de
presencia de España en política exterior, el debilitamiento de la cohesión
territorial tras los avatares de la reforma del Estatuto catalán, la
arbitrariedad y nepotismo en sus decisiones de política industrial, la lentitud
en reaccionar frente a los primeros síntomas de la crisis global, y su
incompetencia para los asuntos de la gobernación en medio de las dificultades.
Toda su gestión ha sido marcada por una ausencia de
liderazgo comparable a la de la mayoría de los burócratas que gobiernan Europa
y que se ha hecho sentir tanto en los asuntos nacionales como en el interior
del Partido Socialista.